La misión más compleja de Defensa
Operación Falcata: así es la brigada OTAN que manda España en Eslovaquia para disuadir a Rusia
Visita a la base de los 33 de Kuchyna, el eslabón con el mando en Valencia
Los paracaidistas entrenan la guerra urbana en un poblado militar abandonado por Rusia
Juan José Fernández
Juan José FernándezRedactor Jefe
Reportero.
Profesor en el Master de Periodismo Avanzado – Reporterismo de la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna (Universitat Ramon Llull).
Diplomado por el CESEDEN en Altos Estudios de la Defensa Nacional.
Fue jefe de Información y Reportajes y jefe de Redacción de la revista Interviú durante 19 años.
Pequeños grupos de paracaidistas terminan de pintarse de negro y verde la cara, o esperan a pie la orden de partir, con el fusil colgando del torso, bocacha abajo. Los iluminan a ráfagas los faros de los Vamtac, medio centenar de esos vehículos de combate del Ejército que llevan ya un rato con el motor ronroneando, calentándose en medio de la noche en un lugar que llaman Camp Riecky. Gruesas salpicaduras de barro han acribillado ruedas, puertas, capós, acreditando que no es la primera vez que salen a la humedad montuna de alrededor. En la noche del 16 al 17 de octubre, en el campo de maniobras eslovaco de Lešt, arranca Falcata, ejercicio de guerra de lo que la OTAN denomina Multinational Brigade Task Force Slovakia, el despliegue de fuerzas de cinco países aliados que dirige España en el flanco Este y que se ha convertido en el compromiso militar más nuevo y trascendente de cuantos mantiene activos este país, por encima en magnitud -que no en lo delicado de su situación- de la misión de cascos azules en el Líbano.
Suben a sus puestos los tiradores de la ametralladora pesada que corona a sus Vamtac. Detrás, pelotones de cinco infantes esperan a que se ponga en movimiento el escuadrón, callados, con el casco calado y el chaleco antifragmentos rodeándoles el tórax. Hay un ambiente eléctrico de radios gorgojeando cuando llega la orden, y, con un estruendo de rugidos de motor, salen a la batalla cuesta abajo, a desperdigarse por la oscuridad de un enorme bosque entre robles, arroyos, herbazales y fango.
Planteamiento de la maniobra: una fuerza enemiga (les toca a los checos hacer ese papel) ha penetrado en la zona tomando localidades por el norte, con blindados e infantería a bordo de BMPs -los mismos vehículos de combate de infantería que traían a los soldados rusos a Ucrania-, y corresponde a españoles, eslovacos, eslovenos y portugueses de esta brigada OTAN salir, contraatacar “empujarlos al norte hasta restablecer el status quo”, explica el teniente coronel Juan José Pereda, originario del norte de Burgos, “la zona más fresquita”, veterano de la evacuación de Sudán en 2023 y ahora, pasado un año, jefe del grupo táctico multinacional que entra en batalla.
El ejército español tiene encargada por la OTAN la dirección de la brigada con que la Alianza Atlántica, en este punto de Europa, trata de disuadir a Rusia de cualquier tentación agresiva más allá de Ucrania. La frontera con el país invadido por Putin queda a dos horas y pico de coche, y a menos de 300 kilómetros, a retaguardia, están Bratislava y Viena.
Mirando a Rusia
Nadie entre los militares españoles a pie de campo menciona a Rusia mientras se pierden los Vamtac en la oscuridad. La OTAN sí lo hace sin ambages en sus papeles. Y hay detalles en este ejercicio que recuerdan a la batalla de Irpin y la guerra ucraniana, no solo en el planteamiento de la agresión, también en las húmedas llanuras y los bosques cerrados, morada de osos y ciervos, que son el teatro de operaciones. Por no faltar, no falta el reto del barro, la raputitsa que, a partir del otoño, comienza a clavar a los vehículos pesados en el frente del Donbás.
Pereda explica por qué han bautizado con el nombre de una espada íbera a la operación: “Bueno, venimos de ahí, y de íberos a almogávares… Somos almogávares".
Una bandera paracaidista de la Brigada Almogávares, la Roger de Flor, es el grueso de los 1.100 militares de Eslovaquia, Eslovenia, Chequia, Portugal y España integrados en este contingente, al que pronto se añadirán soldados norteamericanos y rumanos. Es una fuerza que pasaría a 60.000 efectivos en solo diez días si las cosas se pusieran mal. España aporta la mayoría de momento, 800 hombres y mujeres de los regimientos Nápoles y Lusitania, llegados de Paracuellos (Madrid) y Marines (Valencia) y puestos al mando del coronel Francisco Calvo. Es la más nutrida misión internacional del Ejército, y no solo por su personal, también por los medios que desplaza a cuatro áreas del campo de maniobras, Kosova, Slavia I, Slavia 2 y Riecky, que sirven de base a la Brigada.
Examen en noviembre
En una pradera han situado los artilleros una batería bajo el mando del capitán José Antonio Mochón, de 31 años, que se estrenó de teniente en 2020 cubriéndose la cabeza con la boina azul de la ONU en el Líbano. Habla Mochón de su piezas, tres cañones L-118 del calibre 105, que alcanzan objetivos a entre 10 y 17, o hasta 21 kilómetros. “Depende de la munición”, aclara con acento del sur. Es de Chauchina, en la vega de Granada, al lado de la lorquiana Fuente Vaqueros.
Por detrás se agitan los servidores de una de estas armas, apuntando su boca negra hacia el horizonte. Llegado el momento, el jefe de cada pieza grita: “¡Tres, dos, fue, go” y se cuadra, llevándose la mano a la sien para saludar. Dispara el cañón, lo abren los soldados para que salte la vaina vacía del proyectil, mira uno dentro y grita: “¡Ánima libre!”, y vuelven a cargar. Se pone firmes el jefe, saluda y cuenta: “¡Tres, dos, fue, go!” .
“Se cuadra y saluda en señal de respeto por los que van a morir con el disparo”, explica el teniente coronel Juan Martínez Pontijas, artillero y jefe de Estado Mayor. Dos de sus tres hermanos son artilleros como él; el cuarto se hizo informático; “el listo de la familia”, bromea. Todo transcurre con apresuramiento. El equipo que sirve a cada cañón debe ser capaz de desmontarlo, engancharlo a un vehículo y alejarse de ahí a un punto de reunión a no menos de 500 metros, "todo en menos de ocho minutos -explica Mochón-. Hay que darse prisa, para evitar el fuego de contrabatería". Ocho minutos, quizá menos, podrían tardar en llegar los cañonazos o cohetes de respuesta del enemigo si localiza el lugar desde el que le han disparado primero.
El teniente coronel explica: “La batería nos permite operar con todas las fuerzas internacionales”. Alude a un vehículo que, al fondo, bajo una lona de camuflaje, recibe y transmite mensajes de radio. Si hay una fuerza americana, checa, eslovaca... que kilómetros más allá pide la ayuda de unos cañonazos sobre su enemigo, responderán Mochón y su gente. “La batería permite probar un idioma común entre fuerzas, pues aportamos fuego a todas”, cuenta Martínez Pontijas.
La pradera y el bosque de Lešt son el punto de convergencia del encargo de mayor rango y confianza que han recibido las Fuerzas Armadas de sus aliados. La brigada que dirige España ha pasado la primera evaluación OTAN en octubre, y para noviembre está pendiente la “Evaluación del Grupo Táctico”. O sea, la Alianza certificará su capacidad de combatir a fuerzas rusas en esa zona de la Europa más inquieta con el Kremlin, las hermosas llanuras en torno al Danubio por las que avanzaron los alemanes hacia Ucrania en la II Guerra Mundial, y por donde la URSS devolvió el golpe a Hitler avanzando hacia Sajonia.
Armas nuevas...
Antes de que anochezca, en un puesto elevado observan los mandos de la Brigada Multinacional Eslovaquia un campo de batalla embarrado, flanqueado por bosques dorados por el otoño y ondulado de lomas suaves. Detrás de una se esconde un soldado con un misil Spike al hombro. Cuando lo dispara llega antes la flecha que el sonido de la explosión con que revienta a su objetivo. La Brigada ha conseguido parar el avance de la tropa invasora con un campo de minas. Después de que los Spike hayan destruido a los blindados del agresor, llega el momento de cuatro carros de combate Leopard que suelta Portugal por el campo como si fueran perros de caza. Sus disparos, de fuego real, atruenan toda la escena.
Con el despliegue de paracaidistas, vehículos Vamtac de combate y de reconocimiento y Centauro con su enormes cañones, han llegado a Lešt además tres armas de las más nuevas de que dispone la infantería española. Los misiles Spike, de diseño israelí, están en uso en el Ejército desde 2009, pero hay ahora una partida de 1.680, con 168 lanzadores, que pertenecen a la última generación, la LR2. “Un carro no tiene forma de escapar de esto”, explica uno de los soldados que lo operan.
Cuando salían los Vamtac en la marcha nocturna, otro paracaidista, con un tubo de Spike entre las manos, explicaba: “Cada disparo vale más de 100.000 euros, pero es mucho más caro el carro que destruye…”.
Los paracaidistas están probando en Eslovaquia también el Cervus, un sistema pensado para neutralizar una de las armas que se han vuelto más letales y determinantes en la guerra de Ucrania: el dron. El software y las antenas del Cervus vuelven loco al vehículo aéreo no tripulado, le obligan a parar, a entregarse… o a volverse contra quien lo envió. Esta arma de defensa antiaérea, de creación española, es capaz de autoprotegerse generando una burbuja electromagnética en torno a sí misma.
Kilómetros atrás de donde el Cervus otea el horizonte, en la zona donde el Ejército ha instalado una base logística, un grupo de militares llegados de Zaragoza habla apasionadamente de su última máquina, la que está haciendo que no sea necesario pedir y esperar la llegada de tuercas u otras piezas para sustituir a las averiadas, pues las fabrica ella misma.
Es una impresora 3D cuyo proceder es materia de alto secreto. La fabrica Meltio, una empresa de Linares (Jaén) por la que se han interesado en el Pentágono y en la industria de Defensa de Estados Unidos. Pero de momento solo la manejan los almogávares de Eslovaquia en la más compleja de las misiones internacionales del ejército español.
... y una aguja de tricotar
Hay entre las novedades de alta tecnología algunos remedios discretos que en algunos casos son explicación para curiosos detalles. Por ejemplo, trucos para sobrevivir que atesoran en su equipo los zapadores.
Se les ve avanzar por el campo despacito, "en uve" lo dicen, localizando minas, explosivos improvisados, trampas y proyectiles de artillería que han quedado clavados en el barro sin estallar. Si no se pueden neutralizar fácilmente, avisarán al equipo de expertos en desactivación del subteniente Vidente Cabello, un getafeño de 50 años que ya está en su 11ª misión en el exterior, y cuyo nombre de guerra, Tururú, se lee en el lateral de su casco. Su gente maneja un robot, conoce la misión y los trucos de este juego mortal.
De todo aprenden; tratan de no destruir los explosivos precisamente para averiguar las mañas del enemigo, su "ley de formación, o sea, el patrón que usan", cuenta. Incluso estudian las minas antipersona, que no están en su arsenal. "España no las puede usar, pero otros países sí las ponen", explica Cabello lacónico y con lógica aplastante.
El pelotón ha encontrado un proyectil con el hocico clavado en la tierra. El soldado que lo halló se arrodilla a inspeccionar, y los que le acompañan se apartan 200 metros hacia atrás. Es la norma: "Solo un hombre en peligro", recita el sargento Sergio Torrecilla mientras mira operar a su soldado. Este se quita el parche de la Brigada Paracaidista que lleva en el velcro de un hombro, lo pone junto al proyectil, saca su móvil y hace una foto para enviársela al mando, que puedan decidir comprobando el tamaño. Entre tanto, marca la bomba con un spray de pintura roja.
A Torrecilla se le ve prendida en el chaleco una varilla de plástico. La saca, la muestra. "Como no es metálica, puedes pinchar en el terreno y, si tocas algo, no percute porque no cierra el circuito", dice. Y la muestra más hasta que se ve que lo que lleva es una aguja de tricotar del 2,5, de esas que se usan para tejer jerseys de lana. Y se ufana el zapador: "Sí, sí, de tricotar. Son las mejores".
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