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HIJOS DEL EXILIO (I)

Constanza Tobío: "Además de los que se fueron, hubo un exilio interior de los que se quedaron"

“Reconocer el daño causado es un acto de limpieza espiritual. Guardarlo deja una herida interna en la sociedad"

Constanza Tobío, Premio Nacional de Sociología en 2021 e hija de padres exiliados.

Constanza Tobío, Premio Nacional de Sociología en 2021 e hija de padres exiliados. / José Luis Roca

Ana Cabanillas

Ana Cabanillas

Madrid
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Constanza Tobío (Montevideo, 1954) heredó el exilio de sus padres. "Yo no me exilié, nací en el exilio". Su padre, Luis Tobío, era diplomático de carrera y secretario general del Ministerio de Estado de la República, y su madre, María del Carmen Soler, estudiante universitaria. Ambos huyeron de España cuando la Guerra Civil ya agonizaba. Desde Barcelona, donde se había replegado el Gobierno republicano, pusieron rumbo a Francia el 26 de enero de 1939. Se habían casado el día de antes.

La llegada a Francia no fue sencilla. Mientras su padre, gracias a su pasaporte diplomático, pudo seguir trabajando para la República hasta mediados de febrero, cuando se disolvió el ministerio, su madre fue amenazada con ir un campo de concentración. No tenía documentación válida: solo un certificado de matrimonio que las autoridades francesas rechazaron. Aquella joven de 21 años, nacida en Uruguay, logró salvarse gracias a su partida de nacimiento y a la colaboración de algunas embajadas. Consiguió un pasaporte uruguayo y un salvoconducto que le permitió evitar la deportación.

Después del revés inicial, iniciaron una travesía que les llevó a Nueva York, La Habana o México, donde Luis Tobío -uno de los intelectuales del autonomismo gallego- trabajó en un colegio republicano. Los problemas de salud derivados de la extrema altitud, sin embargo, los obligaron a buscar un nuevo destino. Uruguay se convirtió entonces en su patria durante más de veinte años. En Montevideo volvieron a encontrar la estabilidad y el padre de familia trabajó para laboratorios Roche, una multinacional que años después, en los 70, le ofrecería la posibilidad de hacerse cargo del negocio en España.

Sólo entonces la familia regresó en 1962, aprovechando que habían prescrito los cargos contra su padre. Constanza Tobío tenía entonces ocho años. El desembarco en una España franquista no fue fácil. Aunque su padre no fue perseguido, su madre tuvo que someterse a numerosos interrogatorios en el Tribunal de Represión del Comunismo y la Masonería, en un chalet "clandestino, sin placas por fuera", que su hija sitúa en la madrileña calle de General Oraá. ¿El motivo? La denuncia por masonería que pesaba sobre ella desde su etapa universitaria por organizar actividades en colaboración con cuáqueros norteamericanos, durante la guerra. Aquel tribunal fue disuelto poco después, en 1964, y cesaron las citaciones.

Permiso de residencia de Luis Tobío en Méjico como asilado político, 27 abril 1949

Permiso de residencia de Luis Tobío en Méjico como asilado político, 27 abril 1949 / CEDIDA

Tobío creció consciente de que su infancia uruguaya era, en realidad, la consecuencia de una herida española. Su educación en colegios laicos y bilingües la mantuvo alejada de la tradición que le asfixió al llegar a España: “Era consciente de que éramos distintos". En su etapa universitaria fue militante antifranquista y recuerda la muerte del dictador como "uno de los días más felices de mi vida".

En 2021, Constanza Tobío recibió el Premio Nacional de Sociología. Catedrática emérita en la Universidad Carlos III, está centrada en investigar el gran cambio de modelo social tras la incorporación de la mujer a la actividad laboral. Una trayectoria que ella misma explica en su propia historia familiar: "Siempre tuve un agudo sentido de la injusticia social y esto tiene que ver con mi familia. que eran muy de izquierdas y muy críticos. Y eso fue lo que me indujo a estudiar Sociología".

"Responsabilidad de memoria"

El exilio, dice, "se hereda como responsabilidad". Y una parte de esa responsabilidad la ejerció en 2023, cuando publicó una novela autobiográfica que había escrito su madre en los años setenta y que logró sacar a la luz cinco décadas después bajo el título Jimena. Vida de una refugiada (Renacimiento). “Fue su manera de contar lo que había vivido, lo que había perdido”, explica. Así, advierte de que "hay una responsabilidad colectiva de memoria en este país que ahora se está ejerciendo, pero también una responsabilidad personal". Tobío participa en la Asociación de Descendientes del Exilio Español, desde donde aboga por la memoria como reparación colectiva.

El olvido fue un error profundo", reflexiona. "Se quiso construir una nueva España olvidando las tragedias del pasado", algo a su juicio "era comprensible en aquel momento histórico": "Los años 70 y 80 fueron de eclosión y alegría, pero también de silencio. Había un deseo de mirar al futuro sin hablar de lo triste". Un silencio que, lamenta, sigue pasando factura a día de hoy: "Pero fue un error, porque eso seguía ahí, en la memoria de muchísima gente: no solo de las víctimas, sino también de quienes habían participado en la dictadura, muchos por temor o por silencio. El silencio no sana; deja la herida abierta”.

Constanza Tobío, premio nacional de Sociología e hija de exiliados.

Constanza Tobío, premio nacional de Sociología e hija de exiliados. / José Luis Roca / EPC

La catedrática cree que recordar es una forma de justicia, no solo para las víctimas, sino también para quienes participaron del franquismo: “Reconocer el daño causado es un acto de limpieza espiritual”. Algo que considera necesario también para permitir avanzar: "Guardarlo deja una herida interna en la sociedad. Vemos descendientes de torturadores o golpistas que intentan legitimar a sus antepasados, y eso no es bueno para un país. Por eso es tan valioso el ejercicio de memoria que ahora se hace, como en Argentina, Chile o Alemania tras la guerra".

Tobío advierte ahora de que "entramos en una etapa peligrosa en la que se miente sobre el pasado". "Cada vez más se oyen discursos que tergiversan lo que fue el franquismo, que lo presentan como un régimen autoritario donde se vivía cada vez mejor, que ‘no fue para tanto’. Pero sí lo fue". La socióloga recata el concepto acuñado por Miguel Salabert, el "exilio interior" que vivió "la gente corriente que vivió en esa España represora". "Muchos no pudieron huir y vivieron décadas de miedo, de silencio", reflexiona. "Hubo un exilio interior que afectó a muchísima gente y hay que recordarlo, también forma parte del ejercicio de memoria".