La reorganización del partido del 'expresident'

¿Qué será Junts sin Carles Puigdemont, Jordi Sànchez ni Elsa Artadi al frente?

Jordi Turull se dirige a los seguidores independentistas tras su salida de la cárcel de Lledoners al obtener el indulto.

Jordi Turull se dirige a los seguidores independentistas tras su salida de la cárcel de Lledoners al obtener el indulto. / RICARD CUGAT

Fidel Masreal

Fidel Masreal

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Siempre que se analice el presente y futuro de Junts per Catalunya debe atenderse a la mentalidad de su creador, el 'expresident' Carles Puigdemont, del mismo modo que los replicantes de Blade Runner buscan con ahínco respuestas en su creador, Eldon Tyrell. Pues bien, la mentalidad de Puigdemont es alérgica al compromiso piramidal de los partidos, a los juramentos eternos, a los muros ideológicos... salvo a la lucha por la independencia de Catalunya por (casi) todas las vías. Una mentalidad basada en las nuevas tecnologías para llegar a sus objetivos, aunque por el camino ha asumido muchos postulados de los que luego ha renegado.

Dicho todo lo cual, que Puigdemont deje de presidir Junts, y que, junto a él, dejen los mandos personas de peso como el piloto Jordi Sànchez o la lugarteniente omnipresente Elsa Artadi, y que Laura Borràs -presidenta del Parlament y excandidata a la Generalitat- comparta las cartas de navegación que va a imprimir -con toda probabilidad- un exconvergente como Jordi Turull, es motivo más que suficiente para sugerir que JxCat tiene ante sí un reto similar al que tuvieron el PDECat o la Crida cuando los comandaba, también, Puigdemont.

La encrucijada

Con Turull, Junts se convertirá en un partido. Sin más, sin menos. Dejará de ser lo que para muchos -como el 'expresident' Quim Torra, la misma Borràs y otros activistas con cero experiencia política- tenía que ser este invento: un movimiento de masas con el objetivo de reunificar al independentismo de derechas y de izquierdas, de ayer y de hoy, bajo el liderazgo personalista del "'president' legítimo", que ha logrado ganar batallas al Estado -y del que se obvia que proclamó la independencia sin ejercerla pese a no haber creído en ello pocas horas antes-, y que sabe trascender las fronteras de los partidos mediante un populismo 2.0 que consiguió, contra todo pronóstico, batir a la ERC de Oriol Junqueras en 2017.

Quienes quieren que se mantenga este movimiento quizás deberán buscar otros cobijos. Puigdemont priorizará el Consell per la República, pero esta entidad privada no se presentará a las elecciones. Por tanto, Borràs tendrá ante sí un dilema: convivir con alguien tan exconvergente como Turull -que no pretende maniatarla y podría asumir perfectamente que repita como candidata-, o bien seguir exprimiendo sus cualidades de mujer abanderada del independentismo sin carnet de partido. Con ella puede arrastrar a una parte de las bases y a piezas que conjugan muy bien este independentismo retóricamente irredento: Torra, Aurora Madaula -vicepresidenta del Parlament-, Jaume-Alonso Cuevillas, activistas locales como los de la Meridiana en Barcelona, los CDR, etcétera.

El otro camino de esta encrucijada es el que trazará Turull si hace caso a la petición que le ha hecho toda la plana mayor del partido, salvo excepciones como la de Borràs, claro está, y terceras vías o 'no alienados' como el vicepresidente del Govern, un Jordi Puigneró que ha ido de más a menos en las quinielas internas cara al futuro. Turull se impondrá porque, según recuerdan los dirigentes actuales, Borràs tiene manchas en su expediente y las bases del partido son entusiastas de ella pero no ciegas, ante las incoherencias de la presidenta con el 'caso Juvillà' o su posible futuro procesamiento por malversación. Y Turull tiene una virtud, resumida en una frase lapidaria de un miembro del Govern de Junts: "De secretario general necesitamos a alguien que sepa".

La previsión

La lógica lleva a pensar que el adversario común de todas las familias de Junts, que es ERC, actuará como unificador ante el congreso de junio. Un adversario que pasa por horas bajas por su maltrecha apuesta por el diálogo con un Gobierno cuyos servicios de inteligencia han espiado -presuntamente- al propio 'president' mientras Pedro Sánchez proclamaba su apuesta por la negociación con el independentismo. Esquerra solo tiene un escaño de ventaja, recuerdan en Junts. De ahí que se pueda prever un reparto de poder entre Turull, Borràs, los 'consellers', los alcaldes, los líderes territoriales y las figuras mediáticas.

Se tratará de un equilibrio complejo, en el que nadie será indiscutible como Puigdemont y donde la magia del movimiento creado en el 2017 en pocas semanas y que logró vencer a ERC ya no existirá, porque Turull tiene muchos atributos como hombre de aparato, pero entre ellos no está el carisma casi mesiánico del 'expresident'. Y Borràs convive mal teniendo que ceder protagonismos.

De fondo, y al margen de todas estas cábalas -propias de cualquier gran partido-, la cuestión seguirá siendo si JxCat es capaz de ser creíble como fuerza política central y de gobierno, pero que al mismo tiempo promete volver a crear un conflicto con el Estado de tal magnitud que logre la independencia por la vía del sacrificio y la acción en la calle de forma unilateral. Con Puigdemont y sus movimientos en el extranjero desde 2017, esta aura se ha mantenido.

Con Turull, pese a que enarbola el mismo discurso, igual de contundente, se verá. Sobre todo porque el 'exconseller' ha sido siempre un hombre de orden y el partido es hoy una estructura con muchas ramificaciones en el Govern y el territorio -incluida la Diputación de Barcelona-, lo cual significan sueldos y estabilidades poco compatibles con el hecho de salir a la calle a provocar otro conflicto con la legalidad.

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