Opinión | JUEGO DE TRONOS

Albert Sáez

Director de EL PERIÓDICO

Albert Sáez

Lo que podemos aprender de la tolerancia con 'Barto'

Bartomeu y Puigdemont, en el palco del Camp Nou.

Bartomeu y Puigdemont, en el palco del Camp Nou. / JORDI COTRINA

Este domingo, el FC Barcelona se va a destripar ante sus socios en una asamblea catártica en la que la junta de Joan Laporta va a intentar demostrar que sus dos antecesores-sucesores, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, arruinaron un club que dejó en lo más alto, deportivamente y económicamente. El subtexto del discurso de Laporta será que tomaron sus decisiones guiados por el rencor y la envidia. Lo mismo estuvieron diciendo los aludidos cuando le sucedieron e intentaron procesarlo. Conclusión: la polarización no se manifiesta cuando dos facciones dejan de hablarse sino cuando actúan por un simple principio de acción y reacción, sin tener en cuenta ni la realidad ni los propios intereses. Y la polarización es letal cuando elimina todo rastro de autocrítica dentro de cada facción. Ha ocurrido en el Barça y... en la política.

La tolerancia con los desvaríos de 'Barto'

Muchos socios, y algunos lectores, nos echan en cara a los periodistas que fuimos muy tolerantes con Bartomeu, alias 'Barto', durante su presidencia en la que malgastó los ingresos generados por Messi, un jugador cuyo fichaje no costó un euro en operaciones ruinosas como la compraventa de Neymar y la llegada de Coutinho, Dembelé o Griezmann. Barto fichó mal pero, sobretodo, se equivocó equiparando el salario de jugadores que no demostraron su valía al de Messi, que generaba la mayor parte de los ingresos y de las ilusiones del club. 'Barto' no tuvo más oposición que Laporta y caímos en la trampa de aceptar que criticarlo era favorecer a un expresidente que, además, había saltado desde el club a la arena política. Fue un error de esos que nos mina lo más preciado que tenemos, la credibilidad. Y proviene de instalarnos en trincheras construidas desde la política.

La falta de autocrítica mina las fuerzas políticas

Destacados dirigentes independentistas que han pasado del activismo a la política bajo el manto de Carles Puigdemont no dudan ni un momento en atribuir cualquier problema judicial que tienen, esté vinculado o no a la acción política, a la presunta persecución del Estado. Con la misma lógica, destacados líderes sociales o económicos no independentistas no dudan en atribuir a la persecución del 'procés' cualquier tropiezo que tienen. Y con la misma lógica, los partidarios de unos y otros les perdonan los desmanes para, presuntamente, no dar alas a la otra facción. Esta dinámica cuando se perpetua en el tiempo resulta letal para las instituciones. Recordemos ahora cómo la tolerancia con Pujol por su nacionalismo o por su compromiso con las elites económicas le permitió ocultar algo más que malas prácticas. Ha pasado también en España con la monarquía a la que se le ha perdonado todo para no favorecer al republicanismo. Y así han ido las cosas.

Errores estratégicos en Barcelona

Una cierta élite barcelonesa llegó en su momento a la conclusión de que Rosell, primero, y Barto, después, eran el mejor antídoto para que el independentismo no siguiera controlando el Barça. Que el equipo jugara a puerta cerrada, pero jugara, la tarde del 1-O y no se sumara a la defensa del referéndum se vio como el gran triunfo de esa estrategia. Pero el precio ha sido tener que contemplar en silencio como la mediocridad hundía uno de los principales activos de la ciudad. Algo similar explica por qué Manuel Valls permitió a coste cero que Ada Colau siguiera en la alcaldía construyendo un modelo de ciudad en las antípodas de lo que los mecenas y los votantes del exprimer ministro francés querían. Quizás el caso más palmario de esta dinámica es la alianza política que tienen desde 2015 el espacio político de Junts y la CUP que, en algunas ocasiones, incluso no dudan en hacer la pinza a Esquerra en temas como la mesa de diálogo. En algún momento habrá que decir que todas ellas son dinámicas perversas y que conducen a la decadencia tanto o más que la unilateralidad o la fuga de empresas. Los espacios y los liderazgos políticos no pueden construirse solo por oposición al adversario ni pueden perdonar los errores propios simplemente por no favorecerlo. Este tipo de ceguera conduce al autoritarismo. 

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