JUEGO DE TRONOS

Lo que Catalunya puede aprender de España

Pedro Sánchez saluda a Pablo Casado a su llegada al monasterio de Yuste

Pedro Sánchez saluda a Pablo Casado a su llegada al monasterio de Yuste / EFE / BALLESTEROS

Albert Sáez

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Hace solo un par de décadas, existía una fuerte corriente social y política que exigía mejorar la calidad de les democracias occidentales. La UE, por ejemplo, buscaba reformar su funcionamiento. Se discutía sobre la representatividad, la proporcionalidad o la meritocracia. La crisis del 2008, el reparto injusto de sus costes y la corrupción dieron alas al populismo y hundieron al reformismo como ideal político al considerarlo insuficiente, excesivamente lampedusiano. Pasados diez años, el populismo se ha demostrado ineficaz para solucionar los problemas que pretendía y se ha destapado como lo que es, la antesala del autoritarismo. Casi cuando sonaba la campana, PSOE y PP han renovado los órganos constitucionales caducos que envilecían a la democracia en España. Toda una lección para esos partidos catalanes que se llenan la boca de democracia y acusan a España de ser como Turquía mientras acumulan más de 200 cargos estatutarios sin renovar, entre ellos el que debería ser un gran fiscalizador como es el Síndic de Greuges.

Un tic muy de derechas

Si repasamos la historia de los más de 40 años de democracia, observamos que los mandatos prorrogados han coincidido con la salida del gobierno del PP y de CiU, que han intentado retener las mayorías cuando no las tenían. No hay que ser sectario para verlo. Se reclaman mayorías cualificadas para evitar el rodillo de los gobiernos, pero luego se utilizan para actuar como minorías de bloqueo. De la misma manera que se exige voto cualificado para convertir los organismos en meras sumas de cuotas, te voto a un militante a cambio de que te tragues a una magistrada que hizo la vista gorda con mis corrupciones. En demasiadas ocasiones, olvidamos que la democracia es también una cultura y no solo una formalidad en el voto o en la arquitectura legal.

Catalunya debería aprender

El acuerdo de Sánchez y Casado se esta semana se debería haber hecho mucho antes y mejor. Han jugado con la credibilidad de las instituciones hasta el límite. Han tenido que esperar a pasar los dos cónclaves partidistas, como si los militantes no pudieran entender que la democracia es una forma de pactar. Ahora le tocaría a los partidos catalanes no quedarse atrás. Los órganos de fiscalización, algunas empresas públicas e instituciones consultivas están caducadas casi desde que empezó el 'procés'. Su renovación exige la participación del PSC, y sería recomendable la de los Comuns. Estos dos partidos, sumados a los que gobiernan configuran hoy el 'mainstream' complejo de la sociedad catalana. Y sería bueno que se reflejara en las instituciones, aunque algunos las consideren insuficientes. 

De la regeneración al resistencialismo

El 6 y 7 de septiembre del 2017, el movimiento independentista perdió el impulso regenerador que tuvo y que le sirvió, tras la crisis financiera del 2008, para captar a determinadas clases medias, urbanas y rurales, que no habán tenido tentaciones revolucionarias desde la segunda república. El periplo judicial posterior a aquel atajo que desbordó la legalidad convirtió, de manera lenta pero inexorable, al independentismo en un movimiento de resistencia alejándolo de lo que pudiera haber tenido de regenerador, con mayor o menor credibilidad. Una manera de retomar lo que un día quisieron ser, sería acelerar los relevos en los órganos y los organismos que el Estatut reserva a la elección por parte de mayorías cualificadas que en el contexto actual equivale a romper bloques, una práctica más que necesaria en Catalunya para salir del atolladero. Los independentistas tienen en este asunto la oportunidad de desmentir a los que les consideran una forma autóctona de populismo. La mentalidad resistencialista alimenta ciertos comportamientos sectarios en la medida que justifica la falta de calidad democrática en nombre de la excepcionalidad derivada de la persecución. España acumula, como todas las democracias, muchos déficits que debe superar. Y lo hará antes por la vía de la regeneración que por la de la revolución. Catalunya, tras la revolución frustrada, tiene que recuperar ese anhelo de calidad democrática que tenían las sociedades maduras. 

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