JUEGO DE TRONOS

El mundo empresarial acumula un malestar de 94.000 millones por el covid y la guerra de Ucrania

feijoo sanchez

feijoo sanchez / David Castro

Albert Sáez

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La economía española va a crecer este año mucho menos de lo presupuestado. Y los gastos van a crecer mucho más. El PIB se incrementará un 4,3% cuando debía hacerlo un 7%. Y las pensiones se tendrán que aumentar en un 6% que será aproximadamente la inflación a final de año. El mes pasado fue del 8,4%. Y en el horizonte, una subida de los tipos de interés para el verano. Todo esto cuando la guerra de Ucrania justo acaba de empezar y la pandemia no acaba de terminar. Si lo trasladásemos a la economía doméstica, querría decir que vamos a cobrar un 40% menos de sueldo a final de año, que vamos a tener que ayudar con más dinero a los miembros de la familia que no trabajan y que con lo que cobremos podremos comprar menos cosas mientras las cuotas de los créditos que pagamos van a subir y a representar un porcentaje mayor de nuestros ingresos. O sea, que vamos a poder comprar menos cosas y en determinados casos vamos a dejar de pagar algunas otras. Entre el ruido de Pegasus y la algarabía de la derecha, el Banco de España ha dado esta semana una cifra espeluznante: los créditos en riesgo de impago suman ya 94.000 millones de euros. Para que se hagan una idea, el rescate bancario de Rajoy en 2012 fue de 64.000 millones de euros. Y el total de los fondos europeos para España suman 140.000 millones. Este cuadro de situación está generando mucha preocupación entre los empresarios y, normalmente, su malestar es el anticipo del que sufrirá el conjunto de la población.

De la recesión a la estanflación

Yanis Varoufakis, el apuesto ministro griego de finanzas tras la crisis de la deuda de 2008, acusó a Angela Merkel de “austericidio” por la manera como la canciller gestionó la respuesta europea. Alemania se negó a poner más dinero sobre la mesa para tapar los agujeros de las economías maltrechas hasta que se cortara una parte del gasto. Prohibió que se gastara lo que no se tenía y que se pagara deuda con más deuda, porque eso podía conllevar una alta inflación y una quiebra de las cuentas públicas. El sentido común que aplican millones de familias en su vida cotidiana. El precio fue una recesión que duró años y en el camino no sufrieron solo los que más habían arriesgado alocadamente sino mucha gente corriente. Las ucronías no sirven de nada, pero alguien debería decir algún día que sin aquellas recetas, la capacidad europea de respuesta a la siguiente crisis, la de la pandemia, hubiera sido mucho menor. Ante un problema excepcional, Merkel si apoyó una política expansionista de mayor gasto y deuda pública, como hacen miles de familias cuando les llega una enfermedad. Una cosa es endeudarse para pagar medicinas y vivir mientras te tratan los médicos y no puedes trabajar, y otra muy diferente es pagar un crédito pendiente con un nuevo préstamo para irte de vacaciones. El reto es que justo cuando era el momento de cambiar de ciclo económico por la llegada de la inflación, se ha superpuesto otra crisis, la derivada de la guerra de Ucrania que ha encarecido las materias primas y paralizado el consumo. Entramos en otra bestia negra de la economía tan peligrosa como la recesión, la estanflación, cuando la economía no crece y los precios, sí. En esta pinza están atrapadas empresas que tienen créditos por valor de más de 60.000 millones y no van a poder devolver y familias que suman préstamos por más de 30.000 millones.

La paz social, en riesgo

En este contexto se celebra esta semana en Barcelona la reunión anual del Cercle d’Economia. El manifiesto previo de la junta aboga por lograr pactos de Estado para preservar la paz social. Seguramente, Alberto Ñúñez Feijóo será más receptivo a esta receta de lo que lo fue el año pasado Pablo Casado a la de los indultos para favorecer la paz nacional. La gran incógnita es como se lo tomará Pedro Sánchez. Si fuera otra persona, diríamos que llega exhausto a este nuevo reto de la economía y de la sociedad españolas. Acumula tantos macht points en su carrera que lo de esta semana ya casi le ha parecido un juego de niños. Pero, para esos empresarios y esas familias en riesgo de impago, la zozobra de no saber si de la noche a la mañana la gasolina va a subir 20 céntimos y el gas no va a dejar de encarecerse genera la incertidumbre suficiente para dejar de invertir, de consumir y de votar. O en el peor de los casos, de bajar la persiana, dejar de pagar las deudas y votar al primer partido que pase por delante y ofrezca la seguridad del grito y de la coacción. Ese riesgo es casi mayor que el de los 94.000 millones. Es la paz social.

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