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Deseo y realidad

El PNV sabe sacar beneficios de cualquier negociación, hábilmente alcanzados sin las alharacas que aquí se pregonaban cuando se conseguía un acuerdo

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Josep Cuní

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Tengo una amiga que quiere ser vasca. Harta como está de tantas proposiciones indecentes y metas inalcanzables, aspiraciones frustradas y revisiones interesadas, pérdidas de peso específico y referencias sociales, engaños de falsas unidades y cambios constantes de guion, mi amiga piensa que su ideal racional ya solo lo representan formaciones de aquella nación histórica. Y que la política liderada por el lendakari Urkullu es la única que casa astucia con aspiración, propuestas con apoyos, pragmatismo con resultados, presente con ilusión y futuro con proyecto.

Ella, que abjuró del 'peix al cove' de Jordi Pujol al que nunca votó, celebra los beneficios que el PNV sabe sacar de cualquier negociación porque los ve tan bien perseguidos como hábilmente alcanzados sin las alharacas que aquí se pregonaban cuando se conseguía un acuerdo que costaba tanto como larga era su propaganda y débil su recuerdo.

Ella, que arrastra más de ocho apellidos catalanes de los que nunca ha hecho ostentación pero que la hacen sentir profundamente enraizada a una identidad que defiende aguerridamente y sobre la que no tolera ni bromas ni matices. Ella que, como complemento, solo admite saberse -que no sentirse- española aunque le pese, dice estar superada por las inquinas de esta, “pobre, bruta, triste, dissortada pàtria” de la que quisiera huir hacia aquel norte ayer dramáticamente dolido y hoy sensiblemente encauzado.

A mi amiga ya solo le faltó escuchar los 85 segundos que Aitor Esteban destinó a la “pantochada” de esta semana en el Congreso. Así fue como el portavoz del PNV calificó la moción de censura del no candidato Abascal, como le definió. Un tiempo escaso para una propaganda extensa pero con un lenguaje directo frente a una retórica antigua. Y así logró que la aspirante a ciudadana foral aplaudiera con la orejas, golpeara la mesa con un elegante movimiento y soltara un “sí, señor” que reconfirmaba su deseo.

Aun así, le advertí, Euskadi no ha podido evitar que Vox entrara en su Parlamento aunque fuera con una sola diputada. Resultado que no puede lucir Ciudadanos, que sigue ausente de él. Sí, y con el PP ocupando seis escaños me contestó. Y añadió que aun así, aquella cámara renovada tiene hoy una profunda fuerza nacionalista, transversal en sus posiciones ideológicas pero segura de su identidad y constante en su destino. Y se reafirma recordando que ni siquiera en los años de plomo con Aznar enfrentado a Ibarretxe los populares pretendieron cuestionar ni concierto ni cupo. Y que ahora, en tiempos de todas las incertidumbres, cuando las cuentas propias no les salen y los beneficios escasean, cada prolongación del estado de alarma supuso otra mano de la Moncloa a Ajuria Enea que Urkullu capitalizó hábilmente en su campaña de reelección para asegurar los estables estándares de vida de sus compatriotas.

Todo esto argumenta mi amiga para insistir que quiere ser vasca. Porque estuvo allí muchas veces y se adentró en la complejidad de su sociedad cuando sufría lo que después Fernando Aramburu contó en 'Patria' y la serie de Aitor Gabilondo muestra ahora descarnadamente en televisión. Y porque ella entiende que en tiempos de paz es difícil conseguir lo mejor que esperas para tu país si, mientras lo reclamas, le castigas.

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