Revelaciones sobre el 23-F 40 años después

Juan Rando, exagente del CESID: "Brindaban con cava y pastelillos gritando: '¡Viva España!'"

Recuerdos del espía que descubrió la implicación de su servicio en el golpe y que sufrió atentados por contarlo

Exbrigada del Cesid Juan Rando, testigo clave del 23F

Exbrigada del Cesid Juan Rando, testigo clave del 23F / Cedida

Juan José Fernández

Juan José Fernández

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En febrero de 1981, reclutado por el Centro Superior de la Información de la Defensa (CESID), Juan Rando era un joven brigada de Infantería con un curriculum poco común: diploma para mando de Operaciones Especiales, buceador de la Armada e instructor de cursos de desactivación de explosivos para la Policía y la Guardia Civil.

Cuando superó las pruebas de ingreso, le habían ofrecido entrar en la Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME), la joya del CESID; y allí, el mando de la Sección Especial de Agentes, “siete hombres preparados para intervenir en situaciones límite”, explica hoy. Después le destinarían en la lucha antiterrorista en Francia, y en destinos internacionales en Europa, América, África y Asia, pero el golpe le pilló en Madrid, en pleno centro de la tormenta.

“La AOME era una unidad de trabajo caracterizado por la no violencia. Pero mi grupo era necesario porque teníamos un marasmo de terrorismo de ETA, FRAP, GRAPO… y además grupos de fuera, como los palestinos, Hamás, y gentes del GRU, del KGB, del servicio búlgaro, el albanés, los más sanguinarios del mundo. Nosotros estábamos para actuar cuando un equipo de la AOME estuviera en una situación que fuera a írsele de las manos”, explica.

Rando se retiró de comandante y hoy ejerce de abogado penalista en Madrid, llevando casos complejos en España y el Magreb, en los que aporta parte de lo que aprendió en los servicios de inteligencia. Desde su despacho recuerda la tremenda jornada de hace 40 años.

Aquella mañana “fue anodina, sin nada de particular –relata-, pero a medio día el segundo jefe de la AOME (capitán Francisco García Almenta, dependiente del comandante José Luis Cortina Prieto) me dijo que comiera pronto, que esa tarde me quedara allí en espera de órdenes. Entendí que teníamos alguna operación en marcha que nos podía necesitar”.

Rando se quedó en su chalé, en la calle Cardenal Herrera Oria de Madrid, uno de los tres en los que tenían bases los grupos operativos de la AOME. En otro estaba el entonces capitán Diego Camacho, que también ha contado sus recuerdos a EL PERIÓDICO en este 40 aniversario del golpe, y en un tercero otro capitán del Ejército, que entró con Camacho en el Congreso secuestrado.

- ¿Cómo veían los agentes del CESID lo que estaba ocurriendo en España?

- Los atentados preocupaban mucho, pero por la situación política yo no veía una sensación de cabreo general, ni por la tarea del Gobierno, ni tampoco por la legalización del PCE…

- ¿No había entre los agentes del CESID una sensación de que España estaba en peligro?

- En absoluto. No digo los mandos, Cortina, su segundo y otros. Nosotros estábamos en la vorágine diaria, en la que echábamos muchas horas. Nuestra preocupación era hacer el trabajo, librar y marcharnos a casa.

- ¿Qué hizo cuando le dieron la orden de prepararse?

- De los siete que formábamos el equipo solo estábamos mi ayudante y yo.

"Revisé mi armamento, una escopeta recortada, un subfusil HK, una pistola y un revólver, y le dije a mi ayudante que estábamos alertados, que revisara su armamento y se dotara de munición".

Revisé mi armamento, una escopeta recortada, un subfusil HK, una pistola y un revólver, y le dije a mi ayudante que estábamos alertados, que revisara su armamento y se dotara de munición. Y empezamos a esperar órdenes que pudieran llegar, pensando que nos podrían llamar para ayudar a algún equipo que estuviera en peligro. Vi a un sargento de la Guardia Civil, Miguel Sales, que estaba oyendo una radio…

- Oiría en directo la entrada de Tejero en el Congreso…

- En ese momento se levanta, se quita los casos y sube a la planta de arriba, donde estaban Cortina y su segundo, y un momento después baja y dice: “Ha habido un tiroteo en el Congreso”. Serían las seis y media de la tarde…

- ¿Y qué ocurrió?

- Le dije a mi ayudante que no me perdiera de vista. Pasadas las siete llegó el cabo Rafael Monge, que era segundo en mi sección. Venía sudando. Entró por la puerta muy agitado, miró a un lado, a otro, y subió al piso de arriba. Y al rato baja García Almenta con él y me dice: “Lleve usted solo al cabo a la escuela [el centro de formación de la AOME, en otro chalet de Madrid], que tiene que recoger material”. No era mucha distancia. Nos fuimos en un R7. Monge iba muy agitado, con temblores, medio llorando. Era patético; estaba desmadejado; sudaba a chorros. Y por lo que habíamos oído de que habían asaltado el Congreso, empecé a interrogarlo suavemente. Y se derrumbó.

- ¿Qué le dijo?

-

"Monge creía en el Congreso debía haber habido mucha sangre. Le había asustado a él y a los guardias de su equipo oír los tiros en el interior"

Que en el Congreso debía haber habido mucha sangre. Le había asustado que él y los guardias de su equipo habían oído los tiros en el interior. Rafael -le llamábamos Rafaelillo- era bastante cobardón, y aquello era una situación claramente ilegal que se le iba de las manos. Él y sus guardias agentes del CESID, que habían estado guiando a los autobuses de guardias civiles de Tráfico al Congreso, se fueron y dejaron allí los coches del servicio con matrículas falsas, emisoras… Se habían dejado los coches dentro del perímetro que montó la Policía Nacional.

- ¿Ayudó a Monge a recuperar los coches?

- No. A mí me ordenaron después dar una vuelta por las cercanías de Zarzuela y El Pardo, para ver que todo estuviera tranquilo. Y de noche me ordenaron ir a ver cómo estaba el ambiente en la Guardia Civil, así que me fui a la Dirección General, en la calle Guzmán el Bueno, y para mi sorpresa los centinelas no me hicieron ni puñetero caso al llegar. Yo llegué hasta la mismísima puerta del director, y la puerta de la sala de Estado Mayor. Lo recorrí todo sin que nadie me detuviera, pese a que iba de paisano.

- ¿Y qué ambiente había?

- Un nerviosismo absoluto. Guardias, suboficiales y oficiales corrían de acá para allá, sin sentido creo yo. Volví para reportar, pero a nadie le interesaba lo que yo podía contar. Fue entonces cuando llamé al capitán Camacho y le conté lo que había visto y lo que había pasado con Monge.

- La confesión de Monge…

- En realidad no era una confesión. Es que se derrotó y me contó. No olvidemos que yo era su jefe. De todos los miembros del CESID, el único testimonio de primera mano con el que pudo contar el fiscal era el mío. Pero al juez de instrucción lo cambiaron, y al del plenario también, porque no se plegaban a amañar lo que sabían. Mi testimonio daba la llave del vínculo entre el CESID y los asaltantes del Congreso.

- Y con hombres como Monge o Sales…

- Monge, cuando salió del servicio, se incorporó a una unidad común y le premiaron llegando a teniente coronel; yo no he visto ningún otro caso en alguien procedente de tropa. Su misión, llevar a los autobuses que habían cogido para transportar a los guardias civiles al Congreso, era de gran importancia: tenía que conseguir que todos los autobuses llegaran a la vez en una tarde de lunes lluviosa, porque no podía ser que llegara un autobús antes que otro y lo viera la Policía. Y Sales me parecía un hombre muy peligroso; de todos

"Cortina decía que éramos una orden de caballería, que éramos una alianza sagrada. Nos hacía meditar sobre textos del fascista japonés Yukio Mishima"

mis compañeros, el que más. Era de la confianza total de Cortina y de García Almenta. Era uno de los que más experiencia tenía en la unidad, y se amoldaba perfectamente al espíritu de Cortina y García Almenta. Se encargaba de adoctrinarnos con los libros del japonés Yukío Mishima, fascista que se suicidó. Era el que nos hacía las lecturas de meditación.

- ¿Lecturas de meditación?

- Sí. Cortina organízó una cosa periódica que en broma llamábamos “ejercicios espirituales”, y que incluía lecturas de Yukío Mishima y su camino del Bushido [el caballero armado]. Cortina tenía frases grandilocuentes, eslóganes de Mishima como que la muerte es accesoria, cosas sobre el deber, la patria… Decía que éramos una orden de caballería, que éramos una alianza sagrada. Frases como esa tuvo que emplear conmigo, porque veía por dónde me iba yo.

- ¿Cómo pasó la noche del 23 de febrero?

A las dos o las tres de la mañana nos ordenaron a todos que nos fuéramos a casa, y eso hicimos. Ya después hablé con Camacho, y le conté de forma más pormenorizada lo que sabía, y él pidió audiencia a Javier Calderón, que era el secretario general del servicio. Y le contó todo. Y entonces Cortina empezó a llamarme y llamarme. Mi mujer me dijo: “Tu jefe te ha llamado por lo menos 15 veces” Yo no le contactaba, hasta que al día siguiente hablé con él, porque tampoco quería significarme como hostil a todo aquello. Cuando por fin llamé a Cortina, me dijo que tenía órdenes para mí, y que me esperaba a la una y media de la madrugada en el Parque Berlín de Madrid; y que fuera solo. Yo le dije: “Por supuesto, allí estaré”, pero al parque Berlín, un sitio boscoso, desordenado, con mucha vegetación, yo no iba a ir a la una de la mañana, porque entendí que no saldría vivo. Al día siguiente me siguió llamando, y me propuso una entrevista en sitio público y hora concurrida: el hotel Cuzco, a desayunar a las 9:30. Y allí fui, y allí me dijo que se comprometía a que tuviera una carrera fulgurante en el servicio y hacerme rico. Y me pedía que fuera leal, leal, no hacía más que repetirlo, leal… leal a él, claro.

- En su base no era todo inquietud, ¿no?

- No. Al poco de bajar Sales y decir que había habido un tiroteo en el Congreso, que era la Guardia Civil y que iba a haber cambios, alguien sacó de la cocina pastelillos y cava, y se pusieron a brindar gritando “¡Viva España!”. Allí estábamos unos treinta, muchos que no estábamos en el secreto, entre ellos un grupo de cerrajeros [los agentes que abren puertas de viviendas, coches o cajas de seguridad], que tenían cara de haba, como yo. Yo sentía un desasosiego enorme; me daban ganas de salir corriendo.

- ¿Qué paso después del desayuno del Hotel Cuzco?

- Yo allí le dije que descuidara, que no tendría problema conmigo… y él me decía: “Sí, sí”… Pero me estaban siguiendo, y vieron que días después me entrevisté con el teniente coronel Santiago Bastos Noreña, jefe de Involución del servicio [el área que investigaba el golpismo en las Fuerzas Armadas]. Yo ya no dormía en casa. Cuando fui a mi trabajo tras varios días de faltar sin excusa y después de ver a Bastos, me encontré con un ambiente de hostilidad absoluto. Y después empezaron los atentados.

- ¿Cómo fueron los atentados?

- Primero fueron amenazas. García Almenta me decía que me iban a volar por los aires, que no me creyera muy seguro con los

"Miré la rueda de mi moto, y me habían serrado varios radios"

explosivos. Después me serraron los radios de una rueda de la moto. Pillé un pequeño bache al salir del garaje de mi casa y se me cayó la moto. Yo solía ir a 120 por la autopista con ella, pero esa vez se me cayó ahí, por fortuna. Miré la rueda, y me habían serrado varios radios. En otra ocasión, como yo siempre eludía los seguimientos con la moto, me la destrozaron. Y ya después intentaron secuestrarme.

- ¿Secuestro?

- Era un domingo de marzo, temprano. Mi vecino de rellano, en un piso de Móstoles, pegó en mi puerta. Me dijo: “Yo no sé a qué te dedicas tú, pero estoy viendo cosas extrañas en la calle”. Le di las gracias y me asomé. Había varios coches, gente con equipo de radio, un despliegue. Desde mi terraza fui saltando a otra, y a otra. Y así me pude marchar. Creo que el objetivo era quitarme de en medio, para que no hubiera ningún testimonio directo.

- ¿Cuándo acaba, realmente, el golpe del 23 de febrero?

- El golpe se produjo en 1981, luego vino el juicio, la sentencia, y después empiezan a aparecer muchas lagunas en el guión que dio por bueno el tribunal. Y en 1996, para sorpresa de todos, Calderón es nombrado director del CESID, cuando él optaba a la capitanía general de Catalunya. Aznar fue a Zarzuela a comunicar su nuevo gobierno, y salió con un solo cambio en su lista: el jefe del Centro. Y ahí es donde de verdad termina el golpe, porque Calderón nos expulsa a los que habíamos desvelado la trama del 23F, y también a la directora del archivo del Centro, una mujer muy trabajadora. Expulsó a 33, aparentando una limpieza de los escándalos que habían ido ensombreciendo la vida del servicio. Pero ninguno de nosotros tenía que ver con el GAL, ni con los experimentos con mendigos, ni con los seguimientos a políticos…

- ¿Por qué cree que el Rey cambió el nombre que llevaba Aznar?

- Porque Manglano [anterior director] era un monárquico recalcitrante, y creía que podía ponerle puertas al campo y conseguir que don Juan Carlos no metiera tanto la pata con algunos círculos íntimos.

- Usted fue el agente que visita varias veces a Manglano cuando estaba jubilado, apartado y se estaba muriendo.

- Nos encontrábamos cuando él paseaba… Siempre me distinguió sobre los demás. Me decía: ‘Hombre, Juan, vamos a tomar un vinito’, y estábamos de charleta. Esa era mi relación con el director Manglano. Y cuando él estaba muriéndose en el Hospital, le fui a visitar, claro.

- ¿Hablaban del 23F?

- No, pero sé que él me protegió de algunas venganzas.

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