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Miquel Roca: "La historia está llena de ejemplos de que cuando se frivoliza con la libertad se acaba perdiéndola"
¿Por qué hay que contar el franquismo?
MULTIMEDIA | Los hijos del exilio: el lado de la historia que clama por la memoria

Miquel Roca Junyent, abogado y expolítico español / Marc Asensio

Miquel Roca Junyent (Burdeos, Francia, 1940) es un personaje central de la historia de España que se escribe tras la muerte de Franco. Dirigente durante muchos años de Convergència Democràtica de Catalunya y respetada voz del nacionalismo catalán en Madrid, a Roca se le recordará siempre por ser uno de los siete 'padres' de la Constitución de 1978. Recibe a este diario en plena forma, en todos los aspectos, en el despacho de abogados de Barcelona que lleva sus apellidos, y que fundó en 1996, tras dejar la política. El Congreso le rinde homenaje el próximo 20N, junto a Santiago Carrillo, Enrique Tierno Galván y otros protagonistas de aquellos años.
¿Dónde estaba usted y qué sintió aquel 20 de noviembre de 1975, hace 50 años?
La noche que murió Franco había una reunión familiar en casa de mi suegro, y allí seguíamos el tema. Me fui a casa y a medianoche me despertaron para decirme que había muerto. En el momento inicial la sensación fue sobre todo que se había acabado una etapa. La etapa que empezaba tenía incertidumbres y riesgos; siempre las desapariciones de los dictadores pueden ir acompañadas de sacudidas. Con la muerte de Franco, además, sentimos una cierta responsabilidad. Decías: ahora nos tocará tener un papel diferente, más protagonista, más de construcción de futuro, ya no somos la oposición clandestina.
¿Pensó usted entonces que el cambio democrático era posible? ¿O más bien temía que España se sumiera en un conflicto o en el inmovilismo?
En aquel momento del 20N más bien dominaba la incertidumbre, que no estaba exenta de cierta esperanza. A los pocos días ya se veía que se iniciaba un proceso que prefiguraba lo que fue la Transición, el proceso de negociación entre las fuerzas políticas de la oposición y el gobierno de Adolfo Suárez. Tuvo que pasar un tiempo; en aquel momento no estaba Suárez aún. Pero se veía venir que eso tendría una evolución.
Se ha dicho que la Transición fue posible porque todos tenían miedo: los del régimen a perderlo todo, la oposición a no conseguir nada. ¿Usted lo comparte?
En absoluto. Es aquello que dicen de qué atrevida es la ignorancia. Es terriblemente injusto, es desconocer que unos y otros, más o menos, habíamos sido expulsados de la universidad, o estado en prisión, o en el exilio. Toda aquella gente era así. Por tanto, hablar de miedo, no. Otra cosa es la responsabilidad de decir: a ver cómo lo hacemos. Desde la oposición clandestina no te interesa, ni te importa, saber cómo se construye jurídicamente o institucionalmente el futuro. Pero a partir de un momento determinado había que hacer un Estatut de Autonomía de Catalunya, había que hacer una Constitución, había que construir. Y eso no da miedo, da responsabilidad.
¿Alguna de las figuras políticas del final del franquismo le sorprendió por su apertura o su voluntad de cambio?
Sí, fundamentalmente el propio Suárez. Es una de esas personalidades cuya enfermedad y muerte han hecho olvidar un poco su importancia, pero tuvo un papel muy relevante. Él entendió que el futuro pasaba por pactar con la oposición democrática, que no había futuro para el régimen en una Europa democrática. Decidió pactar, aceptando lo que para nosotros era fundamental: la oposición democrática podía tener discrepancias sobre una determinada política económica, pero las bases institucionales de un juego democrático —elecciones libres, un Parlamento que representara la soberanía del pueblo— todo eso era intocable. Y eso era lo que teníamos que conseguir. Y conseguimos que se señalara para España un futuro irreversiblemente democrático.
La Transición, usted lo sabe, ha sido criticada en ocasiones como un pacto entre élites.
A mí ese tipo de crítica me parece, además de injusta, ignorante y ridícula. Porque quien dice eso no puede pensar que su idea obtenga jamás el 90% de apoyo que tuvo el referéndum de la Constitución. Es decir, cuando desde el 3%, el 1% o el 4% intentas asumir la representación de lo que es “auténtico”, es simplemente patético. ¿Carrillo era una élite, que venía de un largo exilio? ¿La Pasionaria? ¿Élites que habían estado en prisión? ¿Marcelino Camacho era representante de una élite sindical? Es bastante injusto. Ahora bien, estoy encantado de que puedan criticarlo. Nosotros no podíamos criticarlo entonces. Les hemos dejado un régimen que les permite criticarnos.

Miquel Roca, en su despacho, frente a un ejemplar de la Constitución, uno del Estatut y otro de las Constituciones catalanas del siglo XVIII. / Marc Asensio Clupes / EPC
¿Qué debates recuerda como los más tensos durante la redacción de la Constitución?
No hubo tensión realmente hasta casi el final de la ponencia, cuando Gregorio Peces-Barba la deja porque se está forzando un acuerdo entre la UCD y PSOE, que después nosotros redondeábamos. Se producía una cosa: las votaciones de la ponencia siempre acababan 4 a 3. Los tres de UCD con Fraga, y luego Peces-Barba, Jordi Solé Tura y yo. Era un 4 a 3, y había que romper ese 4 a 3. Y lo rompe Gregorio, tras el entendimiento entre Alfonso Guerra y Fernando Abril. ¿Otras tensiones? Quizás, pero no tanto en el tema autonómico, como se ha dicho muchas veces, sino más bien, por ejemplo, por la presión que en aquel momento hacía la CEOE sobre el tema del Estado social y la economía de libre mercado. Eso sí fue presión. La Iglesia, contrariamente a lo que se ha dicho, presionó muy poco, o al menos conmigo no lo intentó.
¿Y los militares?
La tensión más fuerte fue cuando Suárez nos acepta —y si me permite, me acepta— la expresión ‘nacionalidades’ incorporada al artículo 2. Eso provoca una tensión que se nota, porque el propio Suárez se ve obligado a negociar esa cuestión con unos mandos militares muy representativos. Era un reconocimiento histórico del que después derivaría fácilmente un Estatuto de Autonomía que, con todas las limitaciones que pudiera haber, superaba ampliamente las competencias del año 31.
Aparte de esa alusión a las ‘nacionalidades’, ¿está orgulloso de haber dejado su huella en algún otro artículo de la Constitución?
Seguramente sí, pero no lo diré, porque creo que sería un perjuicio. Todos [los 'padres' de la Consitución] hemos tenido el prurito de defender lo que fue una tarea colectiva. Siempre bromean conmigo, eso sí, con que muchos de los ‘sin perjuicio’ de la Constitución son míos, y es verdad.
Muchos de los 'sin perjuicio' de la Constitución son míos
Usted ha dicho alguna vez que no es un gran partidario de la reforma constitucional.
Yo sería partidario de reformarla en la medida en que hubiera algún tema concreto. Pero hoy, por ejemplo, hay un debate sobre el tema del aborto. Y el aborto ha sido declarado constitucional. No es tanto un problema de modificación como de lealtad constitucional. Cuando la Constitución ampara, lo dice el TC, la posibilidad del aborto, ponerlo en discusión en el año 2025 es muy grave. El hecho de que no prospere una reforma constitucional que en este momento alguna fuerza quiera proponer no quiere decir que el aborto esté en peligro. El Tribunal Constitucional ha dicho que eso es constitucional, lo que hay que hacer es respetarlo y hacerlo cumplir.
Otro asunto siempre candente es la cuestión territorial.
Los problemas que hoy tenemos en torno al desarrollo autonómico del Estado no están en la Constitución, están, en todo caso, en la voluntad de aplicarla. Es decir, están en la voluntad de entender lo que significa el pluralismo. Porque cuesta muy poco encontrar intervenciones en el Congreso donde se hablaba con toda naturalidad de la realidad plurinacional de España: lo hacían Manuel Fraga, Miguel Herrero, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé Tura, u obviamente yo mismo. Y no pasaba nada. Y ahora parece que decir ‘realidad plurinacional’ sea casi una herejía. Como decía Ernest Lluch: ¿qué habría que decir, ‘nacionalitario’ en vez de nacional? ¿La pluralidad ‘nacionalitaria’? Eso no tiene sentido.
Las últimas encuestas dicen que hay no pocos jóvenes que se sienten seducidos por el franquismo, que reivindican esa etapa casi como una nueva forma de rebeldía. ¿Qué le parece?
Que es verdad, y que no lo hemos hecho bien en el ámbito de explicar lo que representó el cambio. Todos esos jóvenes que dicen esas cosas las dicen ejerciendo la libertad que nosotros constituimos para ellos, sin entender que lo que están diciendo puede llevarles a perderla. Y eso no lo hemos explicado bien. Nosotros facilitamos el ejercicio de la libertad, y ellos la usan, lo cual me satisface mucho. Pero lo que a veces ignoran es que, esas mismas cosas que dicen, la historia suele traducirlas en totalitarismos que les niegan esa libertad. Eso hay que explicarlo. La historia está llena de ejemplos, también aquí en España y en Catalunya, de que cuando se frivoliza con la libertad, se acaba perdiéndola.
¿Qué le preocupa más del panorama político actual?
La polarización, que está produciendo lo que es obvio: el crecimiento de los extremos. La polarización solo se mantiene desde una tensión tan permanente que alimenta los extremos. Y eso es un riesgo para la democracia, para la libertad, para el progreso. ¿Qué añoro? El diálogo. Añoro el acuerdo. Que al menos se intente, porque es evidente que no todos estaremos de acuerdo, pero hay que intentarlo, encontrar espacios donde el acuerdo sea posible. Eso es básico. ¿Por qué nosotros, que hicimos un cambio tan espectacular en la historia de España como la Transición, hemos abandonado ese modelo y nos hemos centrado en el ejercicio de definir al enemigo antes que en resolver los problemas de los ciudadanos? Quien propone cualquier cosa, en política de vivienda, por ejemplo… da igual cuánta necesidad haya de resolver el problema: si lo propone el otro, está mal. Eso es poco serio y muy irresponsable.
¿Diría, como arquitecto del sistema actual, que esta crisis es estructural o que podemos salir de ella?
Es muy importante levantarse cada mañana siendo optimista. Yo me apunto a que podemos salir de ella. Pero no se resolverá sola. Hay algo muy curioso que está pasando en España y, en cierto modo, también en Europa: antes, la conflictividad estaba en la base de la sociedad y se trasladaba hacia arriba, hacia el poder. Ahora es al revés: hay mucha más tensión arriba que abajo. Y eso es muy grave, porque no debería costar tanto llegar a acuerdos. Una de las grandes aportaciones de la Constitución de 1978 fue establecer como valor fundamental el pluralismo político. Cuando dices que el pluralismo político es un valor fundamental, estás aceptando que tienes que pactar. Lo que no puede ser es creer que cada uno, con su parcela, tiene suficiente. El progreso siempre está en los términos medios. El ‘todo o nada’ es dramático.
¿Cree que con redes sociales habría sido posible hacer la Transición?
Seguramente sí, porque las redes sociales entonces nos habrían ayudado, porque existía un sentido de responsabilidad muy colectivo. Hay una anécdota que siempre cuento: mientras hacía la Constitución, a veces cuando volvía de Madrid iba a ver a Tarradellas, al Palau de la Generalitat, para explicarle cómo iba el proceso. Una noche, en diciembre del 77, salgo de allí hacia la una de la madrugada, estaba oscuro, mal iluminado, y yo iba andando hacia la plaza de Sant Miquel para buscar el coche. Entonces se me acerca de frente un hombre. Yo iba solo, él también. Nos fuimos acercando hasta quedar cara a cara. Él debió de ver en mi cara cierta preocupación, y me dijo: “Señor Roca, no se preocupe. Solo quiero pedirle una cosa: esto, esta vez, tiene que salir bien”. Era un hombre del pueblo, corriente, con sus problemas. Ese deseo fue fantástico. Eso es lo que la gente quería entonces. Yo siempre digo que nosotros no escribimos la Constitución, no es verdad: la escribió la gente. Nosotros poníamos la mano y la pluma, pero se escribía sola, porque escribíamos lo que la gente quería.
"Nosotros no escribimos la Constitución, la escribió la gente"
¿La Monarquía puede seguir teniendo hoy un papel como factor de equilibrio?
Ese es un tema delicado. Pero, en la larga lista de problemas que los ciudadanos identifican, la forma de Estado hoy prácticamente no aparece. Por tanto, yo prefiero refugiarme en el concepto de respeto institucional. A partir de ahí, el futuro dirá lo que quiera la gente. Pero hoy no creemos un problema donde no lo hay. La democracia tiene mucho de institucional, y cuando las instituciones no se asumen, la democracia chirría.
¿Por qué cree que hoy el consenso se percibe casi como una debilidad?
Porque no hay argumentos para defenderlo. El consenso requiere que yo tenga argumentos y tú también, y que discutamos con argumentos. Cuando no generas argumentos porque no puedes debatir, prefieres la simplicidad de decir 'con ese no pacto'. La fundamentación de la discrepancia ha desaparecido y solo queda la discrepancia, y eso es una gran debilidad. Es un estilo que contamina, y los precedentes históricos de algo parecido nunca acabaron bien. Nunca.
¿Cree usted que el espíritu de la Transición, esa voluntad de encuentro y de pacto, sigue vivo en algún rincón de la política española?
Hay un reconocimiento bastante general de que aquello se hizo bien. Y percibo cierta nostalgia de aquella época. Y creo sinceramente que recuperar los modelos que hicieron posible todo aquello no solo tendría recompensa, sino que es absolutamente necesario si queremos que los extremismos no se impongan. Está pasando algo curioso, no diremos nombres ni partidos: para minimizar a los extremistas, se discute en su propio terreno, y eso lo único que consigue es engordarlos y que ganen ellos.
Usted nació en el exilio, en Burdeos. ¿Qué le parece el debate sobre endurecer las condiciones para la inmigración?
Me parece, fundamentalmente, muy triste. Porque es evidente que la inmigración comporta problemas, pero si alguien no puede invocar eso somos precisamente los países, como Catalunya, de frontera y de marca. Nos hemos hecho con la inmigración. Seguro que trae problemas, seguro, pero tenemos que saber resolverlos de manera integradora. Convertir al inmigrante en enemigo acaba debilitando mi derecho. Porque hay una cosa muy de principio: si quiero que mi libertad sea respetada, debo empezar por respetar la libertad de los demás. Si no, esto no funciona.
Y para terminar: si tuviera que definir la Transición en una sola frase, una que resuma su sentido histórico y humano, ¿cuál elegiría?
Para mí, lo más importante de la Transición fue demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de convivir en paz y en libertad.
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