JUEGO DE TRONOS

Sánchez y la luz: gatillazos políticos en la era de Tik Tok

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez. / JULIEN WARNAND

Albert Sáez

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Tik Tok se ha convertido en la aplicación de moda. Ha entrado en las familias a través de los adolescentes, pero se ha viralizado hasta cautivar a padres y abuelos. Tik Tok es intergeneracional, intercultural e interclasista. De repente, Facebook o Twitter han envejecido y, con ellos, todas las metáforas y todos los discursos apocalípticos que les acompañaban. En nada, encontraremos gurús alabando la racionalidad de los tuits frente al frenesí de los vídeos en Tik Tok de igual manera que en la última década reivindican las bondades de la televisión a la que estuvieron tratando durante años como "una fábrica de mentiras". Los conspiranoides son así. Sea como sea, Tik Tok ha llegado para volver a acelerar nuestra percepción del tiempo. En el último mes, hemos visto desbloquear asuntos que llevaban meses o años en la bandeja de pendientes. Pero también hemos padecido anuncios precipitados que nunca se han llegado a sustanciar. Auspiciados o frenados en seco por las prisas de Tik Tok.

La maldición de Sánchez con la luz

Desde que superamos el pico de la pandemia, el principal dolor de cabeza de Pedro Sánchez ha sido, es y será el precio de la luz. En la gestión de este asunto ha pecado de soberbio en más de una ocasión y ha dado por hecho que podría hacer lo que no podía hacer. En 2021, prometió que en el conjunto del año no pagaríamos más en el recibo de lo que habíamos pagado en el 2020. Se cumplió a medias, más por el número de abonados a la tarifa fija y por las rebajas impositivas (que son una forma encubierta de gasto público) que por la regulación del mercado. Luego menospreció el efecto viral del precio de la electricidad sobre la inflación. Y así estamos. Y, finalmente, tras la invasión de Ucrania, se enzarzó en una cruzada europea para minimizar o topar el impacto del precio del gas sobre el de la electricidad que ha acabado en lo que sus palmeros mediáticos llaman pomposamente la "excepción ibérica" y que consiste en poder intervenir, ya veremos cómo y a qué coste, para reducir la factura energética. El resultado no es tan calamitoso como explican en los chats de cuñados de Vox (que en nada quedan anticuados), pero es mucho más complejo que lo que se puede explicar en un vídeo de 30 segundos en Tik Tok. El ridículo es respecto a las expectativas generadas por él.

Engrandecer a Vox puede ser un error 

Si fuera por los alquimistas de la Moncloa, Vox sería el responsable de que llevemos quince días sin ver el sol. En comunicación política, uno de los errores más garrafales es generar un marco mental sin base real que conlleva una cadena de decisiones irracionales. Le pasó al PP en el 11-M, cuando un alquimista les convenció de que si el atentado de Atocha era obra de los yihadistas, perdían las elecciones. Y se pusieron a mentir para que se atribuyera a ETA. Perdieron las elecciones más por lo segundo que por lo primero. Los viejos militantes de Bandera Roja han llegado a la conclusión de que el PSOE ganará las elecciones alentando el fantasma de Vox para movilizar a un electorado de izquierdas castigado por la inflación y desorientado por una coalición de la que se avergüenzan todos los que la forman. Aplicado a la huelga de transportes, la alquimia monclovita ha dejado tremendamemente desprotegida a la ministra Raquel Sánchez que ha tenido que negociar con los que no estaban en huelga porque los que la promovían eran, presuntamente, títeres de Abascal. Igual de tanto engrandecer a Vox es Vox quien gana las elecciones. 

Al catalán le sientan mal los tuits 

Uno de los asuntos más complejos en las sociedades contemporáneas es la administración de las identidades en los espacios públicos. Los principios de neutralidad y laicidad están muy bien. Pero, al final, hay que decidir si Navidad es fiesta laboral o en qué lengua se da una clase. Y quienes conocen el día a día de las aulas saben que la concreción del objetivo de que los escolares catalanes dominen las dos lenguas no puede responder a una sola lógica ni a una metodología encorsetada. Frente quienes quieren que eso lo organice el Parlament o el TSJC, el sentido común dice que deben hacerlo los maestros sin interferencias y con cobertura. Eso pactaron el jueves PSC, Esquerra, Comuns y el alma sensata de Junts que, desgraciadamente, se vio sometida a un asedio en las redes (que solo percibieron ellos) por parte de su cartel electoral. El catalán lo tiene fastidiado, pero seguro que no se salva a golpe de tuit.

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