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Auge y declive de la marca Ciudadanos

La crisis abierta en el grupo municipal del Ayuntamiento de Barcelona a pocos meses de las elecciones es un autogolpe, casi un suicidio político

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ciudadanos / Ferran Sendra

Álex Sàlmon

Álex Sàlmon

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Las tendencias demoscópicas trazan un futuro nada halagüeño para Ciudadanos o Ciutadans. Aquel partido que naciera en Catalunya en contra de un criterio social de silencio en 2006 parece agotado, aunque la propuesta pudiera seguir siendo válida para sus propulsores. Los errores en política se pagan y esta formación tiene una larga lista.

La decisión de Luz Guilarte, presidenta del grupo municipal de C’s en el Ayuntamiento de Barcelona, de abandonar el consistorio a causa de rencillas entre concejales muestra una metodología de un partido que observa un futuro incierto.

Ciutadans nació en Catalunya y, en muy pocos días, conectó con una parte de la sociedad catalana que se sentía huérfana de un partido que reflejara sus convicciones políticas. Bien cierto que es difícil concretar cuáles son estas líneas políticas, sobre todo con los vaivenes de sus propios dirigentes, pero si en los últimos 15 años algún partido ha querido situarse en el centro del entramado político español, ese ha sido Ciudadanos.

La decisión de Rivera

El gran varapalo, y donde debe situarse el principio del fin, se concreta en la decisión convencida, documentada y argumentada del entonces líder de la formación, Albert Rivera, de preferir no pactar con Pedro Sánchez un posible gobierno y repetir elecciones.

La apuesta se basó en las encuestas que el partido hacía, en aquella época con asiduidad, sobre las posibilidades de superar en votos al Partido Popular. Y así Rivera optó por bajar la diferencia en votos con el PP durante aquellas elecciones de abril de 2019 (sólo unas 220.000 papeletas) más que en facilitar una mayoría de gobierno que habría sido innovadora y sorprendente en España.

Aquella decisión le supuso a la formación perder la friolera de tres millones y medio de votos en solo ocho meses, y quedar como los incitadores a repetir las elecciones, algo que no había ocurrido nunca en la España democrática tras la dictadura de Franco.

El argumento que durante aquellos meses estuvo utilizando Inés Arrimadas para explicar la decisión hacía responsable a Pedro Sánchez. “Nunca quiso pactar con nosotros”. Es cierto que la campaña había sido muy bronca. Pero digamos que las responsabilidades fueron repartidas. Y, en todo caso, Rivera no adivinó que la existencia de su partido estaba en juego, como más tarde se demostró.

A partir de ese momento Ciudadanos perdió la orientación sobre su destino político. ¿Qué eran? ¿Qué querían ser cuando fueran mayores? ¿Qué imagen evocaban y evocan?

Ese es uno de los principales errores en los que cayó esta formación y que resume una escena excelente de la serie danesa Borgen, cuando la protagonista Brigitte Nyborg, antes primera ministra, después líder de un nuevo partido de centro, se ve obligada a reunir a todos sus simpatizantes para explicarles las líneas ideológicas de la formación de centro que acaban de fundar. Se había percatado que cada uno de ellos tenían ideas diferentes de sus principales propuestas de su ideario. Igual que en C’s.

Intelectuales de izquierdas

Ciutadans fue fundado en Catalunya a partir de un manifiesto redactado fundamentalmente por intelectuales de izquierdas. Sus carreras posteriores son otra cuestión. En aquel momento, año 2005, eran fundamentalmente de izquierdas y no nacionalistas. Sin embargo, desde el primer momento se puso en duda este posicionamiento por razones sociales e identitarias. Y más cuando en 2006 se anunció la formación del partido.

Algo parecido ocurrió en el resto de España. Su defensa de idea de Estado en Catalunya los situó de forma pública escorados a la derecha. Y a la más rancia. Y así, mientras que eso le pudo suponer una consolidación del voto en algunas comunidades autónomas, le castigaba en sus propuestas ideológicas para toda España.

Las ideas de centro, de partido que podía ayudar a la gobernabilidad en cualquier institución y facilitadora de consenso, saltaban por los aires. Su intención, y de los poderes más económicos que los respaldaron para convertirlo en partido útil de gobierno, no se correspondía con la realidad. Lo hizo en Castilla-León y en Andalucía, pero antes de las generales fatídicas. Más tarde, lo intentó hacer en Murcia con los socialistas para equilibrar sus pactos a nivel autonómico, pero les salió mal.

Esa frustración ya recayó en la responsabilidad de Inés Arrimadas, aunque poco pudiera hacer. Era la líder. Pero ese pacto fallido colocó al partido en una rutina de fracasos reiterados que dibujan al partido como, sino finiquitado, sí fuera de la fotografía de los que ganan.

Después fue llegando el goteo autonómico, en muchas ocasiones provocado por las personalidades políticas, hechas casi a imagen y semejanza de su primer líder, Albert Rivera, siempre con mucho afán protagonista.

La crisis en un ayuntamiento tan importante como Barcelona, y a pocos meses de las municipales, es un autogolpe. Casi un suicidio político en relación con las sensaciones que llegan a sus votantes. Otra vez cuestiones de protagonismo político y de equilibrios entre los distintos pareceres de cómo enfrentarse a las próximas elecciones municipales. Negro, todo muy negro.        

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