ASÍ FUE LA EXHUMACIÓN

Entre el “Viva Queipo” y el “honor y gloria a las víctimas del franquismo”

La ley de memoria democrática obligó a que el general golpista, al que se la atribuyen más de 45.000 asesinatos, abandonara la Basílica de la Macarena

Tumba de Queipo de Llano y su esposa, Genoveva Marti, en la Basílica de la Macarena.

Tumba de Queipo de Llano y su esposa, Genoveva Marti, en la Basílica de la Macarena. / EPC

Isabel Morillo

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Pasadas las dos de la madrugada del jueves, un grupo de señores y señoras, más de una veintena, de luto, abrigos largos y chaquetas, discretos, entre susurros, declinando hacer declaraciones, salían por el lateral de la Basílica de la Macarena y se apostaban a sus puertas. El hermano mayor José Antonio Fernández Cabrera abandonaba el templo, junto a otros tres miembros de la Junta de Gobierno, dentro de un coche. La puerta de la Basílica se abrió y el coche blanco de una funeraria, salió entre aplausos de los familiares y el grito ahogado de “Viva Queipo”.

Entonces surgió la voz, fuerte y clara, de Paqui Maqueda, nieta de asesinados, referente del movimiento memorialista, una de las víctimas, de la asociación 'Nuestra Memoria de Sevilla'. “Honor y gloria a las víctimas del franquismo”, para enumerar nombres los asesinados. "Ayer, hoy, siempre”, “el responsable fue Queipo, fue su asesino”, “cumplimos una deuda histórica”, “ellos siguen en las cunetas tirados”, gritaba Maqueda sola con la cabeza alta. Un coche se paró y vociferó un sonoro insulto. La familia se distribuía en varios vehículos y se retiró discretamente.

Así fue el momento de la salida de Queipo de Llano de la Macarena, 71 años después de que fuera enterrado en la Basílica de la que fue un gran benefactor, con honores de rey. La ley de memoria democrática obligó a que el general golpista, al que se la atribuyen más de 45.000 asesinatos, abandonara un espacio abierto al público y que cada año visitan más de un millón de personas. Fue sin aviso previo como se desenterró a uno de los mayors genocidas de la Guerra Civil española, según las hemerotecas. La Hermandad ya había avisado que no quería hacer del momento ningún espectáculo televisivo.

Sobre las nueve de la noche llegó la familia de Francisco Bohórquez, que fue el auditor de guerra, un desconocido hasta que la Secretaria de Estado de Memoria Democrática conminó a su salida del templo, igual que Queipo, en la carta que remitió a la Hermandad con la entrada en vigor de la ley el pasado 24 de octubre. Su tumba había quedado tapada y relegada a un segundo plano. A las doce menos diez del todavía 2 de noviembre un coche fúnebre sacó sus restos y su familia abandonó la iglesia por un lateral. Ni la Hermandad ni el Gobierno, que aseguró no tener constancia de la exhumación, quisieron confirmar lo que era un secreto a voces.

Dentro se oiría aún durante dos horas el sonido claro y fuerte de los martillos percutores taladrando la lápida del general Queipo de Llano y su esposa, Genoveva Martí. A las puertas el grupo de periodistas y cámaras cada vez era mayor.

Allí, en un banco en última fila, sentada, muy pendiente del móvil, una mujer miraba en silencio sin perder detalle. Se acordaba de su abuela, muy devota de la Macarena, con quien venía a rezarle a la Virgen y que nunca miraba a su izquierda, donde estaba la tumba del golpista, con la fecha del alzamiento militar y todos sus cargos y honores. Distinciones que en 2009 fueron eliminadas de la lápida. Se acordaba de su familia, a la que le quitaron todo en Carmona, un pueblo de Sevilla, de la lucha de las familias de muchos de los 1.400 asesinados que yacen en una fosa común en Pico Reja, en el cementerio de Sevilla, a pocos kilómetros del arco de la Macarena. Pedía un cigarro para calmar los nervios, aunque llevaba más de cinco años sin fumar. “Hoy se hace justicia”, repetía a los periodistas que se acercaban a preguntarle quién era y por qué estaba allí, “es un momento histórico para las víctimas, para el movimiento memorialista, para la ciudad de Sevilla”. Paqui Maqueda aguantó las dos horas para gritar alto y claro: “Honor y gloria a las víctimas”. Ya después, más tranquila, abrazada a otra compañera de la asociación que llegó en el último minuto, repetía: “Siempre me he preguntado qué pensaría mi abuela. Ahora la Virgen de la Macarena va a salir mucho más digna por esa puerta”.