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Rafael Jorba

Rafael Jorba

Periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.

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Vox y el 'efecto tóxico'

En Francia y Alemania se ha cerrado el paso a la extrema derecha en los gobiernos y se ha mirado hacia el centro. Aquí Sánchez y Casado no están por la labor, aunque sería imprescindible para abordar grandes reformas

Santiago Abascal valora los resultados obtenidos por VOX en los comicios para Castilla y León

Santiago Abascal valora los resultados obtenidos por VOX en los comicios para Castilla y León / EUROPA PRESS / PHOTOGENIC / CLAUDIA ALBA

Como en el cuento de la lechera, las elecciones anticipadas en Castilla y León han acabado con el sueño de una mayoría absoluta del PP: el cántaro político de Alfonso Fernández Mañueco no se ha roto, pero su contenido ha quedado seriamente contaminado. El acelerador del ciclo de cambio en España ha dado un resultado perverso: el PP ha pasado de gobernar con Cs, que tenía la vicepresidencia, a depender ahora de Vox, que reclama esa vicepresidencia.

Entre tanto, la historia europea nos alerta de los riesgos que la ascensión de la extrema derecha representa para las democracias y de cómo los partidos pueden evitar que contamine al conjunto del sistema. En primer lugar, hay que cuidar el lenguaje, como explica el filólogo Victor Klemperer en ‘LTI. La lengua del Tercer Reich’. “Las palabras -advierte- pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico”.

Cuidar el lenguaje, restablecer las buenas maneras, es el intangible previo. En segundo lugar, en el plano proactivo, existe el precedente de dos democracias europeas que padecieron la barbarie nazi: Alemania y Francia. En ambos países, con métodos distintos según su régimen electoral, se ha cerrado el paso a la extrema derecha. Francia, con un sistema de dos vueltas, ha practicado el ‘desistimiento republicano’, es decir, la renuncia del candidato peor situado en beneficio del que más posibilidades tiene de derrotar al aspirante lepenista; en las regionales, también a doble vuelta, dando una prima al partido más votado.

En Alemania, con un sistema de representación de base proporcional como el español, se prescinde de la extrema derecha (AfD) tanto en el gobierno federal como en los länder. Cuando esta regla se ha intentado quebrar, se ha cortado por lo sano. Este fue el caso del land de Turingia, en febrero del 2020, donde la CDU votó a un candidato liberal de la mano de AfD. El presidente regional no solo tuvo que dimitir, sino que este episodio -la primera vez que se rompía la regla no escrita- le costó el cargo a Annegret Kramp-Karrenbauer, la entonces sucesora de Angela Merkel en la CDU.

Desde estas coordenadas, democristianos y socialdemócratas -constructores del modelo social de referencia- han mirado al centro: los gobiernos de ‘gran coalición’ entre CDU y SPD, y ahora -tras las generales de septiembre- la ‘coalición semáforo’ entre SPD, verdes y liberales. Aritméticamente, en España el bipartidismo imperfecto de PSOE y PP goza de mejor salud: ambos partidos han sumado en Castilla y León el 61,5% de los votos y 59 diputados (18 por encima de la mayoría absoluta).

Políticamente, ni Pablo Casado ni Pedro Sánchez están por la labor. Sin embargo, las amplias mayorías que se necesitan para afrontar las reformas de fondo, la renovación del CJPJ o la puesta al día de la Constitución no podrán acometerse sin una ‘gran coalición’, al menos en el ámbito parlamentario; la propuesta del alcalde de Valladolid de facilitar con una abstención del PSOE la investidura de Mañueco sería un gesto en esta dirección.

Sin embargo, en cualquier escenario, el ‘efecto tóxico’ ya ha contaminado no sólo el centro de España, sino el espacio central de la política europea. Entre o no Vox en un gobierno, aquellas dosis de arsénico ya han intoxicado el espacio público. En Francia, a mediados de los ochenta, Laurent Fabius (PS) dijo que el Frente Nacional planteaba buenas preguntas, pero daba malas respuestas. El problema está en aceptar la lógica de las preguntas. “Qui pregunta, ja respon” (Raimon).

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