JUEGO DE TRONOS

El mundo está cambiando y los de siempre (Vox y Podemos) no se enteran

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia conjunta con el canciller alemán, Olaf Scholz, este 18 de marzo de 2022 en Berlín.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia conjunta con el canciller alemán, Olaf Scholz, este 18 de marzo de 2022 en Berlín. / AFP / FILIP SINGER

Albert Sáez

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Ser conservador es tan respetable como ser progresista, ambos tienen una actitud distinta ante un cambio que saben inevitable. Unos lo quieren ralentizar y los otros lo quieren acelerar. En ambos casos, en defensa de sus legítimos intereses. La estupidez reside en el inmovilismo y en el adanismo. El primero pretende negar el cambio y el segundo pretende hacerlo bueno por naturaleza. Es imposible que el mundo no cambie como pretendían los carlistas con su lema “así lo hemos encontrado, así lo dejaremos”. Como también es imposible pensar que todo cambio es necesariamente a mejor con esa aspiración de la “revolución permanente”. ¿Puede tener la UE la misma política de defensa que cuando nació? No. ¿Puede España tener la misma posición sobre el Sáhara que en 1975? No. ¿Puede el periodismo y la política tratar un boicot ideológico como si fuera un paro sindical? No. Una tarde de domingo del invierno de 2022 el mundo dio un vuelco. Y el que no quiera entenderlo, simplemente es un inmovilista o un adanista. Y está fuera de la historia. 

Europa decide tener defensa propia

Desde la segunda guerra mundial, Europa tenía subcontratada su política de defensa a la OTAN en el Oeste y al Pacto de Varsovia en el Este. La caída del muro de Berlín amplió los límites de la Alianza Atlántica hasta los confines de Rusia. El nuevo muro construido tras la invasión de Ucrania, como explica Marc Marginedas, empieza en Portugal en el Oeste y acaba en Estonia al Este. El mercado y el modelo social de la UE no van a ser defendidos en el futuro por la OTAN, el paraguas que le permitió nacer, sino por unos ejércitos mejor armados, empezando por Alemania, y más coordinados dentro de la propia UE. Si la pandemia rompió el tabú de la mutualización de la deuda, Ucrania puede haber empezado a romper definitivamente el de la creación de un ejército europeo. En este contexto, aplicar el manual ideológico anterior a 1989 y reclamar que España forme parte de los no alineados, es simplemente ponerse fuera de la historia. Como lo es empatizar con Putin por puro antiamericanismo, una postura compartida en España por la extrema derecha y la extrema izquierda. En este momento, hay que estar en el lado correcto de la historia. O sea, con la UE.

El Sáhara español une a contrarios

Por mucho que los alquimistas de la Moncloa y sus terminales mediáticos lo quieran disimular, el Gobierno de Pedro Sánchez dio un giro de 180 grados este viernes al aceptar la propuesta de Marruecos de anexionarse definitivamente el Sáhara dándole un cierto grado de autonomía. Desde que Estados Unidos e Israel reconocieron esa realidad, España no tenía muchas más soluciones. La extrema derecha lo considera una concesión inaceptable porque solo mira a Marruecos. Y la izquierda extrema lo considera una traición porque solo mira al Sáhara. Si levantamos la vista, vemos que la posición española sobre el Sáhara no puede obstaculizar la puesta en marcha de un canal de suministro energético alternativo al ruso que, además, no puede quedar subyugado a unos amigos de Putin como los argelinos. La España autárquica de Franco podía enardecer su patrioterismo auxiliando al Sáhara. La España integrada en la UE posUcrania posiblemente ni se lo puede plantear. El movimiento de este viernes tiene más que ver con la visita de Sánchez al canciller que con su próximo viaje a Rabat.

Vuelve el nacional sindicalismo

Para los que consideran que la lucha contra la inflación es una manía alemana para proteger los intereses empresariales, es imprescindible observar lo que está pasando en la huelga de transportes y en las manifestaciones de este fin de semana. La inflación desatada es la principal fuente de energía política de Vox, exactamente como pasó en Alemania hace casi un siglo. Los ricos irresponsables no soportan empobrecerse, pero la inflación es la única vía que tienen para convertir a los trabajadores en peones que les enciendan las calles para hacerse con el poder político. En ningún otro escenario las propuestas de la patronal más dura obtienen un amplio apoyo popular. Y eso es de lo que se está beneficiando Vox, porque en España PP y PSOE no reproducen el cordón sanitario ni contra ellos ni contra la inflación. El falangismo, en su versión nacional sindicalista, es tan poco europeo como el comunismo, pero eso cierta prensa prefiere ignorarlo.

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