JUEGO DE TRONOS

Feijóo y Puigdemont en el nuevo contexto europeo

Kiev (Ukraine), 08/07/2019.- European Union Council President Donald Tusk speaks during joint press conference with Ukrainian President Volodymyr Zelensky and European Commission President Jean-Claude Juncker (not pictured) in Kiev, Ukraine, 08 July 2019. The 21st Ukraine-EU summit takes place to strengthen political and economic ties. (Ucrania) EFE/EPA/SERGEY DOLZHENKO

Kiev (Ukraine), 08/07/2019.- European Union Council President Donald Tusk speaks during joint press conference with Ukrainian President Volodymyr Zelensky and European Commission President Jean-Claude Juncker (not pictured) in Kiev, Ukraine, 08 July 2019. The 21st Ukraine-EU summit takes place to strengthen political and economic ties. (Ucrania) EFE/EPA/SERGEY DOLZHENKO / EFE / SERGEY DOLZHENKO

Albert Sáez

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La historia europea se aceleró hace quince días. La UE mutualizó por primera vez su posición en un conflicto bélico: sancionó conjuntamente, asumió colectivamente las consecuencias, envió armas ofensivas a un tercer estado y su principal potencia económica puso en marcha una inversión militar sin precedentes desde la segunda guerra mundial. Todo prácticamente en una tarde de domingo. Nada que ver con las interminables cumbres para resolver la crisis financiera de 2008 ni siquiera con los balbuceos en las primeras semanas de la pandemia, hace justo dos años. La primera crisis sin Merkel se saldó con el espíritu de la canciller pero sin sus cansinas maneras.

Europa oscila hacia el Este

Una de las novedades de este episodio es que los países del grupo de Visegrado han secundado, e incluso aplaudido, las medidas impulsadas por Bruselas bajo el mando de Alemania y Francia. Polonia y Hungría sienten en propia carne la amenaza de la Rusia de Putin y valoran más que nunca el paraguas de la UE, tanto o más que el de la OTAN. Ni una queja por el alud de refugiados que les están llegando a diferencia de las alambradas que levantaron en la crisis siria. De hecho, para Polonia y Hungría la respuesta europea a la invasión de Ucrania es una oportunidad de desplazar el eje de la política de la UE hacia el Este, una de sus tradicionales reivindicaciones.

El error estratégico del PP de Feijóo

En este contexto, el pacto de gobierno del PP con Vox ha sentado pero que muy mal entre sus homólogos europeos. Los de Abascal son los amigos españoles del grupo de Visegrado. Y ha sido justamente un polaco, Donald Tusk, quien en su condición del presidente del PPE, ha censurado el pacto de Fernández Mañueco que sitúa a la extrema derecha en el corazón de las instituciones de Castilla y León. Es un acuerdo que en Bruselas se entiende igual de mal que la entrada de Podemos en la Moncloa. Y de esta situación se responsabiliza a la par a los populares y a los socialistas por su incapacidad reiterada de llegar a acuerdos que eviten que los populismos logren presencia institucional. Para el PP de Feijóo aparecer en la foto con Vox justo cuando sus más próximos viran hacia Bruselas es una muy mala carta de presentación. En la UE cuesta entender que haya un partido comprometido con el gobierno de Europa que trate a la extrema derecha como unos simples díscolos, como una escisión de la propia tradición con la que se puede pactar a cambio de unos minutos de protagonismo. El trauma de la tolerancia con el partido de Hitler en los años previos a la segunda guerra mundial es mucho má profundo en Europa que en esta España en la que se pactó la transición con los herederos de su socio local. 

Conviene alejarse de Putin

Fue precisamente Donald Tusk quien proporcionó a través de un tuit el único momento en octubre del 2017 en el que el independentismo catalán estuvo cerca de lo que había prometido a sus seguidores. El entonces presidente del Consejo Europeo reclamó al entonces presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que evitase cualquier acto, la declaración de independencia, que hiciese imposible el diálogo. Puigdemont le hizo caso hasta que el quietismo de Rajoy le puso al pie de los leones de la guardia pretoriana del independentismo, que quiso culparle de un adelanto electoral que deseaba de todas formas. En ese contexto, algún iluminado del entorno de Puigdemont aplicó aquello de los enemigos de mis enemigos son mis amigos y quiso hacer la pelota al líder sirviéndole en bandeja el contacto con algo similar al entorno de Putin. Esos iluminados han tenido posteriormente como aliados a los que desde el extremo opuesto piensan que la solución del problema catalán pasa por el exterminio político de Puigdemont. Unos y otros han intentado identificar al presidente del referéndum con el invasor de Ucrania.Hasta el punto que el Parlamento europeo ha aprobado esta semana que se investiguen los vínculos de Rusia con toda suerte de movimientos europeos, incluido el independentista. Una iniciativa que, lejos de inquiertar a Puigdemont le tiene convencido de que en materia de relaciones con Putin su expediente está más limpio que el del excanciller Schröder o el de Macron mientras fue banquero

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