Análisis
Arbitrar y moderar, dos tareas que Felipe VI no ejerció el 3-O, por Ernesto Ekaizer
El discurso del Rey no se elevó por encima del cuerpo a cuerpo y profundizó las heridas provocadas por los enfrentamientos dos días antes, el 1-O
Ernesto Ekaizer
Escritor y periodista.
Miquel Iceta (Barcelona, 1960), primer secretario del partido de los Socialistes de Catalunya y actual ministro posee una memoria muy fresca del 3 de octubre de 2017. Porque desde días antes se temía lo peor y por ello intentó hacer todo lo que estaba en sus manos para evitarlo. Y lo peor, el discurso de Felipe VI, ocurrió.
Varias semanas antes, según el relato de Iceta a este cronista hace algunos meses, Felipe VI se puso en contacto con el primer secretario del partido de los Socialistes de Catalunya para examinar la aprobación de las leyes que pavimentaron en el Parlament el camino hacia el referéndum ilegal y prohibido del 1 de octubre de 2017. Ambos intercambiaron sus puntos de vista y, aparentemente, el rey consideró instructivos los comentarios y sugerencias del dirigente de los socialistas catalanes.
Horas después de la jornada del domingo 1 de octubre y la operación especial de represión del referéndum, Iceta supo que se preparaba una intervención pública del monarca. Habló con el líder del partido Socialista, Pedro Sánchez.
-Pedro, el Rey va a pronunciar un discurso por televisión. Me preocupa mucho. He estado con él, como te conté en su momento, y me gustaría darle mi opinión. Creo que es necesario hacer lo posible para que las cosas no vayan a peor…
-Sí, Miquel, me han consultado. Pero creo que será muy difícil influir en lo que piensa decir…He dicho que el diálogo debe ser estar presente. Pero no van los tiros por ahí.
-Pedro, ¿me dejas intentarlo? Como ya he hablado con él sobre lo que estaba pasando, es natural que tenga ahora la voluntad de decirle algunas cosas.
-Por supuesto Miquel. Inténtalo.
Iceta estaba ahora más abrumado. Y más obstinado en tratar de que el rey le escuchara.
Llamó a la Casa de Su Majestad el Rey y mantuvo una conversación con Jaime de Alfonsín, el jefe de la Casa Real.
-Jaime, hemos hablado, como sabes, hace ya varias semanas con su Majestad sobre la situación en Catalunya y respondí a todas las cuestiones que me planteó. Ahora que va a hablar a todo el país me parece que podrían ayudarle algunas reflexiones sobre lo ocurrido en la calle el 1-O. Y quiero transmitirle que necesitamos un discurso de reconciliación, de diálogo. Pero esto requiere hablar con él.
-Te entiendo Miquel, pero no va a poder ser…
-Tenemos que intentarlo Jaime. ¿Por qué no puede ser?
-Porque el Rey va a dirigirse a una nación herida, a la que le aseguraron que no se iba a votar y esa nación ha visto cómo se hacía lo contrario, cómo se la engañó y se hizo la votación.
Iba a ser que no. Y fue que no. Peor aún. Porque atizó el fuego que seguía vivo, como por otra parte, se pudo comprobar esa misma jornada del 3 de octubre, día de huelga de protesta por la represión y los enfrentamientos del 1-O.
El papel de Mariano Rajoy
Mariano Rajoy¿Por qué no le dijo Rajoy, que leyó horas antes el mismo día 3 de octubre en la Zarzuela ante Felipe VI el discurso, que eso le correspondía decir a él, que era mejor preservar la figura del monarca en línea con lo que se afirma en la Constitución?
En efecto, sí, en la letra y el espíritu de la Carta Magna, artículo 56.1: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”.
El papel del Rey
En resumen: el Rey como árbitro, moderador, mediador. Unas funciones que, según los letrados del Congreso de los Diputados se inspiran en los trabajos del conde Vicente Santamaría de Paredes, José María Gil-Robles, Miguel Satrústegui Gil-Delgado y el catedrático de Derecho Constitucional Pedro de Vega. El resultado fue que el 3 de octubre quien gobernaba, Rajoy, delegó su Gobierno en quien reinaba pero no gobernaba, Felipe VI, es decir hicieron “como si” gobernara, le quitaron el traje de rey que lo habilitaba, en calidad de monarca constitucional precisamente para arbitrar, moderar o mediar.
¿Y por qué? Porque lo que llaman en Estados Unidos 'the powers that be' o los poderes establecidos tenían necesidad de aprovechar la situación “como si” de un golpe de Estado se tratase para inducir un paralelismo en la memoria colectiva entre el 23-F y el 1-O. Así como a Juan Carlos I marcaba su discurso aquel día, este sería el bautismo de fuego de Felipe VI. Había que anclar o cimentar el reinado.
Y fuego sí lo había. Las imágenes de la Policía Nacional y la Guardia Civil daban la vuelta al mundo todavía cuando el Rey y el presidente de Gobierno lo prepararon y se lanzaron a la televisión para crear la virtud original del reinado de Felipe VI.
Y todavía, después de leer la sentencia del 19 de octubre de 2019 sobre el 'procés' la derecha de este país sigue con la misma milonga del golpe de Estado por la cual se justificaba la noche del 3 de octubre echar leña al fuego.
El bloqueo del CGPJ
Aquellos que hoy violan la Constitución y la desobedecen alegremente -Partido Popular y vocales conservadores irredentos- al bloquear la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) desde el 4 de diciembre de 2018 y que hacen lo posible por mantener un Tribunal Constitucional en estado de coma con su sencilla negativa a nombrar a los sustitutos de los cuatro magistrados cuatro mandatos vencidos desde el 12 de junio de 2022 ni siquiera leen lo que suelen llamar las sentencias históricas.
Es el magistrado Manuel Marchena, presidente de la Sala Segunda, y ponente de la citada sentencia, quien descuartiza lo que llama la “quimera”, el “ensueño” y la declaración “ineficaz” de independencia del 10 de octubre de 2017, suspendida ipso-facto para negociar. Y remata la faena con seis líneas memorables: “Bastó una decisión del Tribunal Constitucional para despojar de inmediata ejecutividad a los instrumentos jurídicos que se pretendían hacer efectivos por los acusados. Y la conjura fue definitivamente abortada con la mera prohibición de unas páginas del 'Boletín Oficial del Estado' que publicaban la aplicación del artículo 155 de la Constitución a la Comunidad Autónoma de Cataluña (página 269 de la sentencia)”.
Porque si los hechos no hubiesen sido como los descritos y, en cambio, la insurrección que el instructor real de la causa del 1-0 a través de sus atestados, es decir, el teniente coronel de la guardia civil Daniel Baena, tácito, sostenía con apoyo de los fiscales del Supremo, ¿no habría aplicado Rajoy el Estado de sitio -una fórmula que el Tribunal Constitucional, todo hay que decirlo, consideró, a posteriori, una vez pasada la pandemia, adecuada en lugar de Estado de alarma- o aprobado la ley de Seguridad Nacional?
No parece que Felipe VI, ante la vulneración patente de la Constitución -para seguir con el paralelismo- que suponen el bloqueo del CGPJ y al nombramiento de los magistrados del TC, se disponga a echar leña al fuego mediante una exhortación, como cuando cerró los puños al decir: “Nuestros principios democráticos son fuertes, son sólidos”.
¿Lo son de verdad?
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