JUEGO DE TRONOS

El artículo de Albert Sáez: Catalanes en español y españoles en catalán

Pablo Casado

Pablo Casado / EUROPA PRESS / EDUARDO PARRA

Albert Sáez

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Joan Cañete, periodista transitado por varios continentes y ahora subdirector de EL PERIÓDICO, lanzó dos preguntas en su último artículo de opinión que debería responder cada ciudadano en su fuero interno y cada candidato electoral en público: ¿Se puede ser español hablando en catalán? ¿Se puede ser catalán hablando en español? Son preguntas nucleares, especialmente en tiempos de globalización y, aún más, en tiempos de incertidumbre. Mis respuestas son claras: sí y sí . Las respuestas negativas a esas preguntas hacen difícil la convivencia y raramente pueden pasar una prueba de calidad democrática. 

El problema (político) de las identidades

Cañete hacía estas preguntas porque detecta, con razón, que algunas fuerzas políticas basan sus propuestas en convertir la identidad en la principal componente de la comunidad política. Los momentos de la historia en los que la identidad individual -lingüística, étnica o religiosa- ha organizado la lógica política han sido nefastos. Ello no significa negar que las identidades son un componente de toda propuesta política. La identidad genera identificación y la identificación genera comunidad. La cuestión es sobre qué ejes se produce ese proceso de definición de lo común. La cultura, la lengua o la religión generan comunidad pero si son la única base de la identificación, entonces lo que hacen es levantar muros infranqueables. Por eso, desde la Revolución Francesa, se han buscado factores de identificación basados en compartir valores (libertad, igualdad, fraternidad) aunque es un error pensar que con ello el resto de elementos de identificación van a desaparecer. Siguen ahí y hay que conjugarlos.

El objetivo de segregar por lenguas

 En los dos bloques que confrontan en la política catalana desde hace una década hay componentes minoritarios que tienen como objetivo final conseguir que en Catalunya la escuela se organice en función de la lengua que se elija. En ambos componentes se pretende tratar al otro bloque como minoría nacional. Estos componentes no son mayoritarios en cada bloque pero se retroalimentan. En realidad, comparten la idea, que evidenciaba Cañete, de organizar la política, lo común, en base a lo singular, la identidad. No vean en ello equidistancia sino la constatación del fenómeno. Y ambas partes son dadas a la hipérbole que solo hace que quitarles la razón que pudieran tener. No hay que gastar ni una gota de tinta en demostrar que en las escuelas catalanas no se deja sin ir al lavabo a los niños que lo piden en castellano ni en evidenciar que las familias que reclaman otro modelo escolar no son agentes del CNI. Hay algo peor que las propuestas políticas que tiran de identidad por irresponsabilidad y son las que lo hacen por carecer de ninguna idea propia.

Los retos de la convivencia

Todos estos episodios hipertrofiados no tendrían base si no respondieran a algunas incertidumbres que los inflamadores políticos tratan de convertir en miedos que generen votos. Algunos sociolingüistas alertan a la comunidad de catalanohablantes del retroceso en el uso social del catalán, que es un dato, y derivan de ello un deterioro de la lengua que puede comprometer su futuro. Unos pocos de ellos concentran la causa de ese peligro en el bilingüismo. Lógicamente, igual que si le preguntas a un epidemiólogo dirá que el mejor remedio es confinar a la población, las lenguas no se desnaturalizarían si no estuvieran en contacto entre ellas. Pero las lenguas son humanas y, por lo tanto, vivas. Los sociolingüistas razonables lo que hacen es detectar decisiones políticas -arbitrarias y reversibles- que alteran artificialmente esa dinámica. Es obvio que el catalán es una lengua muy vulnerable en el siglo XXI como también es obvio que el castellano cuando convive con otras lenguas también se altera. Por ello algunos, frente al miedo a la extinción de catalán oponen el miedo a la disolución del español. Esas dos líneas paralelas no conducen a ningún otro lugar que al deterioro de la convivencia. El único camino es el doble sí a la pregunta de Joan Cañete, lleno de dificultades, que obliga a equilibrios políticos para preservar derechos individuales. Y que no puede tolerar señalamientos, pero ese sigue siendo el único camino para las dos lenguas.

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