Vieja y nueva violencia política

Odio a la cultura: de quemar librerías a aporrear en internet

Atentado contra la Libreria Rafael Alberti de Madrid -7nov76

Atentado contra la Libreria Rafael Alberti de Madrid -7nov76 / Memorial Víctimas del Terrorismo

Juan José Fernández

Juan José Fernández

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“Aquellos fascistas venían con el poder detrás, con una razón que se demostraba a hostia limpia. Ahora los agresores son más sutiles, tienen más lecturas”. Aldo García Arias, miembro de la segunda generación de dueños de la librería Antonio Machado de Madrid, no cree que haya desaparecido la bibliofobia violenta que de niño, en la transición, vio golpear repetidamente a la librería de sus padres. Ese odio solo se ha atenuado durante su transformación en "algo digital"… y mucho más amplio.

Habla el librero madrileño en este mayo recién concluido, en el que se han cumplido 90 años de la quema de libros en la plaza de la Ópera de Berlín, al tiempo que el telepredicador Greg Locke reivindicaba una pira de novelas de Harry Potter convocada en Tennesee por considerarlas incitadoras a la brujería. Ha sido el mismo mes en que el gobierno de Ucrania ha dado por rebasado ya el número de 500 bibliotecas destruidas y 10.000 libros decomisados en las provincias invadidas por Rusia de Donetsk, Kiev, Mikolayv y Jarkov. También este mayo el Kremlin apretó su proyecto de “soberanía cultural”: se proscriben contenidos LGTBI en literatura de nuevo cuño y se anima a los escritores a corregirse antes de que los corrijan.

En este mismo mayo cargado de bibliofobia se ha presentado la primera gran monografía sobre la violencia contra los libros y las librerías en España. En ‘Allí donde se queman libros’ (Tecnos), los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Juan Francisco López Pérez estudian un listado de atentados que abarca desde 1962 hasta 2018, pero cuya época más plomiza se inicia hace ahora 50 años, en el convulso 1973.

Los dos autores, ligados al Memorial Víctimas del Terrorismo de Vitoria, recopilan 225 ataques. Un 87% se atribuye a la extrema derecha y un 7% fue obra de ETA y su mundo. Hubo más atentados, pero los eclipsó otro terrorismo, este de sangre y no de pintura, de tiros y bombas contra personas más que de pedradas y cócteles molotov contra escaparates.

Fotograma de la retransmisión online y en directo de la quema de ejemplares de Harry Potter en Tennessee, Estados Unidos, en febrero pasado, convocada por el telepredicador ultra Greg Locke y difundida por su canal de Facebook.

Fotograma de la retransmisión online y en directo de la quema de ejemplares de Harry Potter en Tennessee, Estados Unidos, en febrero pasado, convocada por el telepredicador ultra Greg Locke y difundida por su canal de Facebook. / Global Vision Church

El apedreamiento de vitrinas, el señalamiento del librero en pintadas, entre esvásticas y puntos de mira, y el lanzamiento de pintura o gasolina para incendiar los anaqueles son las modalidades. Y Catalunya, País Vasco, Madrid y Valencia sus cuatro principales escenarios, con 43, 40, 37 y 30 atentados registrados.

Aldo García percibe una evolución desde aquellas pedradas y pintadas que arrojaba la formación franquista Fuerza Nueva a su librería. Hoy los agresores “se adaptan a una sociedad que ya no acepta ese comportamiento, y atacan a Vinicius en las redes sociales por ejemplo… Ahora la bibliofobia tiene diseño detrás”.

Ese diseño consiste en “atacar a la verdad”, la fabricación de “una confusa nube de mentiras, revisionismo y negacionismo que viene de Estados Unidos”, explica. Lo dice cuando Machado Libros, sello editorial de su librería, acaba de publicar ‘Alt Right’, la investigación del periodista Mike Wendling sobre la edificación por súcubos online de una realidad alternativa para la ultraderecha norteamericana, que se exporta con éxito a este lado del Atlántico. “En esa nube se refugian los que apedreaban librerías y ahora aporrean en internet”.

Incubación

Se cumplen ahora cincuenta años de que dos jóvenes etarras entraron en la librería Cervantes de Galdácano (Bizkaia), encañonaron al matrimonio que la regentaba e incendiaron el local. El libro de Fernández Soldevilla y López Pérez relata este atentado fundacional de agosto de 1973. Participó en él un joven terrorista, Jesús María Zabarte Arregi, que más adelante sería apodado ‘carnicero de Mondragón’.

Una negra característica de la bibliofobia española es el asalto a librerías como rito de arranque en las carreras de victimarios que acaban matando. No solo en ETA: el ultraderechista Ricardo Sáenz de Ynestrillas, procesado por el asesinato del parlamentario de Herri Batasuna Josu Muguruza, o Carlos García Juliá, condenado por la matanza de los abogados de Atocha, también se iniciaron atacando a librerías, como la madrileña Rafael Alberti.

Hoy, modernos terroristas solitarios -como Anders Breivik, el asesino de adolescentes en la isla de Utoya- apedrearon antes en internet ideas y expresiones culturales que les irritaban.

Entrevista a Aldo García propietario de la librería Antonio Machado de Madrid.

Aldo García Arias pertenece a la segunda generación de propietarios de la librería Antonio Machado de Madrid, una de las más atacadas por violentos de ultraderecha en España. / David Castro

Pudiera parecer que ‘Allí donde se queman libros’ abrocha el relato histórico de cosas pasadas -que no antiguas, pues el estudio abarca ataques hasta 2018-, pero los consultados para este reportaje sospechan que el fenómeno no está concluido, solo transformado.

Emócratas contra demócratas

Previo a la bilbiofobia es el emócrata. ‘Allí donde se queman los libros’ toma la definición del politólogo vasco Jesús Casquete: es emócrata el “manipulador de emociones con veleidades violentas”.

Hubo emócratas tras los ataques a librerías en la transición, y los hay hoy tras el asedio en Facebook, Twitter o Youtube. “En nuestro pasado más reciente hemos padecido las consecuencias violentas de la retórica de emócratas como Blas Piñar en la extrema derecha o de Telesforo Monzón en la izquierda abertzale” recuerda Fernández Soldevilla, y recomienda al respecto leer los trabajos de Martín Alonso Zarza, “el mayor especialista sobre discursos del odio que tenemos en España”.

El odio inducido por emócratas “es un fenómeno antiguo -dice-. Stefan Zweig ya escribía que los propagandistas nacionalistas que llevaron a la I Guerra Mundial se dedicaban a «redoblar el tambor del odio con fuerza, hasta penetrar en el oído de los más imparciales y estremecerles el corazón»”. Antiguo, pero no prescrito: “Hoy los discursos del odio siguen peligrosamente presentes en el debate público, y las redes sociales parecen haberlos potenciado aún más”, cree Soldevilla.

Ignacio Latierro, cofundador de la mítica librería Lagun de San Sebastián, atacada primero por los Guerrilleros de Cristo Rey y luego por la kale borroka abertzale, lo corrobora. Ve “una sutil fobia al contenido en el sesgo de confirmación y en la polarización que se fomentan en las redes sociales”.

Ignacio Latierro fundó con María Teresa Castells la mítica librería Lagun de San Sebastián, que sufrió ataques de los Guerrilleros de Cristo Rey y luego de la kale borroka de ETA en el casco viejo de San Sebastián.

Ignacio Latierro fundó con María Teresa Castells la mítica librería Lagun de San Sebastián, que sufrió ataques de los Guerrilleros de Cristo Rey y luego de la kale borroka de ETA en el casco viejo de San Sebastián. / José Luis Roca

Juan Francisco López, coautor de 'Allí donde se queman libros' se hace preguntas en torno a una paradoja de los nuevos canales del odio a la cultura: “Las redes son la mayor fábrica de emócratas, y la polarización es como nunca, pero a la vez en los últimos 60 años no ha habido un nivel tan bajo de violencia política. ¿Las redes sociales son a la vez causa de emócratas y válvulas de escape de su frustración?”.

Odio al contenido

La noche del 14 de septiembre de 2000, a José Ramón Recalde, quien fuera consejero socialista vasco de Educación y uno de los propietarios de la donostiarra Lagun, le pegó un tiro en la boca la misma ETA que había atacado repetidamente a la librería con adoquines, fuego y pintura. “Aquel acoso no solo era por odio a un lugar de cita de cultura y democracia, era también por echarnos del casco viejo, que aquella gente consideraba su territorio exclusivo”, relata hoy Latierro.

Estos tiempos no son aquellos, ciertamente. El odio a las ideas fluye bajo una costra de calma que va por barrios. “No es igual el ambiente en Catalunya que los casos de presión a libreros que nos cuentan desde Castilla y León”, apunta Eric del Arco, presidente del Gremi de Llibreters de Barcelona y copropietario de la librería Documenta.

Una madrugada de agosto de 1975 alguien incendió su local sin demasiado éxito. Documenta tuvo más suerte que Cinq d’Oros o Epsilon, repetidos objetivos de la bibliofobia en la capital catalana, algunos atribuidos al Partido Español Nacional Socialista, grupo nazi con menos seguidores que letras en su nombre. “Por suerte estaba el vecino del bar de enfrente, y se acercó con unos cubos de agua y apagó el fuego”, relata Josep Cots, copropietario de Documenta. El incendiario dejó una pintada: “Rojos no”. Cots cree que “aquello no era bibliofobia, era odio político. No son bibliófobos, ellos tienen sus libros”.

Para el fundador de Documenta, es una forma más extendida de dañar la cultura “la del que no odia los libros, simplemente los ignora”. Puede que el sustantivo 'bibliofobia' no lo abarque todo. Dice Latierro que «no se puede hablar en algunos casos de bibliofobia, porque el libro es el objeto, pero aquellos ataques iban contra personas y librerías que mantenían una determinada actitud política y social».

Josep Cots (izquierda) y Eric del Arco en la librería Documenta de Barcelona.

Josep Cots (izquierda) y Eric del Arco en la librería Documenta de Barcelona. / Jordi Cotrina

"Para odiar un libro -tercia también desde San Sebastián el filósofo “y ratón de librería” Fernando Savater- primero hay que darle importancia al libro, y dudo que hoy importe tanto el libro en sí como si se sale del mainstream. Ocurre ahora, por ejemplo, con un ensayo sobre transexualidad...”.

Las presentaciones de ‘Nadie nace en un cuerpo equivocado’ (Deusto), de dos profesores de la Universidad de Oviedo, han sido boicoteadas por activistas de colectivos trans. Pero, pasada la transición, el escrache y el cóctel molotov son mucho menos frecuentes que la violencia sutil. Refiere Savater un caso: "Mi libro más vendido, 'Ética para Amador', se ha traducido a muchas lenguas, también al euskera. Y en ciertas librerías del País Vasco que venden obras en castellano y euskera aún hoy muestran sólo la edición en castellano, como para excluirme del universo cultural vasco”.

Latierro considera que, de una forma distinta a la de la transición, “vivimos hoy una época en la que crecen los elementos de intolerancia, por los que se desprecian o, como se dice ahora, se cancelan, los contenidos del contrario”.

Mientras se escribe este reportaje, ramificaciones del tea party consiguen en diversos estados de EE.UU. la prohibición del uso escolar de libros que esas plataformas consideran pornográficos, porque hablen de erotismo o porque promuevan valores de igualdad y tolerancia LGTBI. Más o menos lo que pretende Abogados Cristianos llevando a los tribunales a un instituto de Porreres (Mallorca) para excluir de los anaqueles la novela gráfica 'El azul es un color cálido'.

Quizá el término 'bibliofobia' se queda corto hoy. “Actualmente no hay posturas bibliofóbicas, sino ‘contenidofóbicas’; es decir, censura”, propone Arantxa Mellado, editora, pionera del libro digital y regidora del blog Actualidad Editorial. “Toman fuerza movimientos que abogan por la censura de los contenidos, o bien prohibiendo títulos en escuelas y universidades, o bien corrigiendo textos de clásicos modernos para hacerlos políticamente correctos, como en el reciente caso de los libros de Roald Dahl”.

Por eso hoy sigue siendo un acto político la composición de un anaquel en una librería, la elección de qué ejemplar se pone a la vista. “Pero lo de hoy no es odio al libro, sino a la idea -opina Eric del Arco-. En Barcelona, la crispación más reciente quizá fue el procés. Veías reacciones de clientes de los dos lados, con lazo o sin lazo: ‘Ah, ¿no tienes este libro? Pues no entro más’, decían, pero no pasaba de ahí”.

DAVID CASTRO MADRID 10-05-2023 POLÍTICA Entrevista a Gaizka Fernández Soldevilla (Izquierda) y Francisco López Pérez . Imagen DAVID CASTRO

Gaizka Fernández Soldevilla (Izquierda) y Francisco López Pérez, autores de 'Allí donde se queman libros', la primera monografía sobre la violencia política contra libros y libreros en España. / David Castro

Hubo días en que “un escaparate de librería era un manifiesto político”, recuerda hoy Carlos Rubio, bibliófilo, editor y en su juventud activista contra la dictadura. “Hoy ese objeto peligroso que era el libro sufre una pérdida de relevancia en parte determinada por la gran cantidad de libros que se publican, la mayoría intrascendentes”. En su opinión, “hoy el odio va por otros canales, como eso que llaman ‘cancelación’”.

Cree Juan Francisco López que “el libro, en especial el de ensayo y reflexión, ha pasado a segundo plano. Véanse las tiradas. Es acogido con indiferencia, empezando por los contrarios”. Y lo dice de otro modo Mellado: “El continente, el libro impreso, se va diluyendo en el entorno líquido de contenidos que es Internet y pierde el peso simbólico que tuvo siempre. Si ahora las ideas se alojan en nubes de información, ¿pasaremos de quemar librerías a quemar servidores cloud? Desgraciadamente, siempre hay cosas que quemar”.

No olvidar

Aún guardan algunos veteranos la octavilla escrita con Olivetti con que se convocó una reunión de profesionales del sector en la Antonio Machado. En diciembre de 1976 no era muy seguro asistir. El librero valenciano Rafa Arnal, dueño de la libertaria L’Eixam y por entonces de la catalanista Nou d’Octubre -con Tres i Quatre, también de Valencia, de las librerías más atacadas-, acudió. Al salir lo engrilletó un policía.

Lo recuerda Arnal al teléfono en su despacho de Tavernes Blanques, a tiro de piedra de la Biblioteca Valenciana, que fue prisión franquista. No hay feria del libro en que Arnal no tenga algún incidente, bien por colocarle junto a una caseta de ultraderecha, o bien porque lo visiten integristas “para pedirme, por provocar, libros de César Vidal o de Jiménez Losantos. Todo -relata- es pura continuidad de la fobia franquista”.

Anónimo valencianista de amenaza que circuló en una feria del libro de Valencia en 1981.

Anónimo valencianista ultra de amenaza que circuló en una feria del libro de Valencia en 1981. / Memorial Víctimas del Terrorismo

Puede que el olvido de todo eso sea campo abonado para el rebrote, hoy o en el futuro, de nuevas explosiones totalitarias contra la cultura. “La desmemoria es flagrante -lamenta Arnal-. No se ha reconocido a los libreros. Fuimos útiles en la batalla por la democracia los libreros y los músicos; luego nos apartaron a un rincón. Ahora se trata de tapar la cultura y los libros con vídeos cortos en el móvil y una fiesta continua en la televisión. Buscan un mundo de gente idiotizada”.

Transcurridos tres lustros de recuperación institucional de la memoria democrática de España, y otros tantos de defensa de las víctimas del terrorismo, este país sigue adeudando memoria a sus libreros y sus librerías atacadas en aquellos 225 golpes.

Concluye Fernández Soldevilla: “Sin la valentía y el compromiso democrático de los libreros ante la bibliofobia violenta de la ultraderecha, no solo el cambio sociocultural que fue antesala de la transición habría sido mucho más dificultoso: la ciudadanía española sería más pobre intelectualmente. Y sin el compromiso pacifista y cívico de libreros como los de Lagun, ETA se habría apuntado un enorme tanto en su campaña de limpieza y homogeneización ideológico-cultural de Euskadi, que sería menos plural, libre, tolerante y abierta”. 

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