10º aniversario del final del terrorismo

Diálogo entre Eduardo Madina y Borja Sémper: "Cuando la razón se muere produce monstruos, y ETA fue eso"

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Borja Sémper y Eduardo Madina reflexionan sobre los años de plomo y el final de ETA en el libro 'Todos los futuros perdidos'

Borja Sémper y Eduardo Madina reflexionan sobre los años de plomo y el final de ETA en el libro 'Todos los futuros perdidos' / Ferran Nadeu

Daniel G. Sastre

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Eduardo Madina (Bilbao, 1976) y Borja Sémper (Irun, 1976) nacieron con apenas unas horas de diferencia y sus vidas terminaron marcadas por el terrorismo de ETA. Diez años después del fin de la banda, el expolítico socialista y el popular reflexionan en 'Todos los futuros perdidos' (Plaza & Janés) sobre qué supuso vivir en un entorno de violencia.

¿En qué ha cambiado la sociedad vasca en estos 10 años?

B. S. El cambio fundamental es que tú sales a la calle y ya no te van a matar. Esto suena muy básico, pero es el gran cambio que hay que recordarse continuamente. Esa potencialidad del terror altera todo. Desde el momento en que desaparece, la sociedad vasca empieza a transitar un camino de maravillosa normalidad aburrida, con los conflictos propios de una sociedad moderna y compleja. La violencia lo contamina todo, y después de cuatro décadas quedan cosas por hacer. Hay posos de odio en sectores de la sociedad vasca que hay que eliminar. Hay un trabajo por hacer todavía, pero que no haya sangre en las calles es un cambio brutal.

En el libro, los dos explican su experiencia personal con el terrorismo. Sémper estuvo codo a codo con la etarra que lo quería asesinar; Madina habla del atentado que le costó la pierna. ¿Les ha costado hablar de eso?

E. M. Fue la parte del libro menos atractiva. No te gusta mucho andar contando esas cosas. Me encuentro más cómodo en las partes del libro más de análisis político o sociológico, de memoria histórica. Pero también Lourdes Pérez, la coordinadora de la conversación, pensó que la ejemplificación personal dotaba de valor al análisis, y lo aceptamos.

B. S. La descripción descarnada de los hechos es un buen ángulo de aproximación, y pasa por nuestra propia experiencia. Aunque tampoco he hecho de esa condición de amenazado algo protagónico en mi trayectoria política, con lo cual era un poco raro poner el acento en eso. Nunca lo había contado con tanto detalle, porque no quería que me definiera políticamente el hecho de vivir bajo la amenaza de ETA.

Borja Sémper y Eduardo Madina reflexionan sobre los años de plomo y el final de ETA en el libro 'Todos los futuros perdidos'

Borja Sémper y Eduardo Madina reflexionan sobre los años de plomo y el final de ETA en el libro 'Todos los futuros perdidos' / Ferran Nadeu

Sitúan el principio del fin de ETA en el asesinato de Miguel Ángel Blanco. ¿Por qué fue diferente de los anteriores?

E. M. El despertar de la sociedad vasca es demasiado lento y demasiado progresivo. Debería haber sido más rápido a finales de los años 70 y principios de los 80. Hay que esperar al surgimiento de movimientos pacifistas como Gesto por la Paz, cuya relevancia histórica es enorme en el País Vasco, y quizás al desarrollo democrático de la propia sociedad, que necesita un tiempo de democracia para el instante bautismal de un nuevo modelo de respuesta antiterrorista, que fue aquellos días de Ermua. Fue la mayor movilización que la sociedad vasca había vivido nunca contra un asesinato. Ese día es un punto muy importante en la historia del País Vasco. Había habido movilización, pero no se había visto a prácticamente todo el mundo dando la cara.

Dedican un pequeño epígrafe a la dicotomía entre "la ETA buena y la ETA mala", la de la dictadura y la posterior. ¿Es una más justificable que otra?

E. M. Para mí no. Y además creo que somos hijos de una generación que brinda con champán la noche de Carrero Blanco y llora en Ermua 35 años después por básicamente lo mismo: una vida humana que se lleva por delante un grupo terrorista. No creo que haya nunca, en ningún contexto y bajo ninguna circunstancia, ninguna idea que valga más que una vida. Ni siquiera en una dictadura valen más las armas que las palabras.

B. S. Porque además son justificaciones que tienen un recorrido inquietante y peligroso. La misma argumentación teórica que justifica la existencia de una ETA buena es la que luego evoluciona y justifica que hay que matar al periodista que no trata la información conforme a la verdad hay que matarlo. O que justifica que a uno del PSOE o del PP hay que matarlos porque son invasores. Lo mires por donde lo mires, conviene quedarse en el respeto inequívoco al ser humano. Hay otras formas de luchar que incluso son más eficaces.

En Catalunya, al menos hasta el atentado de Hipercor -diez días antes, HB sacó 40.000 votos en las elecciones europeas en la comunidad-, una parte de la sociedad sentía una cierta fascinación por ese mundo.

E. M. Es un ejemplo más de la fascinación que a veces ejerce el mal. La historia está plagada de ejemplos. Uno cree que a través del romanticismo se llega a paisajes puros y patrias soñadas, pueblos y paraísos perdidos. Es la literatura romántica la que nos enseñó por ejemplo a Frankenstein: el romanticismo alberga monstruos. Ya lo dijo Goya: cuando la razón se duerme aparecen los monstruos. Un día te ves vinculado emocionalmente a un grupo de gente que mata niñas en una estación de tren en Tolosa, o mata a un ertzaina de 30 años. Habría que ponerle alertas todo el rato al romanticismo.

B. S. Sí, habría que actualizar las alertas ante esa capacidad seductora del mal.

Encuestas recientes subrayan el progresivo desconocimiento de los jóvenes con respecto a ETA. ¿Aspiran a que este libro sirva para recordárselo?

E. M. Es casi la idea central. Estábamos un poco alertados por esos indicadores de desconocimiento, de que pudiera construirse una historia futura al margen de la historia pasada. En este país tenemos una relación tensa con los hechos más traumáticos del pasado, a veces terminas los estudios secundarios y nadie te ha explicado la Guerra Civil. A mí no me gustaría que pasara eso con el terrorismo en el País Vasco.

B. S. En el libro pretendemos contar que hay ideas que se pueden convertir en verdaderas pesadillas. Es un libro que evidentemente tiene a ETA como hilo conductor, pero por encima de ETA está esa idea de una cosmovisión de una sociedad homogénea. La historia reciente europea nos ha demostrado dónde nos lleva eso, y nos parecía importante que los jóvenes de hoy vieran que en una sociedad moderna y desarrollada como la vasca, ahí fue capaz también de germinar el totalitarismo.

El libro incluye algunas reflexiones de difícil digestión, como cuando dicen que no fue el malestar en la sociedad vasca lo que provocó el final de ETA.

E. M. Hay elementos de misterio que perduran hoy todavía, como la maldita indiferencia. Cómo puede ser que en tu lugar de origen maten a tu alrededor y tú no sientas que eso va contigo. Yo no sé entrar ahí, no me puedo quedar de espaldas si en mi entorno están asesinando. Pero hubo mucha gente que sí. La primera fórmula mágica dice: esto es por miedo, un mecanismo de autoprotección. Pero no vale como argumento, porque al día siguiente le puede tocar al que tiene miedo. De entrada, ETA empieza matando policías, y luego guardias civiles y militantes. Después salta y mata a concejales, periodistas, empresarios, jueces, profesores, fiscales. Termina matando a amas de casa, conductores de autobús... No se salva nadie. Me parece muy sorprendente tanta gente que nunca sintió nada.

B. S. La intención no es pasar factura, pero creo que caeríamos en un error si la mirada hacia el pasado fuera autocomplaciente. Una mirada correcta en el espejo nos va a dar cosas extraordinarias y buenas pero otras muchas que no lo son. Y conviene fijarse en las que no lo son, porque es la única manera que tenemos para interpretarnos y comprendernos de cara al futuro. Siendo cierto que la sociedad vasca evolucionó en su reacción frente al terrorismo, no lo es menos que siempre llegó tarde o no fue lo suficientemente contundente. 

Otra frase dura es, hablando del PSOE y del PP: "No hemos sabido ganar porque no lo hicimos conjuntamente". ¿Cómo tendría que arreglarse en el futuro?

B. S. Son muchos más los claros de los oscuros tanto del PSOE como del PP. Pero no hemos sido capaces de certificar el fin de la violencia. Más allá de señalar, me parece mucho más relevante que no haya habido casi una especie de obligación ética y moral de certificar juntos el fin de ETA. Y de que hoy no seamos capaces de hacer una lectura compartida de que ETA fue derrotada, de que el totalitarismo, en su expresión armada, fue derrotado. Es como si en España no supiéramos ganar.

¿Qué les parecieron las palabras de Arnaldo Otegi en el décimo aniversario del fin de ETA, que algunos interpretaron como un perdón y otros no?

E. M. Yo aspiraría a un País Vasco en el que no se pueda ofrecer un proyecto político sin el dolor de las víctimas del terrorismo dentro. Independientemente de que tu proyecto sea nacionalista, liberal, conservador... Da igual. Que todo proyecto tenga en cuenta la memoria de las víctimas. Para el PSOE y el PP esto no cuesta nada, para el PNV no mucho. Para Bildu, bastante más. Pero vi que por primera vez las palabras orientaban en una dirección correcta. El camino es larguísimo para ellos, pero vi eso.

B. S. Básicamente estoy de acuerdo. Pero, siendo importantes las palabras, los hechos lo son más. Y ese mundo durante mucho tiempo ahormó un discurso justificador de la violencia o del Euskadi monocolor. Todo ese esfuerzo ahora debería ser reconvertido en una energía al servicio de una Euskadi plural y en la que se deslegitima sin ambages la utilización de la violencia. Esto no lo van a hacer de la noche a la mañana, pero estoy seguro de que nuestros hijos lo verán. Pero vamos, creo que es un avance.

¿Se acabarán los 'ongi etorris'?

E. M. Yo creo que sí. Empieza a haber un sector, creo, dentro de la dirección de la izquierda abertzale consciente por fin del significado que tienen para muchas personas. Desde el punto de vista estratégico, hasta a ellos mismos les vendría bien. Estoy seguro de que van a desaparecer más pronto que tarde.

B. S. Ese mundo vive una contradicción y un conflicto también. Quienes salen de la cárcel después de haber pasado años allí salen y se encuentran con Otegi con una chaqueta entallada y pisando moqueta. Ese mundo sabe que se va a encontrar una Euskadi que no reconoce, una Euskadi por la que mató. Y hay toda una liturgia en torno a ese mundo para intentar limar las contradicciones o ese choque con la realidad. No lo estoy justificando, lo estoy explicando. Eso solo lo pueden resolver ellos. Lo que podemos exigir como sociedad moderna es que los familiares recibieran a los presos con mucho afecto, pero en un espacio privado. Porque nos parecería inaceptable con razón que un grupo de amigotes recibiera a su colega, que sale de la cárcel tras haber matado a su mujer, en la plaza pública y como un héroe. Y ahí habría bastante consenso.

Dice Madina que este libro será su última reflexión a fondo sobre ETA. ¿Cómo resumirían en pocas palabras lo que supuso ETA, lo que significó?

E. M. Para explicar lo que fue ETA usaría el grabado de Goya: el sueño de la razón produce monstruos. Cuando la razón se muere produce monstruos, y ETA fue eso. (B. S. asiente).

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