La batalla por la alcaldía

La errática campaña de ERC y Ernest Maragall para las elecciones municipales de Barcelona

El último vencedor de los comicios en la capital catalana se estanca en las encuestas tras dos maniobras desconcertantes

ERC  Ernest Maragall

ERC Ernest Maragall / EFE/Toni Albir

Xabi Barrena

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Datos en mano, jamás ERC había gozado de tanto capital político en la ciudad de Barcelona como el obtenido con su triunfo en las elecciones de 2019. Encuestas en mano, a dos meses de las municipales del 28 de mayo, pocos podían pensar que ese tesoro se despilfarraría en tan poco tiempo, apenas cuatro años. 

En las últimas semanas, ERC ha sufrido el descrédito de ver como una serie de apoyos intelectuales al candidato, o al menos así los anunció el partido, negaban toda adscripción a su candidatura (más allá del apego personal) y huían en desbandada de las proximidades de Maragall. Y también ha tratado, sin éxito, de hallar una número dos que supusiera un cambio de inflexión en las tendencias demoscópicas para acabar volviendo, tras casi un mes de divagación, a donde estaban, es decir, a la duda entre Elisenda Alamany y Ester Capella, resuelta finalmente –tampoco ello ha sido una sorpresa– para la ‘excomún’.

Parafraseando a Mario Vargas Llosa, es difícil señalar en qué momento exacto ‘se jodió' (con perdón) Barcelona para los republicanos, pero varias voces han apuntado a este diario, a lo largo de este mandato, que fue en la misma noche triunfal de las elecciones de 2019 cuando, eufóricos por haber sido la lista más votada dieron por hecho que tendrían la alcaldía y no realizaron una llamada que podría haber cambiado el curso de los acontecimientos. Nadie llamó a Ada Colau, segunda en las elecciones a 5.000 votos de Ernest Maragall, para proponerle un acuerdo. Nadie de ERC, se entiende. El resto, ya es historia.

Maragall fue una apuesta personal de Oriol Junqueras que, datos en mano, resultó acertada, en aquel momento. Ernest Maragall --el ‘hombre fuerte’ de la administración municipal cuando su hermano Pasqual era alcalde-- aupó un partido que siempre se había movido por la zona baja de la clasificación municipal barcelonesa hasta el triunfo duplicó los cinco concejales con que contaba Alfred Bosch ( a quien la dirección apartó del camino apenas a nueve meses de la cita electoral) hasta los 10. Una cifra que, dada la fragmentación de la última década, condujo a los republicanos a un triunfo sorprendente.

Ojo avizor

Junqueras, siempre ojo avizor a los espacios políticos de izquierda que rodean a ERC supo captar al ‘exconseller’ en cuanto el PSC optó por recuperar aquel electorado que se había ido a Ciudadanos. En un partido que, en los últimos casi 50 años, nunca había pasado de ser, en la metrópoli global barcelonesa, un apunte anecdótico, casi folclórico, de lo que representa el ‘rere-país’, Maragall rompió la tendencia. Basta repasar la lista de dirigentes pasados y actuales de ERC para darse cuenta de que Barcelona ha sido siempre algo alejado a los intereses del partido. Y obvio es que no hay que haber nacido en Barcelona para ser un barcelonés de pura cepa, como que nacer, crecer y vivir en la capital otorga una mirada distinta sobre la urbe, su idiosincrasia y sus problemas.

La falta de ese capital humano republicano oriundo de la ciudad es la que, por ejemplo, permitió a uno de los políticos más controvertidos dentro de su propio partido, Jordi Portabella, se mantuviera en primera fila hasta que Junqueras dijo basta. Y ese déficit de patrimonio humano, junto con el obvio currículum vital e intelectual de Maragall, es el que propició que Junqueras le diera las llaves republicanas de la ciudad.

En una legislatura en la que la cúpula dirigente ha estado, hasta julio de 2021 (Oriol Junqueras, encarcelado) o está (Marta Rovira, aun en Ginebra) ausente y en la que el partido ha pasado de reto a reto, como asaltar el Palau de la Generalitat o sentar al PSOE a una mesa de diálogo, Barcelona fue cayendo en el olvido.

Oposición constructiva

La confianza en Maragall era interesadamente ciega. En manos de un indudable ‘crack’ político, el partido se quitaba un dolor de cabeza de la lista de problemas. Y nadie dio la alerta cuando Maragall, en lugar de emprender una oposición feroz y ‘rompepiernas’ ante quien le había ‘arrebatado’ la alcaldía mediante un pacto no escrito con el ‘papus’ derechista Manuel Valls, optó por una oposición más que constructiva.

Sin ERC, Colau no hubiera aprobado todos los presupuestos municipales de este mandato, algo casi de récord Guiness para quien perdió las elecciones y tiene solo 10 concejales. Cierto es que Maragall, en un ejercicio de responsabilidad, impidió que la ciudad se paralizara. Algo que, seguramente, en una legislatura al uso, le reportaría beneficios en las urnas. Pero la propia personalidad de la alcaldesa y su gestión, que despierta amores y odios eternos, no es el campo abonado para las medias tintas y los grises. Para los que se mueven entre el ‘sí, pero no’ y el ‘no, pero sí’. ya sea en cuanto a la prolongación del tranvía o en el proyecto de les 'súper-illes’, por mentar dos polémicas municipales.

Un escenario difuso e indefinido que se perfiló, en contra de ERC, cuando Xavier Trias, el alcalde sin obra recordada, salió a la palestra con un único lema electoral: echar a Colau. En una jugada de comunicación que servía a los intereses de ambos, la alcaldesa y su antecesor se prestaron a fotografiarse juntos en una comida. El objetivo, logrado, al menos en las primeras semanas de esta precampaña, fue tensar el debate y polarizarlo.

Blanco, negro, gris

De esta manera, los electores que podían tener cierta sintonía con el pensamiento de Colau, pero no con su manera de llevar las cosas, y podían ‘pasarse’ al bando republicano, se reafirmaron en su voto a la alcaldesa ante el pavor que les invade que Trias vuelva a la alcaldía. Mientras que, en el otro fiel de la balanza, los cuatro años de oposición casi versallesca no permite a ERC entrar en la lucha del voto anti-Colau.

Y entonces es cuando ERC reparó en Barcelona. Que si bien aparecía en todos sus documentos como locomotora de un voto que, también las encuestas, preveían masivo en estos comicios locales, no mereció en ella misma grandes alardes estratégicos. Y no será por los murmuros de duda que generaba en las propias filas republicanas que Maragall optara de nuevo a la alcaldía, ya desde el día después de que Colau recogiera la vara de mando por segunda vez. Ni tampoco cuando la opción de que Trias volviera a la arena, tras ser el único alcalde de Barcelona en democracia que no obtuvo la reelección, se convirtió en algo más que un rumor.

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