Una década de independentismo en la cumbre
'Procés', año X: la incógnita de la escalera
2022 se presenta como el año decisivo para la mesa de diálogo en un momento que se duda en si el independentismo asciende o desciende
Crónica de un fiasco: lo que se vio y lo que no se vio del otoño del 'procés'
Anatomía del 'aragonesismo'
Xabi Barrena
Periodista
Periodista de la sección de Política
El 'procés', la irrupción y consolidación del independentismo como motor de la política catalana, llega este 2022 a los 10 dedos de edad. Y con una fácil división en lustros, es decir, en manos. Cinco falanges para el periodo creciente, de 2012 a 2017, y las otras cinco, descendentes, a raíz de lo ocurrido a partir del 1-O. Año X, este 2022, no solo en el recuento de la década en latín, también de incógnita, por cuanto, como reza el tópico del gallego en la escalera, no se sabe si el 'procés' está de subida o de bajada.
Tras el choque de hace un lustro, las condiciones se han desinflamando, sobre todo, tras la salida de la cárcel de los presos del 1-O. La mesa de diálogo y negociación nacida en enero de 2020, por presión de ERC, ha vivido ya un reinicio y, según las palabras de Pere Aragonès, a lo largo de 2022 debe dar algún resultado tangible. Pero el 'president' no las tiene todas consigo y ya ha exhortado al independentismo a trabajar en "alternativas por si la negociación encalla". "Para cuando encalle", tercian siempre Junts y la CUP, persuadidos de que es una cuestión de tiempo que fracase. Y una oportunidad para encarnizarse sobre los republicanos, que han hecho de la mesa algo más que un estandarte.
Y es que hogaño empieza a asomar, de nuevo, el triple callejón sin salida de antaño. Los posibilistas que abogan por la negociación con el Estado no apuestan por que de la mesa de diálogo salga, a corto plazo, algún tipo de votación que incluya la secesión. Y menos a meses de que los barones socialistas se jueguen sus bazas en las elecciones municipales y autonómicas de mayo del 2023, que este año tendrán su avanzadilla en Castilla y León y Andalucía.
Hasta el más unilateralista es consciente de que, con la fuerza actual, no se alcanza para poner contra las cuerdas a un Estado que se siente ungido a defender la unidad patria por tierra, mar y aire. El no independentismo, por su parte, sigue sin hincar el diente a unas administraciones catalanas sustentadas por un voto secesionista que aguanta carros, carretas y, sobre todo, años. Es una lucha de trincheras.
Al tiempo, se reactivan aquellos cantos de sirena que alimentaron el independentismo hace 10 años. La dejadez inversora del Estado, ejemplificada en Rodalies, y lo que el catalanismo entiende como el acoso a la lengua catalana en busca de una residualización.
Cinco más cinco. En la primera mano se arremolinan las mayores manifestaciones en Europa occidental en pos de dos motivos políticos: el 9-N y el 1-O. Años de crecimiento del independentismo que, sin embargo, mostró, en las elecciones, ya de buenas a primeras, un techo de cristal al que pocos atendieron quizá al pensar que el aumento casi inmediato del 15% del voto al 50% iba a seguir en progresión lineal hasta cobijar al 100% de los catalanes en apenas semanas. Y no.
Siempre hay una fecha y siempre es discutible. Pero lo cierto es que es la multitudinaria manifestación del Onze de Setembre de 2012 la que obró el cambio de escenario. En aquella concentración, lo que hasta entonces se había entendido como minoritario y friqui, el independentismo, se tornó en algo 'mainstream', central.
El motor de esa manifestación fueron las entidades soberanistas, Òmnium Cultural y, sobre todo, la recién creada Assemblea Nacional Catalana, que supo gestionar el exitazo para convertirse en uno de los principales actores del 'procés', en su primer lustro. La pérdida de lustre y fuerza de la ANC, hoy, es, quizá, una de las mayores diferencias. Tras el otoño de 2017, los partidos han tomado el control absoluto, hasta el punto de que el principal nexo de unión de la década 'procesista' es una rivalidad entre espacios políticos que, como Saturno, ha devorado a sus hijos, a las entidades.
El 'president' Artur Mas trató de capitalizar esa fuerza de la calle, sin lograrlo. Entre otros motivos, porque CiU no se definía como independentista. Al propio Mas le costaba pronunciar la palabra maldita y a los socios de Unió les daba urticaria. Mas se jugó sus cómodos 62 escaños y abrió la puerta del gallinero a la renovada ERC de Oriol Junqueras. La segunda posición de los republicanos, con un independentismo desacomplejado, también en las cuestiones sobre corrupción convergente, acabó por introducir unas tensiones internas en CiU que la llevaron a la disgregación, en el 2015, antes del 9-N.
En la segunda mano es donde, además, se ejecuta el 'sorpasso' de los republicanos sobre los ya posconvergentes. Y lo hacen a lomos de un principio de realidad, hasta ese momento ignorado, que es el gran motivo de división en el independentismo: el 1-O no funcionó. No hace falta valorar si se tenía o no razón. Europa no movió ni una ceja.
Y el independentismo busca ahora un punto de apoyo desde donde hacer palanca. Comiendo palomitas con las decisiones judiciales que dejan a España en mal lugar (casi todas), y al mismo tiempo sufriendo duchas escocesas como cuando Ursula Von der Leyen elige a España como primer país donde destinar los imprescindibles fondos Next Generation, mientras se los regatea a la Polonia de la judicatura rebelde.
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