Análisis

Al fin en casa | Videocomentario de Verónica Fumanal

En el ritual de las despedidas gubernamentales emerge de forma singular la cultura democrática de un país

Al fin en casa | Videocomentario de Verónica Fumanal

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Verónica Fumanal Callau

Verónica Fumanal Callau

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Una conocidísima tienda de muebles nórdicos ha lanzado un campaña con la imagen intuida de Angela Merkel bajo el 'claim' "al fin en casa". Se trata del anuncio de un sofá que simboliza el descanso hogareño de una líder que lo fue todo y que ahora se retira con todos los honores que la república alemana y la UE le han podido dar. ¿Por qué se valen de la figura de Merkel para hacer una campaña publicitaria?

En este caso, porque su imagen pública es positiva y quieren asociar su marca con los valores de la marca política Merkel, pero nos hallamos ante un caso raro, ya que resulta bastante extraño en la era en la que vivimos que los líderes políticos tengan connotaciones positivas atractivas para las marcas, de hecho, solo lo consiguen personas que se convierten en iconos de una era, personajes históricos que han marcado, decisiva y positivamente, una época.

El sillón vacío de Rajoy

La imagen de la líder sentada en el sofá contrasta con el sillón de diputado vacío de Mariano Rajoy en la sesión de la moción de censura que lo desalojó de la presidencia del Gobierno en 2018. Y es que la ya excanciller alemana lleva varios meses de gira de despedida por varios países, recibiendo todo tipo de homenajes y honores. El último, el del Parlamento alemán en la toma de posesión de su sucesor, que también tuvo unas palabras de reconocimiento para su antecesora.

Al fin en casa | Verónica Fumanal

Al fin en casa | Verónica Fumanal /

Sin embargo, Mariano Rajoy, en una decisión nefasta que lastró sus últimos días como presidente del Gobierno, abandonó la sesión del Congreso de la moción que le retiraba su mayoría parlamentaria para dejar su escaño vacío, un gesto que simbolizaba su menosprecio a lo que estaba aconteciendo y, por lo tanto, a los mecanismos constitucionales para el relevo presidencial. Quiso enmendar este error comunicativo e institucional al día siguiente, cuando desde la tribuna se despidió con un "suerte a todos ustedes por el bien de España", que de alguna manera legitimaba el proceso que lo había desalojado y enviaba un mensaje de desconfianza hacia sus sucesores fiándolo todo al azar. Esa fue su despedida, corta, breve y sin honores.

Más prisa que honores

El ejemplo de la salida de Rajoy resulta paradigmático por la brusquedad de su salida. Sin embargo, no lo es tanto si se analiza desde el punto de vista del proceso de traspaso de poder y de la necesidad del país por despedir el pasado. Y es que todos los presidentes españoles de nuestra democracia reciente salieron de la Moncloa con más prisa que honores. Ninguno de ellos lo hizo de forma positiva, con niveles de aprobación aceptables y una retirada a tiempo. Tanto es así que en España es habitual afirmar que uno no gana las elecciones, sino que las pierde el que ejerce el poder. Tanto es así que todos los presidentes han necesitado un cierto tiempo para congraciarse, no con el país, sino con una parte del que fue su electorado, que pasados los años reconoce algunas bondades en la gestión.

En este país se diseñó una despedida que no contemplaba reconocimiento alguno a la labor de los que se van. El proceso de investidura resulta un borrón y cuenta nueva, sin solución de continuidad. Lo viejo desaparece y emerge lo nuevo, sin una transición que evidencie el traspaso de poder entre ejecutivos. En España, este enlace entre lo que desaparece y lo que llega lo ejerce el Rey, quien toma juramento al nuevo presidente y demás instituciones sin que las que se marchan estén presentes, algo que sí sucede en los ministerios con el traspaso de carteras. El modelo alemán es mucho más parecido al traspaso en algunas comunidades autónomas, en el que futuro y pasado se unen en una ceremonia que evidencia la normalidad democrática del traspaso de poder.

Peleados con la memoria

Despedimos fatal, enterramos mejor. En el ritual de las despedidas gubernamentales emerge de forma singular la cultura democrática de un país. En este, parece que no sabemos reconocer las bondades del pasado hasta que estas personas no están para verlo. Ha pasado con alguna de las figuras políticas más destacadas de nuestra democracia reciente. Adolfo Suárez o Alfredo Pérez Rubalcaba solo tuvieron el reconocimiento de este país cuando ellos ya no vivían para disfrutarlo.

Eso habla de un país que no tiene la generosidad y la capacidad suficiente para hacer un balance final justo de aquellos que han tenido la responsabilidad de gobernar, de un país que está peleado con su memoria y con el pasado, que acoge el futuro con unas expectativas de cambio que nunca se alcanzan. Porque ni lo de antes era tan malo, ni lo del mañana será tan bueno. Esa es la lección de la política alemana, cultura en la que los líderes disfrutan de un cierto reconocimiento cuando aún pueden disfrutarlo.

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