El exministro publica las memorias de sus inicios en política
Federico Trillo: "Feijóo debe reflexionar con transparencia sobre su relación con Vox"
El ex presidente del Congreso y ex ministro de Defensa reflexiona en su última obra sobre la generación de dirigentes del centroderecha que jubiló a Fraga y consiguió derrotar a Felipe González en 1996

Federico Trillo, en su casa. / José Luis Roca
Federico Trillo-Figueroa (Cartagena, 1952) ha sido casi todo lo que se puede ser en la política española. Presidente del Congreso (1996-2000), ministro de Defensa (2000-2004) y embajador en Londres (2012-2017), aunque nunca ha dejado de cultivar su oficio de jurista (jurídico de la Armada y letrado del Consejo de Estado, donde fue número 1 de su promoción) y su pasión por la escritura, con una obra en la que se cuentan algunos libros sobre Shakespeare. Ahora regresa a las librerías con 'Memorias de anteayer', una obra publicada por Deusto cuyo subtítulo sintetiza a la perfección la obra: 'De cómo una generación refundó el centroderecha español y llevó al PP al Gobierno'. La generación de los Aznar, Ruiz-Gallardón, Rato, Cascos o Loyola de Palacio, ya fallecida, que de alguna manera tuvieron que matar al padre, Manuel Fraga Iribarne, para lograr sus propósitos.
Trillo recibió a EL PERIÓDICO, del Grupo Prensa Ibérica, el pasado viernes en su domicilio en el centro de Madrid, rodeado de una imponente librería, y de recuerdos como una foto de la bandera de España ondeando en el islote de Perejil, una crisis que vivió al mando de Defensa junto a Aznar, en una legislatura particularmente convulsa, con el accidente del Yakovlev-42 y la guerra de Irak. Pero en su libro habla más de los orígenes de ese Gobierno, y de los suyos personales.
La política le viene a usted de cuna, y la relación con Manuel Fraga de muy joven.
La vocación política la tengo por mi padre, cuando fue nombrado alcalde de Cartagena, yo tenía entonces ocho años. Él había sido compañero de estudios en Santiago de Compostela de Fraga, que fue uno de sus valedores en la tímida apertura del régimen del año 59, le nombran un año después. Cuando luego mi padre marcha a cuatro gobiernos civiles, Fraga siempre le visitaba, y me hacían salir a mí a saludar por ser el varón mayor, como repelente niño Vicente [sonríe] con catorce o quince años, y Fraga me examinaba. Me preguntó si hablaba inglés y francés, le dije que inglés sí pero francés no, y me dijo que tenía que aprenderlo y me mandó un libro de lectura veloz. Y años después se acordaba de aquellos encuentros, y había seguido mis oposiciones, y me llamó en 1982 para dirigir la asesoría de la Coalición Popular, que era el único elemento orgánico común a los tres partidos que la conformaban: Alianza Popular (AP), Partido Demócrata Popular (PDP) y el Partido Liberal.
Ahora entramos en eso, pero usted tiene en su biografía episodios previos interesantes, como que asistió al juicio del 23F como jurídico de la Armada, e incluso antes de la intentona golpista fue testigo de un duro enfrentamiento entre el vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado y el general progolpista Juan Atares Peña, al que años después asesinó ETA.
Sí. Fue un embrión de lo que luego fue el enfrentamiento, cada vez más acusado, entre el Gobierno y un sector no menor de las Fuerzas Armadas. Ese distanciamiento solo lo mantenía el magnífico temple de Don Juan Carlos. Viví en directo aquel incidente. Luego en Campamento [las instalaciones de la Armada en Madrid donde tuvo lugar el juicio militar a los golpistas] ya era letrado del Consejo de Estado y los jefes de Estado Mayor me pidieron que siguiera el juicio porque había publicado una serie de artículos en ABC explicando cómo era un procedimiento de ese tipo. Estuve en todas las sesiones.
Luego, en la casación de la sentencia ante el Tribunal Supremo (TS) estaba, junto a Luis Burón Barba, a la sazón fiscal general del Estado, y como teniente fiscal del TS Cándido Conde-Pumpido Ferreiro, padre del hoy presidente del Tribunal Constitucional (TC).
La sentencia del TS sobre el 23F es muy importante, porque fija la doctrina sobre los límites a la obediencia debida, que no pueden nunca alegarse como causa de exclusión de la culpabilidad, cuando son órdenes manifiestamente contrarias a la Constitución, como eran las órdenes del 23F. Esa sentencia marcó un hito en la supeditación de los militares al poder civil.
Asistí a todas las sesiones del juicio del 23F, la sentencia del TS fue muy importante para establecer la supeditación del Ejército al poder civil
Un profesor de la Universidad de Murcia le consideraba a usted un "rojo peligroso". ¿De verdad?
[Sonríe] Me entraban en la habitación algunos exaltados de la dirección del colegio mayor, y miraban mis libros que traía del aprendizaje de la filosofía política en Salamanca, en la cátedra de Enrique Tierno Galván, que eran de la escuela de Frankfurt, Adorno, Habermas [Jürgen], que entonces fue un gran descubrimiento. Y me decían que tenía enfermedades contagiosas. Y luego tuvimos un enfrentamiento con un grupo de ultras y pasamos la noche en comisaría, y cuando me soltaron resulta que estuvieron a punto de procesarme, hubo una denuncia ante el Tribunal de Orden Público (TOP), y entonces el rector, que era consejero del Reino, me recomendó ir a Salamanca, y mi padre me arregló los papeles para salir airoso de aquel incidente. Lo cuento porque creo que es revelador de la España de la pretransición... A mí me coge en la carrera, con una universidad muy convulsa, que empezaba a ser un termómetro de la necesidad del cambio. Y en eso no se podía quedar uno aparte.
La oposición a Felipe González
Llega a esa asesoría del grupo en el que estaba AP, que había logrado 107 escaños y se consolidó como primera fuerza de la oposición a Felipe González, y entra en contacto con una generación que, incluido usted, marcará la historia del centroderecha. Entre ellos un tal José María Aznar.
José María se definió en el primer encuentro que tuvimos con una frase que recojo en le libro. Él nos dijo que su abuelo, una figura clave [Manuel Aznar, periodista que dirigió La Vanguardia y que fue embajador durante el franquismo] le dijo: 'Tú, en política, mucho de aquí (señalándose la nariz) todo de aquí (señalándose la oreja) y nada de aquí (señalándose la boca)', y efectivamente, ese ha sido su proceder siempre. Es hombre de pocas pero certeras palabras. Pero es verdad que sus primeras intervenciones en los plenos parlamentarios no fueron muy destacables, pero sin embargo, hizo una gran tarea en cuestiones como el primer proyecto de ley de comparecencias en comisiones de investigación, fíjese qué de moda se ha puesto eso hoy.
Pero alguien que no lucía en primera línea no parece el indicado para ser jefe de filas.
Nosotros le llamábamos el serpha, porque era alguien que sin decir mucho marcaba el camino.
Sin embargo, Fraga apostaba por Isabel Tocino, que luego fue ministra de Medio Ambiente en el primer Gobierno Aznar. Usted y otros, como Cascos y Rato, le convencen en una célebre excursión a Perbes de que sea Aznar, que ya era presidente de la Junta de Castilla y León.
Fraga quería mantener a Aznar en la reserva, para garantizar Castilla y León, y quizás experimentar con Isabel Tocino, diciéndonos que tenía medio millón de votos más que Aznar. Nosotros le hicimos ver que no era momento de guardar ninguna reserva, sino de jugar con nuestra mejor baza, y que Tocino estaba menos experimentada, no tenía un apoyo territorial y podía esperar.
La política deja estrellas y estrellados. Usted intenta desagraviar en el libro a Luis Ramallo, alguien muy importante en aquella AP de la oposición que luego no jugó ningún papel relevante en el Gobierno.
Me alegra que me dé la oportunidad de reivindicar su figura, porque fue decisivo. Si no hubiera existido, el PP tendría que haberlo inventado. Fue el gran ariete contra la corrupción socialista, desde casos que podrán considerarse menores, como el de Pilar Miró en TVE, el caso Juan Guerra, Carmen Salanueva en el BOE y luego los grandes casos como Filesa, Roldán o los fondos reservados. Él tenía grandes contactos con los servicios de información de la Policía y la Guardia Civil, o incluso extranjeros. Hizo un gran esfuerzo personal, porque él era corredor de comercio y notario en Madrid, pero no se le reconoció.
En el libro sostiene que la derecha, que venía del franquismo, entendía "la organización partidaria más en la línea maurista de la 'revolución desde arriba' que en el trabajo de campo con la militancia". Ustedes cambiaron eso.
Costó mucho cambiar la mentalidad de un grupo parlamentario que un 80% pertenecía a lo que podemos llamar la vieja derecha. Pero creo que nosotros, cada uno en su puesto, hizo lo adecuado, éramos gente sin pasado político, con sus profesiones cuajadas... este es un factor nada desdeñable de aquella generación, de manera que podían llegar a la política, aportar y volver a irse, no tenía que depender de ella. Eso le pasaba a Isabel Tocino, doctora en Derecho nuclear, a Álvarez Cascos, que era ingeniero... la gente tenía esa libertad.
Eso ahora no pasa.
Ni en el PP, ni en el PSOE, ni en Vox, que es un partido desglosado del PP, pero mucho más joven, y ya está esclerotizado en sus estructuras. ¿Por qué? Porque quienes llegan lo hacen sin trayectoria profesional previa, y en fin... no quiero entrar en si llegan con la primera hipoteca firmada y la familia hecha, ¿no?, pero lo cierto es que llegan muy jóvenes y se les adjudica responsabilidad. En el PP por la cuota de Nuevas Generaciones, tanto en la representatividad en los órganos internos como en las listas electorales. A mí me parece un serio error que traté de corregir los cuatro congresos nacionales que fui ponente de estatutos, pero que sigue vigente y que explica en buena medida, sin señalar a nadie porque hay notabilísimas excepciones, esa ley de hierro de los partidos, que se está dando hoy en España.
Sin exacerbar la nota, usted es muy crítico con Fraga. Nadie duda de que su gran error fue la abstención en el referéndum de la OTAN, del que el año que viene se cumplirán cuarenta años. ¿Le pudo el ansia por infligir una derrota a González?
No. Creo que fue un error inducido. Fraga tenía una apariencia fiera y un fondo de escasa resistencia cuando se trataba de lealtades personales, o políticas. Al error de la OTAN le indujeron los líderes del PDP, Óscar Alzaga y Javier Rupérez, y alguno de los liberales, y desde luego no Miguel Herrero de Miñón, al que se acusó de ser uno de los inductores, pero no lo fue. El episodio sacó lo peor de su carácter, y de su personalidad, que eran las malas pulgas. Le colgó a Margaret Thatcher el teléfono, según me confesó posteriormente, cuando fui el director de su gabinete, y no quedó bien con los republicanos de EEUU. Eso nos costó mucho. Ahí empieza su decadencia, se dio cuenta de que su techo electoral pesaba no solamente sobre él, sino sobre el partido.
Fraga tenía una apariencia fiera y un fondo de escasa resistencia cuando se trataba de lealtades personales
Ahora que cita a Thatcher, ¿fue otro error de Fraga no ver que en el mundo conservador había una revolución encabezada por ella y por Ronald Reagan?
Eso es una gran observación. Efectivamente. Fraga es el inventor del centro político en España, que nadie se escandalice con esto, él ya lo había planteado viviendo Franco. Luego entiende que se le ha hurtado eso por parte de Suárez y de la UCD y siempre tiene nostalgia de eso. Observa que el partido popular europeo es el de las masas que han conseguido redimirse de su pasado autoritario en Italia y en Alemania, la Democracia Cristiana y la CDU, y se quiere poner en esa línea. Pero no se da cuenta de que estas formaciones están ya en decadencia y que la nueva ola es el liberalismo, la escuela de Chicago en Economía, los reaganomics, las iniciativas de Thatcher sobre vivienda... en fin, todo lo que ha sido la revolución liberal conservadora de los últimos cincuenta años. Y eso Fraga no lo ve.
Mutatis mutandis, ahora hay una transformación profunda en la derecha mundial, y sus principales protagonistas, Trump, Meloni, Le Pen... son socios de Santiago Abascal, no de Alberto Núñez Feijóo.
Sin duda es un proceso a reflexionar. Haría muy bien, creo que lo está haciendo, el Partido Popular pero sobre todo Feijóo. Yo soy partidario de que reflexione, además, con transparencia. De que se reúna con Abascal, y que hablen de los asuntos en los que están de acuerdo y en los que no. Sánchez saldrá, es ineluctable, de propio pie o conducido, y en ese momento hay que tener preparadas las ideas, los programas y las personas para gobernar.
Entonces es partidario de una coalición con Vox.
No, no, no... Las fórmulas de gobierno, ese es otro tema. No es justo aislar a Abascal, pero se está encerrando en unos colaboradores muy lejanos a la realidad y de un radicalismo inadmisible para el votante de centroderecha.
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