El mapa español de la industria de defensa (IX)
Madrid, centro gravitatorio del rearme, acumula la mitad del PIB industrial relacionado con el gasto militar
Castilla-La Mancha: el rearme a 4.000 kilómetros del Donbás
Catalunya: ingenio civil que encuentra clientes militares

Un técnico de Airbus, en la factoría de cazas Eurofighter de Getafe (Madrid) / Airbus


Juan José Fernández
Juan José FernándezReportero
Redactor Jefe.
Profesor en el Master de Periodismo Avanzado – Reporterismo de la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna (Universitat Ramon Llull).
Diplomado por el CESEDEN en Altos Estudios de la Defensa Nacional.
Fue jefe de Información y Reportajes y jefe de Redacción de la revista Interviú durante 19 años.
En el Madrid del final de los 80, había días en que el joven Ángel Escribano Ruiz agarraba la bici y se iba desde Coslada hasta Getafe, a ver si encontraba trabajo en la factoría de aviones CASA, la vieja Construcciones Aeronáuticas SA. Son 24 kilómetros, menos de una hora, poca cosa para un chaval de 19 años que también aspiraba a convertirse en ciclista profesional.
Aquel pedaleo del que hoy es el principal ejecutivo de la industria española de defensa es parte de las leyendas que surgen cuando se junta gente del negocio. El trayecto Coslada-Getafe es una medida cada vez más pequeña en la cada vez más grande trama metropolitana de Madrid. Es una escala en el mapa de un sector en el que la distancia física a menudo es más corta que la humana, como la que media entre el presidente de Indra y su hermano Javier Escribano, al frente de Escribano Mechanical & Engineering, empresa fundamental del armamento, que a su vez es accionista de Indra con un 14,3%.

La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, con los hermanos Ángel y Javier Escfibano en una visita a la planta de la firma de armamento en octubre de 2024 / EM&E
Los dos hermanos se sientan en dos despachos sin los que no se puede entender esta industria y esta época. Descifrar claves en la era del rearme es el objetivo de este serial de radiografías elaboradas por los diarios del grupo Prensa Ibérica.
Centro gravitatorio
La secretaria de Estado Amparo Valcarce tiene abocetado un mapa político con cuatro corredores industriales de la defensa: el Norte, que va de Ferrol hasta Zaragoza; el corredor Sur, entre Huelva y Jaén; el Centro-Mediterráneo, de Cartagena a Segovia, y el de La Plata, que empieza en Asturias y acaba en Sevilla.
Pero Madrid se sale del mapa, es un corredor en sí mismo, el centro gravitatorio. De los 19.688 millones de euros que pesan la seguridad, la defensa, la aeronáutica y el cosmos en el PIB español, Madrid aporta casi la mitad: 8.263 millones, según datos de un informe realizado en 2024 por la consultora PWC para la patronal TEDAE. La actividad en Madrid supone un 54,86% del PIB industrial regional y emplea a 84.583 personas.
Hacer de cicerone en el territorio en que hormiguea esa multitud es recorrer una línea recta, que básicamente abarca desde el despacho de Ángel Escribano en la sede de Indra en Alcobendas, al borde de la opulenta urbanización de La Moraleja, hasta los hangares de la planta de Airbus-Getafe, en el populoso sur industrial, el Gran Madrid que se derrama hacia Toledo.

10 de enero de 2024. Indra sube en bolsa al llegar a la presidencia Ángel Escribano. / Altea Tejido EFE
Esa línea tiene dendritas extensas, una hacia el corredor del Henares, donde Escribano M&E fabrica armas autónomas. “Estaciones remotas” las llaman los militares, y Guardian y Sentinel las han bautizado sus creadores. Disparan solas, guiadas por un ojo robótico.
Otra ramificación tira para Aranjuez, al borde del campo de Ontígola, donde Indra mantiene una planta centenaria. Dentro, en una sala limpia, nacieron los microcircuitos con que opera a 36.000 kilómetros de la Tierra el satélite SpainSAT NG. Y entre sus muros se desarrollan también sistemas de aviónica y defensa electrónica que monta el Eurofighter.
Una ciudad en la ciudad
Ese caza europeo, grande, esbelto y picudo como un avispón, tiene un gran nido en el sur de Madrid. Cada día, según se suceden los turnos, el vestíbulo de la estación de Cercanías Getafe Industrial y las rotondas adyacentes al paseo John Lennon se llenan de gente. Son los 9.000 empleados de Airbus-Getafe, la mayor planta industrial del país. No hay que irse a la España vaciada para encontrar localidades con menos vecinos.
Entre la masa de trabajadores se mueven cada año 200 estudiantes universitarios en prácticas, y más de 150 de Formación Profesional. Dicen en Airbus que su firma es “una empresa tractora” de crecimiento y empleo, ya con 2.500 puestos más de los que tenía antes de la pandemia de covid, todos muy ligados a la marca: su nivel de abandono de la empresa es del 2,1%.
Pero no se mide solo en 9.000 nóminas mensuales el impacto social de los talleres donde se hacen estructuras del Eurofighter, partes de satélites, estabilizadores de cola de los grandes aviones de carga A330, o los MRTT de aprovisionamiento a cazas, las gasolineras del aire. La factoría que hace 100 años era CASA irradia 38 acuerdos de colaboración con centros de formación, de los que 20 son con universidades como la Politécnica de Madrid, la Carlos III, la de Sevilla o la Camilo José Cela.
Muchas cosas convergen hacia Getafe. Calculan allí que de los 60.000 empleos indirectos que genera la compañía, 40.000 orbitan ese punto fabril del sur de Madrid.
Políticos y militares
Una compañía con boinas granates y banda de música suele formar en el granítico patio de honores del Ministerio de Defensa cuando la titular de la cartera, Margarita Robles, recibe visitas oficiales. Por ahí han pasado ya revisando tropas dos ministros ucranianos durante la guerra.
Tras las ventanas que dan al recinto y al Paseo de la Castellana se afanan funcionarios, tramitadores de licitaciones, certificadores, analistas de la amenaza... y el núcleo de decisión que integran tres direcciones generales: la de Recursos Económicos, la de Estrategia e Innovación y la de Armamento y Material, que en la industria llaman familiarmente “la degam”.

Un soldado y su dron en el campo de pruebas del Regimiento de Artillería Antiaérea 71 de Fuencarral / JJF
Esa sede es una chincheta grande en la línea vertical del mapa, que entre Alcobendas y Getafe recorre una Castellana repleta de política de Defensa. Al norte del todo, la base de El Goloso, donde duermen los carros Leopard de la Brigada Guadarrama. Descendiendo hacia el sur, el RAAA 71, regimiento de artillería antiaérea de referencia para las pruebas y pesquisas que el Ejército hace en la guerra de drones. Seguidamente, en Chamartín, la Jefatura de Apoyo Logístico de la Armada. Más abajo, junto al complejo de Nuevos Ministerios, el Estado Mayor de la Defensa y el centro de estudios CESEDEN. Abajo, junto a la Cibeles y el Banco de España, los cuarteles generales de la Armada y del Ejército.
La plaza es una metáfora en sí misma, la expresión de un aserto circular que soltaba, volando sobre el Atlántico, un oficial de la Armada integrante de la comitiva de Defensa que en enero viajó a Cabo Cañaveral para asistir al lanzamiento del SpainSAT NG 1, el proyecto satelital militar español de los 2.000 millones de euros: “Sin ejército no hay disuasión; sin disuasión no hay tranquilidad; sin tranquilidad no hay prosperidad; sin prosperidad no hay dinero; sin dinero no hay armas; sin armas no hay ejército...”
Padre y madre a la puerta
Ni las magnitudes de Airbus ni las moquetas ministeriales completan el retrato de esta industria en Madrid, en el que menudean los detalles de modestia. Ángel y Constancia, el padre y la madre de Ángel y Javier Escribano, regentaban un taller de tornillería en Coslada, al lado de San Fernando, y no lejos de una histórica base de los paracaidistas en Alcalá. En marzo pasado, cuando el hoy presidente de Indra compareció en el Congreso ante la Comisión Mixta de Seguridad Nacional, les contó a diputados y senadores una anécdota castiza. Siendo comercial del taller, que había ido creciendo con encargos militares, tiraba de picardía cuando visitaba a clientes: “Llevaba un coche malillo, porque si me veían con uno muy bueno podían pensar que les cobrábamos demasiado”.

Un trabjador de Escribano M&E pule una pieza en una cabina de chorros. / EM&E
Hoy la empresa que gobierna su hermano Javier factura 300 millones al año, tiene 1.400 empleados, de los que 1.200 pululan en los cuatro edificios de la sede en Alcalá de Henares, y se ha expandido por Córdoba, Linares (Jaén), Asturias y Huesca. No preside la sede algún imponente mural de un artista internacional, sino dos pequeños bustos en bronce oscuro de Constancia y Ángel, el padre y la madre.
Indra, la empresa que rige el hermano mayor, tiene 34.562 trabajadores en contratos civiles y militares por toda España, una legión de ingenieros. Los muchos que trabajan en Madrid, en Coslada o en Aranjuez se diluyen en la trama de más de tres millones de habitantes, pero “es poca la gente de Madrid que no tiene un conocido, un amigo o un pariente que trabaje en Indra”, dice un ejecutivo de la central.

Indra Group
Sobre ese contingente reina la discreción. Una gran parte del personal precisa pasar los controles para conseguir estrictas certificaciones de seguridad. Salen productos delicados de sus manos: los radares y sistemas de defensa electrónica que, desde Torrejón de Ardoz, se han exportado por todo el mundo, o los simuladores de vuelo de aeronaves, que se hacen en Coslada y permiten formar pilotos con un importante ahorro a los ejércitos.
Esta misma semana, en la base de las Fuerzas Aeromóviles del Ejército, entregó Indra a la ministra Robles el último, una semiesfera en cuyo interior se vive la experiencia de pilotar un helicóptero de carga Chinook.
Gaudeamus igitur
Indra compite con otras firmas en la caza de talento universitario. El conocimiento es en la defensa un insumo más valorado que la dinamita. Madrid no es California, pero tres de sus empresas punteras en tecnología de defensa parten de alianzas estudiantes.
Hay una que comenzó en un garaje, a la californiana, pero no en Los Altos de San Francisco, como Steve Jobs, sino en San Blas-Canillejas, distrito de Madrid. Esa dependencia familiar fue la primera sede de los hermanos Alfredo y Alberto Estirado. En 1989 acababan de volver de Estados Unidos, de estudiar en la Kent State University administración de empresas e informática. Alberto había ampliado con un master en Harvard y estudios de postgrado en el MIT. Aún no había ordenadores en las oficinas cuando los Estirado indagaban en redes informáticas y de comunicaciones. Fue cuando fundaron TRC.
La compañía ahora surte al Ejército de 14 sistemas CERVUS para combatir a los drones, y a Interior de una inteligencia artificial para análisis de todo lo que pasa por las fronteras de Ceuta y Melilla.

La ministra de Defensa, Margarita Robles, y su homólogo ucraniano Oleksii Reznikov, en una visita de este a Madrid en abril de 2023. / José Luis Roca
Otro milagro madrileño del sector, ART (Advanced Radar Technologies), trabaja desde 2021 para la Armada en un radar de aproximación de objetos hostiles a los buques; para el Ejército, en un radar que permite localizar el origen de fuego enemigo de artillería, morteros o cohetes; para la Guardia Civil, en un radar del sistema SIVE de monitoreo de narcolanchas.
ART es una spin-off de la Universidad Politécnica de Madrid, y un ejemplo de lo que puede dar de sí la contribución de la universidad pública al desarrollo del tejido empresarial. Eran docentes de ingeniería Félix Pérez, Alberto Asensio y Javier Gismero cuando se unieron, en 2010. En 2011 llegó el primer encargo de Defensa. No todo lo que hacen es militar; ósmosis del doble uso: sus radares también monitorean la vida de las aves en parques eólicos.
ART es una idea reciente. Entre las más veteranas hay otra que, además de diseñar equipos del soldado del futuro, y de formar a militares del Ejército del Aire para la defensa espacial, coloca su tecnología en la misión marciana MRS de la Nasa y la Agencia Espacial Europea. Se llama GMV y ya es una multinacional, tiene sede en el pueblo de Tres Cantos, al norte de Madrid, y con 3.500 empleados de 12 nacionalidades en torno a un epicentro: más de la mitad de los 8.263 millones de PIB de la industria de defensa que se mueven en Madrid son puro sector aeronáutico y espacial: 5.782 y 1.307 millones respectivamente.
GMV nació a la sombra de un profesor de la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos madrileña, Juan José Martínez García, ya fallecido. Su hija Mónica rige hoy la compañía.
En 1987 hacía la mili de alférez de complemento cuando ya tenía formado el Grupo de Mecánica de Vuelo. Al volver, fundó la firma que hoy lleva las siglas de aquella asignatura y su exclusivo club de estudiantes. Miguel Ángel Molina era uno de ellos. Hoy director general de sistemas espaciales de GMV, recuerda la pasiòn por el cosmos del profesor: “Cuando nadie aquí estudiaba nada del espacio, él sí lo hacía...”
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