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Restitución

El regreso de Trapero a la jefatura de los Mossos tiene algo de justicia divina y mucho de poética; al final, cada uno recibe lo que se merece

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Josep Cuní

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El regreso de Trapero a la jefatura de los Mossos tiene algo de justicia divina y mucho de poética. Y aunque la creencia religiosa se distancia del tópico literario en el valor de la fe, en ambos casos la conclusión es coincidente: el bien triunfa sobre el mal, el vicio es castigado y la virtud recompensada. Y al final del camino cada uno recibe lo que se merece. Sea por designio divino o por la fuerza de la lógica.

Que esto suceda mientras los terroristas cómplices de los atentados de la Rambla y Cambrils de agosto del 2017 están sentados en el banco de los acusados de la misma Audiencia Nacional que absolvió a la cúpula policial catalana, cierra el ciclo de tres largos años de dolor y gloria de un profesional audaz y competente entregado por completo a su única causa: su vocación.

La trayectoria de Josep Lluís Trapero la truncó la aplicación del 155 en Catalunya dos intensos y largos meses después de la tragedia. Los hechos políticos de aquel otoño le pusieron en la diana de los altos cargos de los cuerpos y fuerzas de seguridad con epicentro en Madrid y de algunos de sus compañeros de filas de Barcelona. Los que ya habían mostrado su malestar por unas fotografías del verano anterior.

Agrio reflujo

Cadaqués, 2016, distensión estival, sombrero panamá y camisa hawaiana. Se dice que nuestro protagonista se ha encargado de la paella en un encuentro informal y de la que le quedará un mal sabor. Con el tiempo, agrio reflujo. Trascendieron las imágenes que cuando se tomaron entendió que serían familiares y para único recuerdo de los presentes. No fue así porque no todo el mundo respeta espacios de intimidad propia. En consecuencia, tampoco ajena. Una estelada desplegada por otros invitados y la coincidencia con el ‘president’ Puigdemont cantando ‘Let it be’ hicieron el resto. Y no se lo dejaron pasar. Alguien archivaría la fotografía en la carpeta de pendientes y las ‘paraules d’amor, senzilles i tendres’ que en aquella cálida sobremesa entonó, guitarra en mano, para satisfacción de la concurrencia, se convertirían en acusaciones desatadas e iras desbordadas de quienes no están dispuestos a quedar  profesionalmente en evidencia. Lo que testigos presenciales dicen que sucedió en la reunión en Barcelona de la Junta de Seguridad que evaluó la tragedia provocada por aquellos jóvenes de Ripoll que hoy sabemos que amenazaban en catalán a los Mossos mientras, sonrientes, manipulaban  explosivos.

“Y los nuestros ¿dónde estaban?”, le susurró Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta, a su compañero de mesa sorprendida por las explicaciones detalladas de Trapero, único relator de los hechos, sus consecuencias y la investigación abierta. Ante el silencio atronador por respuesta, cuenta la crónica que otros galones ofendidos decidieron que aquello no podía quedar así. El ‘procés’ hizo el resto. Y mientras la militancia independentista imprimía camisetas con su rostro, su cabeza profesional empezaba a rodar. Y no paró. Hasta que tanto en el juicio del Supremo por el 1-O como testigo como en el suyo propio mantuvo un solo relato. El que desnudó la trama para defender el honor dañado del cuerpo al que hoy ha vuelto con orgullo.

El drama añadido que ha salpicado su vida personal durante este tiempo queda para los guionistas de la serie. Sería impactante. Las plataformas se la disputarían.

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