A los 75 años

Muere el intelectual y exconsejero del Gobierno vasco Joseba Arregi

Dejó el PNV tras mantener una línea crítica desde la firma del Pacto de Lizarra

Defendió el diálogo nacionalistas-no nacionalistas y el reconocimiento de las víctimas de ETA

Joseba Arregi

Joseba Arregi / VINCENT WEST

Juan José Fernández

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En los 90, cayendo nueces, en segundo plano tras la mosaica gestualidad de Xavier Arzalluz, cuando en el País Vasco toda conexión entre orillas parecía rota y sin arreglo, había en el PNV ciudadanos reponiendo ladrillos, intentando que las bombas no acabaran derribando toda humanidad.

La argamasa era la palabra. Y para Joseba Arregi Aranburu, también la empatía, una cristiana constancia del dolor ajeno. Este martes ha fallecido a los 75 años tras muchos soportando lúcidamente los sufrimientos de la leucemia.

Cuando Arregi decidió entre el poder y las convicciones, los intelectuales vascos eran la última esperanza para inteligir y explicar lo que estaba pasando.

Sacerdote salido del enorme castillo-seminario de San Sebastián, doctor en Teología por Münster y en Sociología por Deusto, tras un pasado de clandestinidad antifranquista fue burukide guipuzcoano cuando el cisma de Carlos Garaikoetxea, y en el gobierno Ardanza el ala más montaraz de su partido no le dejó pasar más allá de una consejería de Cultura en la que, creían, molestaría menos.

A Arregi, no callar le costó el extrañamiento –él ironizaría: "la excomunión"- de la tribu. Dejando amigos, pero excomulgado. Vino en 1998 Juan José Ibarretxe a empujar "haciendo como si ETA no existiera", denunciaba. Sus escritos en medios, entre ellos EL PERIÓDICO, deplorando no solo los crímenes, también las miradas a otro lado o lo telúrico del aranismo confirmaron la previa condena que había formulado contra él parte de su mundo.

En 2004 salió para siempre de Sabin Etxea (la casa de Sabino, sede del PNV) el eterno sospechoso de desafección al "katea eten gabe" (que no se rompa la cadena, consigna nacionalista), de deslucir el "esperientzia eta etorkizuna" (experiencia y futuro) que vendía su comunidad en las campas de los alderdi eguna, la fiesta del partido. Porque no hay futuro sin ciudadanía, pensaba, y la ciudadanía es antitética de cierta idea de nación.

Cuando atiende a EL PERIÓDICO, Consuelo Ordóñez, presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE), hace nerviosamente la maleta para irse a Bilbao a acompañar a Amaia, la viuda, en el tanatorio. "Es Joseba el primero que habla del significado político de las víctimas, eso que siempre han querido borrar los nacionalistas. Él descubrió lo perverso de eliminar del relato el porqué de los asesinatos", teoriza, y se desespera: "Era la bondad... era mi amigo, coño".

Desde la UPV en San Sebastián, Luis Castells, profesor de historia contemporánea vasca, destaca de Arregi su "enorme enjundia intelectual. Fue uno de los referentes en Euskadi de un pensamiento 'fuerte'". Para este historiador, miembro de la familia que mantuvo abierta la librería Lagun contra tiros y cócteles molotov, ha muerto "un nacionalista en origen que salió de su zona de confort para ir contra corriente y convertirse en uno de los más agudos críticos del nacionalismo vasco, tanto en su versión de ETA como en la del PNV".

A Arregi le tenían tristemente pensativo los ongietorris, los festejos de homenaje a etarras excarcelados. El sacerdote secularizado veía en la ceremonia, dijo a este diario, "un bautizo laico, con el que se trata de humanizar al terrorista. No se habla de los actos que le llevaron a la cárcel, y sí se proyectan fotos de sus sonrisas, de su trabajó para una ONG, de sus mascotas, sus viajes…". Lamentaba el uso de niños en esa liturgia, y la hagiografía de la faz del terrorista en las paredes, la suplantación de la realidad, otra vez, por el mito. Oírle esto era estremecerse de nuevo.

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