nueva etapa

Los retos del Govern de Aragonès: fraguar nuevos cimientos

El nuevo Govern de Pere Aragonès debe tener como uno de sus objetivos recobrar la solidez y prestigio de las instituciones perdidas con Torra

El Ejecutivo catalán deberá lidiar no solo con la oposición sino con las heridas abiertas entre ERC y Junts, la CUP y el diálogo con el Gobierno

Pleno de investidura de Pere Aragones como nuevo president de la Generalitat.

Pleno de investidura de Pere Aragones como nuevo president de la Generalitat. / FERRAN NADEU

Josep Martí Blanch

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Cimientos. Entendidos como principio y raíz de algo. Por ahí deberá empezar el Govern de Pere Aragonès sujetado por el hombre fuerte de JxCat, Jordi Sánchez, desde la cárcel de Lledoners. Cimentar, el primero y el más importante de los retos que enfronta el nuevo ejecutivo. El edificio institucional catalán se derrumbó, aunque formalmente se mantuviera en pie, en 2017. El 'torrismo', visto ya en perspectiva, fueron tres años de chabolismo e indigencia institucional. Toca reconstruir y hacerlo rápido. Y lo primero es cimentar.

Lo básico, lo obvio, no tiene ninguna importancia cuando funciona. Pero nada puede construirse sin estos fundamentos. De ahí que, más allá de las políticas sectoriales que permitan situar a Catalunya en una posición óptima para afrontar amenazas y oportunidades de presente y de futuro, lo más urgente sea recuperar algunos principios que aporten solidez a las instituciones y revitalicen su prestigio y 'autoritas' entre los catalanes. 

Cimentar la presidencia, el Govern y el Parlament. Un 'president' que quiera y pueda ejercer de tal, un gobierno que maneje las contradicciones sin romper su compromiso de comportarse como un órgano colegiado y un parlamento lo más alejado posible del histrionismo jurídico y el vodevil gratuito. Todo ello sin olvidar que bajo sus pies hay un país entero, no solo los votantes de cada uno y que el paraguas institucional debe cubrir a 7,5 millones de ciudadanos. 

De Pere Aragonés depende lo primero: querer ser presidente. Ocupar el despacho que Quim Torra dejó vacío en señal de luto por Carles Puigdemont apunta en esa dirección. Deberá acompañar esa decisión de otra más importante: desplegar plenamente las competencias del cargo que, para no reproducir los artículos del Estatut referidos a la presidencia, pueden resumirse en una: mandar. Después de tres años sin presidente -o con uno que no quiso ni pudo ejercer de tal- este es un primer avance. Cimientos.

La lealtad del gobierno para con el presidente y para consigo mismo dependerá, aunque no únicamente, de la voluntad de sus integrantes y de las indicaciones que reciban de sus formaciones políticas. Que el departamento de economía y finanzas, el más importante del Ejecutivo, exceptuado el propio presidente, recaiga en Jaume Giró, un hombre experimentado, capaz y acostumbrado al manejo de situaciones complejas que requieren soluciones negociadas, es una buena noticia. Pero van a ser catorce -siete mujeres, siete hombres- los que se sienten en las reuniones del Consell de Govern y de todos ellos dependerá no arruinar el trabajo colectivo primando intereses particularísimos.

Grupos políticos

En el Parlament el trabajo atañe a los grupos políticos. Bastaría con que quienes apoyan al gobierno y los que no entiendan que, cada uno desde su responsabilidad, tienen también como obligación actuar como mejoradores del clima político y no como atizadores del enfrentamiento. Hay elementos que invitan a considerar que el ambiente del hemiciclo puede ser más respirable. Conviene valorar el tono del líder de la oposición, Salvador Illa, que en el pleno de investidura supo mostrarse inflexible pero sin aspavientos inecesarios en cuestiones fundamentales al mismo tiempo que extendía la mano para llegar a acuerdos en otras cuestiones. El tono también son cimientos.

Hasta aquí la carta a los reyes. Pero la fragua del hormigón político que necesita Catalunya viene acompañada de serias amenazas. La primera es la disonancia entre los proyectos políticos de ERC y JxCat y las heridas abiertas entre ambos partidos a las que se ha añadido sal durante la larga negociación del acuerdo de gobernabilidad. 

Además, que finalmente Jordi Sánchez, un pragmático, se haya hecho con el control de JxCat, con el apoyo de personas influyentes que no han dejarlo de serlo desde los inicios del 'masismo', no garantiza la paz ni elimina el riesgo de que la oposición más desestabilizadora para el gobierno de Pere Aragonès no sea el fuego amigo. Que personas del entorno de Carles Puigdemont, como Elsa Artadi y Josep Rius, hayan renunciado a entrar en el gobierno apunta directamente hacia esa posibilidad.

Pactos que mutan

Otro elemento de inestabilidad está en la tercera pata del apoyo parlamentario que el gobierno necesita, al menos de momento: la CUP. Los pactos con la extrema izquierda catalana, atendiendo a la historia reciente, mutan. Que las clavijas económicas del gobierno queden en manos de Jaume Giró -un hombre del Ibex35 para utilizar terminología cupera- no permite a los anticapitalistas sacar mucho pecho sobre el giro a la izquierda del nuevo gobierno del que presumían como artífices. Es de prever que las tensiones con este socio den inicio mucho antes de la moción de confianza pactada a dos años vista y que resulte necesario explorar otras fórmulas para alcanzar mayorías parlamentarias.

Y la gran amenaza: la gestión de la negociación con el Gobierno de España sobre el conflicto político que sigue vivo en Catalunya. No habrá ley de amnistía, aunque con toda probabilidad sí indultos, en julio a tenor de lo que vienen anunciando los tambores monclovitas.

Este cuestión, clave para la relajación del escenario político catalán, seguirá dejando abiertas cuestiones clave. En primer lugar, no solucionará la situación de Carles Puigdemont y del resto de líderes políticos afincados en Bruselas. Y, más importante, los indultos se sitúan al margen de la mesa de negociación pactada entre los gobiernos español y catalán, ante la cual ahora ya no caben excusas dilatorias que impidan fijar calendario y agenda de asuntos a tratar.

El tiempo que tarde Pedro Sánchez en explicitar la inevitable negativa a hablar de autodeterminación y referéndum será, en definitiva, el tiempo -no será mucho- que tendrán los nuevos cimientos de la política catalana para fraguar. Será el gran examen que hará temblar la legislatura. Quizás multiplicaría las posibilidades de que esos cimientos resistan que Pere Aragonès atendiera la petición de Salvador Illa, expresada en su día por Miquel Iceta, para que también en Catalunya los partidos se sentaran alrededor de una mesa de negociación. Hay dos conversaciones pendientes: una con el gobierno español y la otra entre los propios catalanes. Las dos, en especial la primera, forman parte de los cimientos.

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