JUEGO DE TRONOS

Las 3 claves de la semana política

El Cercle se ha mojado como nunca en la defensa de los indultos y de un modelo territorial en el que encaje Catalunya

Pedro Sánchez y Faus y Mario Draghi en el cercle d’economia

Pedro Sánchez y Faus y Mario Draghi en el cercle d’economia / Ferran Nadeu

Albert Sáez

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Para entender lo que ha pasado esta semana en Barcelona hay que saber algunas cosas de la historia del Cercle d’Economia. Aunque la simplificación periodística lo convierta en una “entidad empresarial”, no es exactamente eso. El Cercle nació a finales de los años 50 del siglo pasado para promover la integración de España (franquista entonces) en la incipiente Unión Europea. Era una mezcla de empresarios, sí, académicos (Jaume Vicens Vives) y gestores de empresas. Su planteamiento era a la vez de formación, de conspiración y de presión. Eran en aquel momento una mezcla de escuela de directivos, célula activista y lobby empresarial. Estaban conjurados para hacer todo lo que pudieran desde sus responsabilidades para que España ingresase en Europa en el minuto cero de la muerte del dictador. Y lo consiguieron. En democracia, se reinventaron como foro de debate político con los agentes sociales sin dejar de ser lobby. Las jornadas anuales son la fiesta mayor del Cercle, primero en S’Agaró, después en Sitges y ahora en el hotel W de Barcelona. 

Integrar Catalunya en España

Las huellas del ‘procés’ se dejaron sentir en el Cercle igual que en cualquier otra entidad de amplio espectro en Catalunya. Sus socios estaban más divididos en el fondo que en la forma. Algunos pudieran estar a favor de la independencia, siempre sin salir de la UE, pero ninguno dio apoyo ni a la unilateralidad ni a la inseguridad jurídica. Desde 2015, el Cercle hibernó con apelaciones genéricas al diálogo y críticas severas a los desmanes del gobierno de Torra. Este año, primeras jornadas bajo la residencia del dinámico Javier Faus, han decidido mojarse, muy por encima de lo que solía ser habitual en la entidad. Lo han hecho a la vista de todo el mundo en el tema de los indultos. Aunque en ciertas partes del Washington-Madrid no se entienda, lo que ha dicho sobre ese tema el Cercle lo firmaría cualquier otra entidad catalana, hasta los obispos como se ha visto. Pero el Cercle ha ido mucho más allá en el modelo territorial. El discurso inaugural y final de Faus (en línea con el documento previo) y la mesa con los presidentes autonómicos (Feijóo, Puig, Moreno Bonilla y Armengol) abren un melón que puede ser clave en los próximos dos años. ¿En qué España puede tener encaje Catalunya? Una vieja reivindicación que una parte del catalanismo abandonó en 2012 y que ahora retoma el empresariado. Y el Cercle se reinventa para promover la integración de Catalunya en España. O al revés. 

El núcleo es la ciudad de Barcelona

La vertebración de Catalunya no puede empezar en otro sitio que no sea Barcelona. Lo sabían los noucentistes hace un siglo y lo saben los independentistas y los no independentistas en el siglo XXI. De ahí la obsesión de Faus por llevar las jornadas del Cercle a Barcelona que se han convertido en escaparate de la ciudad pocas semanas antes de las primeras vacaciones con vacunas y sin mascarillas. El auditorio del W tiene a su izquierda una megapantalla natural de las mejores playas de la ciudad. Lo que pase en Barcelona será relevante para Catalunya y debería serlo también para España. Atentos pues a dos movimientos que pueden ser determinantes: por un lado lo que haga en los próximos meses el PSC, que debate la posibilidad de salir del Gobierno de Colau con la vista puesta en las encuestas que maneja la Moncloa (y que decidieron el relevo de Iceta por Illa) y, por otro lado, la irrupción de Barcelona Futur, una especie de Cercle especializado en Barcelona que impulsa Gerard Esteva. Si no hay contratiempos, las elecciones municipales del 2023 serán donde se pongan las primeras notas a la recuperación económica con los fondos europeos, la concesión de los indultos y la mesa de diálogo.

Casado queda fuera de la historia

La gran diferencia de fondo en la política española es que el PP puede gobernar en España siendo irrelevante en Catalunya y en el País Vasco y el PSOE, no. Por eso, a uno lo identificamos con Madrid y al otro con el federalismo, la diferencia es que lo primero es un sentimiento y lo segundo una fría teoría política. Pablo Casado hizo una buena intervención en las jornadas del Cercle, veinticinco minutos de discurso estructurado y enriquecido con citas y sin apoyarse en ningún papel. Con todo, lo que dijo resultó extemporáneo. El núcleo de la España de Casado no puede ser otro que Madrid y aquello que no nace en Madrid es sospechoso de no ser suficientemente español. Josep Piqué, expresidente del Cercle, intentó cambiarlo, pero fue cesado por la brunete mediática de la capital en tiempos de Rajoy. Casado es esclavo de esa tradición, aunque hay que reconocer que sus frecuentes viajes a Catalunya al lado del despierto Alejandro Fernández le proporcionan momentos de lucidez que habrá que ver cómo evolucionan. Pero donde su discurso empieza también a quedar desfasado es en materia impositiva. Con la que está cayendo en la administración Biden, con el proteccionismo arancelario de Gran Bretaña y con los acuerdos del G-7 para luchar contra la elusión fiscal, poner de modelo la bajada de impuestos de Díaz Ayuso queda fuera de lugar incluso en el Cercle. Niall Ferguson explica que la Modernidad es hija de los relojes y de los mapas. El mundo que se alumbra es incomprensible sin mirar el espacio y el tiempo como una red de interconexiones. Y a esta visión hay que añadirle una perspectiva quántica. Los negocios, las políticas, las artes que no entiendan esa mentalidad están condenados al fracaso. La unidad uniformizadora, la independencia unilateral o los impuestos a la carta no tienen futuro.