JUEGO DE TRONOS

El artículo del director: Atrapados contra Vox o contra el 155, ¿hasta cuándo?

Casado y Abascal en una protesta de policías.

Casado y Abascal en una protesta de policías.

Albert Sáez

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A la sociedad civil y al periodismo les cuesta digerir los gobiernos de coalición. Añoran aquellos tiempos en que un líder electoral plenipotenciario era interlocutor único. Pero la complejidad política ha llegado para quedarse y en algunos territorios, como Catalunya, el País Vasco o Canarias, es norma. En otros como València o el mismo Gobierno español es una novedad a la que todos van adaptándose. En otros países, como Alemania, no solo llevan décadas con gobiernos de coalición sino que son capaces, como acaba de ocurrir con la llamada coalición semáforo, de organizarlas por encima de los bloques ideológicos. Ocurre de alguna manera también en Catalunya, donde el eje nacional lleva el peso en la última década cuando se trata de organizar mayorías. 

El fantasma de la extrema derecha

Cada vez que Pablo Casado da un paso para demostrar que, llegado el caso, hará gobierno con el apoyo de Vox, da oxígeno a Pedro Sánchez. Pasados dos años, la principal, y casi única, argamasa de la mayoría del PSOE y Podemos, y de sus socios parlamentarios, es cortar el paso a la extrema derecha de Vox. ¿Por qué aguanta estoicamente el PNV los acuerdos con Bildu sin dejar tirado al Gobierno? Porque sabe que un PP dominado por Vox sería aún peor contraparte negociadora. ¿Por qué aguanta Esquerra las vacilaciones con la ministra Calviño que confunde cuotas de emisión con cuotas de producción? Porque sabe que su principal apuesta estratégica, la mesa de negociación, duraría entre cinco y diez segundos si cambia el inquilino de la Moncloa. Sánchez y su gabinete de negociadores llevan esa cuerda hasta el límite pensando que nunca se romperá. Hasta que lo haga.

Junts se desentiende de cuidar a la CUP

Algo similar ocurre en Catalunya. Esquerra se auto impuso al inicio de la legislatura que no pactaría con el PSC al identificarlo como promotor de la aplicación del artículo 155 de la Constitución en el año 2017. Su proyecto de ganar tiempo para consolidar la presidencia y ampliar su mayoría está, pues, en manos de su principal adversario para conseguirlo, Junts. De manera que la estrategia es contradictoria con la táctica: sustituir a Junts pasa por convivir con Junts. Y para los de Puigdemont, el abismo virtual del 155, es lo que les da margen para plantar a Aragonès cuando les conviene, sea en la mesa de negociación o en el presupuesto. Además, obliga a los de Junqueras a aguantar las gracias de la CUP que desgastan a cualquiera. Aragonès tensó la cuerda saliendo de esa ratonera y pactando con los Comuns el presupuesto, pero sabe, y Junts no deja de recordárselo, que ese es un camino de no retorno si lo lleva hasta las últimas consecuencias. Y Junts lo aprovecha para intentar ganar peso en la coalición, le falta un liderazgo efectivo que no esté a miles de kilómetros.

Las coaliciones negativas 

Los politólogos llaman a este tipo de acuerdos “coaliciones negativas”. Las fuerzas suman en contra de otro, no a favor de su propio programa. El semáforo alemán también se podría entender de esta manera, son el pacto contra Merkel y, también, contra los que en el partido de la excanceller coquetean con la idea, tabú en Alemania, de acercarse a la extrema derecha. En el caso catalán, esa alteridad contra la que se pacta puede acabar siendo la única mayoría posible a poco que Illa siga sumando apoyos sin muletas de otros constitucionalistas. En el caso español, el gran reto de la coalición negativa contra el PP es la credibilidad de quien la preside. Pedro Sánchez ha librado muchas batallas en muy poco tiempo y acumula más heridas de las que aparenta. Alguien interpretó su remodelación de julio como la búsqueda de apoyo en la marca de partido ante el desgaste de la marca personal. Al final, hay demasiada gente que ha negociado con Sánchez que ya no sabe donde está la bolita, como el PNV o Esquerra esta semana, y que no se levantan de la mesa solo por miedo a Vox. La cosa es cuándo acabará esa paciencia. Sobre todo si una marca personal potente como Yolanda Díaz consigue articular una marca de partido que agrupe todo lo que hay a la derecha de Podemos, aunque me temo que no leen revistas femeninas, como Yo Dona, en los diarios de estimulan al PP a lanzarse en los brazos de Vox. 

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