Auge y caída

Arrimadas: el triunfo histórico catalán y la moción de censura que acabó con todo

Inés Arrimadas abandona la política

Declaraciones de Inés Arrimadas y reacciones a su abandono de la política, en DIRECTO

Inés Arrimadas en el acto institucional por el Día de la Constitución.

Inés Arrimadas en el acto institucional por el Día de la Constitución. / EP

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Cuando Albert Rivera empezó a escuchar las intervenciones de Inés Arrimadas en Catalunya tuvo un pálpito. La jerezana, que hablaba un perfecto catalán, entró al Parlament en 2012 cuando Ciutadans —aún era solo un partido de ámbito catalán— dio la primera sorpresa relevante en unas elecciones: 9 diputados (seis más que la convocatoria anterior). La formación que hablaba claro contra el independentismo iba tomando cuerpo. Cuando en 2015 Rivera decidió dar el salto a Madrid para concurrir a las generales decidió, en contra del criterio de dirigentes veteranos y amigos personales, que Arrimadas le relevara como líder en la cuna del partido.

Jordi Cañas o Juan Carlos Girauta eran los nombres que más sonaban hasta entonces. Pero una dirigente nueva, mujer, menuda y tímida aunque muchos no lo creyeran, estaba enganchando a los afiliados. Funcionaba muy bien delante de los micrófonos y no fallaba nunca en la tribuna. Rivera lo vio claro, como también su verdadera guardia pretoriana en la dirección. “La apuesta era Inés. No había más”, zanjan recordando.

Arrimadas creció a una velocidad de vértigo en la política catalana, pero también despertó pronto mucho interés en el ámbito nacional. Los medios se interesaban por ella y en reuniones de empresarios, colectivos, asociaciones su nombre no dejaba de sonar con aires de esperanza. Se convirtió en el gran referente contra el nacionalismo, incluso por delante de las siglas naranjas. Rivera llevaba peleando con el mismo mensaje muchos años más, pero no caló igual. No llegó adonde ella sí. El momento y las circunstancias fueron las justas, pero lo hizo.

En 2017, Ciudadanos (ya con su nombre de política nacional) consiguió lo que era imposible años atrás: ganar unas elecciones en Catalunya, dejando arrasado al PP y, en menor medida, al PSC. Superó en votos al resto de opciones políticas, incluidas las nacionalistas. La suma de escaños, en todo caso, seguía siendo mayoritaria para los independentistas. Ahí empezó el debate. 

Arrimadas nunca habría podido ser presidenta de la Generalitat, pero tampoco lo intentó. Sectores de su propio partido, el resto de formaciones constitucionalistas y, con el tiempo, muchos votantes terminaron reprochando que no hiciera más ruido yendo a una investidura. El argumento que esgrimía Ciudadanos era obvio: los números no daban y le iban a regalar una victoria al independentismo que, en realidad, no se había producido en las urnas. Ante la creencia de que esa victoria caía en saco roto, aprovechando el momento de mayor debilidad del PP y una popularidad absoluta de Arrimadas, la dirigente abandonó Catalunya para llegar al Congreso de los Diputados de la mano de Rivera.

"No era una líder pero todos la miramos a ella"

El experimento salió mal por muchos motivos y a la larga se vio que, con más o menos razón, la gloria empezaba a caer y se abría paso la decepción. Los bandazos estratégicos del partido y la errática política de pactos llevó a Ciudadanos a su peor resultado en la repetición de generales de 2019 con las consecuencias que ya se conocen: Rivera dimitió y en ese mismo momento, cuando aún pronunciaba su adiós en una sede llena de lágrimas, todos se volvían a mirar a Arrimadas.

“Lo queríamos más los demás que ella misma. En realidad, no dimos opción. No había otra persona y, sobre todo, si la hubiera habido, no la habríamos escuchado. Tenía que ser Arrimadas, era la sustituta natural. Nunca hubo debate”. La frase es la reconstrucción de distintos dirigentes que estaban en aquella ejecutiva: muchos ya están fuera del partido y otros siguen dentro. Arrimadas estuvo unos días en Jerez de la Frontera asumiendo lo que se le venía encima. Lo pasó mal y sufrió algo que le ha perseguido estos casi tres años: ese cargo no estaba hecho para ella. “Era y es la mejor portavoz. Pero no era una líder orgánica”, zanjan personas muy cercanas a ella.

El desastre de la moción

El continuismo en su dirección y la cesión de poder absoluto a Carlos Cuadrado, evitando tomar decisiones en primera persona y delegando en exceso la estrategia del partido llevó al peor error cometido en la gestión de su presidencia, con consecuencias que el partido sigue pagando: una moción de censura en Murcia para romper el gobierno con el PP, que encima no salió adelante. 

Los efectos de aquella operación fallida fueron desastrosos: siguió el presidente popular en la Región, se rompió el partido en esa comunidad, no consiguieron el Gobierno para emprender una nueva relación con el PSOE, se debilitó por completo la relación con los populares a pesar de que era un socio preferente e Isabel Díaz Ayuso convocó unas elecciones que eliminó a Ciudadanos del mapa madrileño. Lo peor fue una falta de credibilidad entre los electores que nunca recuperaron.

Ni siquiera después de aquello hubo cambios tan profundos dentro de la ejecutiva. Sí se produjeron salidas voluntarias relevantes como la de Marta Rivera de la Cruz (hoy consejera de Cultura de la Comunidad madrileña), Toni Cantó (con varios viajes políticos en medio), Luis Garicano (por razones acumuladas abandonó el escaño en Europa) o Ignacio Aguado (no fue el candidato madrileño y también se fue). Tras perder los gobiernos de Murcia y Madrid, las elecciones de Castilla y León y Andalucía también dejaron fuera al partido con la excepción del escaño de Paco Igea en el primer caso. El capital político y de presencia institucional quedó casi dilapidado con salvedades contadas como el de Begoña Villacís.

La moción de censura levantó un nivel de crítica y contestación contra Arrimadas muy elevado, que nunca estalló por la falta de sustituto. Ese fue el único motivo por el que realmente no implosionó el partido entonces. La OPA que lanzó el PP de Pablo Casado para destruir a los naranjas en distintas comunidades con fichajes muy agresivos fue el único pegamento que encontraron los distintos sectores en Ciudadanos. Los ataques de su rival por la derecha provocaron una unión que habría sido imposible.

Pero el liderazgo de Arrimadas quedó demasiado tocado. Nunca volvió a ser igual. El grupo parlamentario encabezado por ella en el Congreso representaba la resistencia y funcionaba como una piña después de que saliera Pablo Cambronero, el parlamentario andaluz que decidió irse al Grupo Mixto. Arrimadas y su escudero, Edmundo Bal (hoy el más crítico con la expresidenta) lideraban el único escaparate real del partido. Hasta que después del verano y con el desastre andaluz incrustado en el estómago del partido la presidenta anunció una asamblea general. Iban a llegar cambios. Lo que nunca pensó es que el grupo del Congreso saltaría por los aires como lo ha hecho.