Nuevo ciclo electoral
ERC-PSC: la lucha sin cuartel por el espacio que CiU dejó huérfano
Republicanos y socialistas pugnan por ser el referente de un poder económico que valora la gestión y que huye de la inestabilidad
Sara González
Periodista
Periodista especializada en Política. Autora de 'Per raó d'Estat' (Ara Llibres), 'Cas Mercuri. La galàxia Bustos' (Saldonar) y 'El part dels comuns. Relat del naixement de Catalunya en Comú' (Saldonar)
Xabi Barrena
Periodista
Periodista de la sección de Política
El efecto colateral más importante del 'procés' es, sin duda, la desaparición de CiU. No solo de sus siglas, de sus partidos y de su federación, sino también de ese espacio hegemónico que era el fiel representante del, siempre importante en Catalunya, mundo económico, financiero y empresarial. Esa interlocución, y ese defender sus intereses -entendiendo que tales eran los de la economía catalana- confirió a Convergència una enorme capacidad de influencia. Tras la extinción de CiU, el primero que se propuso ocupar esa interlocución fue ERC. Y, más tarde, el PSC. Ahora, los dos partidos con más escaños del Parlament pugnan abiertamente y sin cuartel por ser la referencia de ese poder empresarial que tanto echa de menos que exista el partido que fundó Jordi Pujol y al que Artur Mas puso punto y final.
Una de las razones de que el PSC se haya sumado a la pugna más tarde que ERC cabe buscarla, de nuevo, en el 'procés'. La misma tensión que acabó por romper la federación entre CDC y Unió fue la que jibarizó a los socialistas, que vieron como el sector soberanista rompía los vínculos con la entonces sede de la calle de Nicaragua. Y el primer receptor de este 'exilio' fue ERC, que, como quería su líder, Oriol Junqueras, empezó a ampliar su propio espacio en busca de convertirse en hegemónica. El que había sido hermano mayor del tripartito acusó el golpe, sobre todo, cuando las urnas señalaron que el 'hermano pequeño' había dejado de ser tal.
La distancia electoral entre ambos partidos dejó en un segundo término el sentimiento recíproco de que ERC y PSC eran como agua y aceite, pero en los últimos cinco años no solo los republicanos han ganado cuota de poder, sino que los socialistas también se han recuperado hasta el punto de ganar las últimas elecciones catalanas. Con las fuerzas parejas en el Parlament es fácilmente detectable, ahora, que, Incluso a nivel personal, no abundan -es más, escasean- las complicidades personales, sobre todo entre los primeros espadas. Pese a ser ambas fuerzas socialdemócratas que nunca han abrazado el marxismo (el PSOE, sí, hasta 1979) ambos se niegan mutuamente que el adversario 'sea de izquierdas'.
En la propia campaña del 14-F, en 2021, esa oposición de modelos y esa inquina mutua se dejó ver por doquier. Por ejemplo con la suscripción por parte de ERC de un manifiesto anti-PSC. Y es que el abandono de la defensa del derecho a decidir y el ir de la mano con PP y Ciudadanos en la presentación de recursos ante el Tribunal Constitucional por lo que debatía y aprobaba el Parlament (ironías de la vida) acabó de construir esa imagen de némesis recíproca. Más aún después de la jugada orquestada por los socialistas de la mano de Manuel Valls para frustrar la alcaldía de Ernest Maragall en Barcelona.
Pero hay algo que sí comparten, y es la adscripción a la llamada 'realpolitik', una querencia que les lleva al diálogo y al pacto, por ejemplo, en la renovación de cargos en los órganos de la Generalitat (en la CCMA, entre otros), en la protección del catalán como lengua vehicular en la escuela o a la propia negociación de los presupuestos. En cada una de las casas hay una necesidad que les aboca a cooperar pese a los recelos cruzados: los republicanos necesitan apoyos para su Govern en minoría, y el afán de los socialistas es ganar centralidad para erigirse en alternativa y no caer en el ostracismo de la oposición. Con ese fin, lo primero que hizo Illa cuando relevó a Miquel Iceta como líder del partido fue cambiar a sus referentes en el Parlament -del tándem Eva Granados y Ferran Pedret se pasó a Alícia Romero y Raúl Moreno- para lograr tejer alianzas con los independentistas.
En ese cuerpo a cuerpo por ganarse la confianza del poder económico, tanto Oriol Junqueras como Pere Aragonès, como vicepresidentes y responsables de Economia, cultivaron siempre el trato con estos agentes financieros y empresariales. También ahora, Aragonès como 'president'. Ellos eran, pese a contar con el 'pecado original' de ser independentistas, los interlocutores fiables en un Govern que presidía Carles Puigdemont o Quim Torra, cada uno en su momento.
Pero Illa sabe que su mejor baza ahora que ostenta la 'pole position' en todas las encuestas es que su partido no es independentista y que eso atrae la mirada de los amantes de la estabilidad y el orden, algo que se esmera en recordar que no puede garantizar una ERC que continúa reclamando un referéndum. No es baladí que, con ese propósito, los socialistas señalen a menudo que los republicanos hacen aguas también gestionando por primera vez la 'conselleria' de Interior. O que les acusen de incumplir acuerdos como el de la mesa de partidos catalanes o de ir por su cuenta en la defensa del catalán pese haber sellado un Pacto Nacional del que también forma parte el PSC.
Telaraña para Illa
No es casual, por tanto, que cuando Aragonès, tras meses dando largas a la 'mano tendida' de Salvador Illa, abre la negociación de los presupuestos, intenta, y consigue, crear una especie de telaraña para atrapar al jefe de la oposición mediante un pacto con los sindicatos y la patronal. El apoyo histórico sindical y el espacio que el PSC quiere representar (algo que en la precampaña municipal de Barcelona es fácilmente observable) dieron la mano a ERC.
Lejos de amedrentarse, los socialistas no solo han replicado que no se sienten "presionados", sino que han redoblado su apuesta con un pulso por las cuentas que supeditan al impulso de la ampliación del aeropuerto, el cuarto cinturón y la inversión del Hard Rock. Se trata de proyectos que generan una incomodidad en ERC que el PSC quiere aprovechar para ganar ventaja ante ese poder económico por el que también suspira Junts. Eso sí, a una distancia sideral de lo que antaño fue una CiU a la que ahora, tras quedar manchada por la corrupción, solo algunos reivindican con la boca pequeña.
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