La gran familia árabe de Juan Carlos

Los vínculos saudíes del monarca emérito son solo el eslabón más dadivoso de una próspera cadena que se extiende de Marruecos al Golfo

El rey Juan Carlos I, junto al sultán de Bahréin Hamad Bin Isa Al Jalifa, el 2 de mayo del 2014 en Manama, capital del país,

El rey Juan Carlos I, junto al sultán de Bahréin Hamad Bin Isa Al Jalifa, el 2 de mayo del 2014 en Manama, capital del país, / periodico

Eugenio Fuentes

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Hay quien ha interpretado que Hassán II, el padre del actual rey de Marruecos, Mohamed VI, llamaba "Juanito" a Juan Carlos I porque le miraba por encima del hombro. Sin embargo, quienes lo conocen aseguran que el Monarca emérito usa ese nombre para identificarse en la intimidad. De hecho es así como firma la polémica y muy cariñosa misiva en la que agradece a su primo, el príncipe Álvaro de Orléans, los numerosos viajes en jet privado pagados por su fundación, una de las piezas que investiga la justicia suiza para esclarecer el caso de las comisiones del AVE.

Para Juan Carlos I, Hassán era su "hermano mayor", del mismo modo que él se considera el "hermano mayor" de Mohamed VI. Otra cosa es que, al menos en apariencia, no haya logrado establecer con el actual monarca marroquí unos lazos igual de intensos que con su padre, quien en 1989 le regaló el palacete lanzaroteño de La Mareta.

Más allá de la apariencia, cabe pensar sin embargo que no falta la simpatía mutua -Corinna Larsen asegura que la hay por arrobas- sino que ha sido la voluntad del Gobierno de España de tener pleno control sobre el siempre áspero dossier marroquí la que ha oscurecido esa relación. En particular, en la era de Aznar (1996-2004), marcada por la crisis de Perejil de 2002 y por la pésima relación entre Zarzuela y Moncloa.

Los vínculos entre Juan Carlos I y los monarcas de numerosos países árabes, focalizadas estos días en torno a Arabia Saudí, han sido siempre fraternales y espléndidos. Eso ha permitido al Rey emérito desempeñar durante décadas, ya desde los años en que era Príncipe de España (1969-1975), eficaces papeles de intermediación con el mundo árabe.

La gestión más antigua de la que se tiene noticia se remonta a la crisis del petróleo de 1973. Conocedor de sus magníficos contactos en el Golfo, Franco le habría encargado que garantizase el suministro de crudo a España. La iniciativa, llevada a cabo ante Arabia Saudí, fue un éxito y permitió al entonces príncipe embolsarse la que tal vez fuese su primera comisión importante, que se prolongaría durante años mediante un porcentaje sobre los barriles importados.

Poco después llegó una gestión no muy conocida, aunque ha sido reflejada en varios libros. En los primeros meses de su reinado, todavía acosado por el búnker franquista y con sus arcas semivacías, Juan Carlos I se dirigió a su "hermano" el sah de Persia (Irán), al que solicitó, invocando la tradicional solidaridad entre familias reales, diez millones de dólares para fortalecer el impulso democrático. El dinero le fue puntualmente enviado por Reza Pahlevi, quien en 1979 sería derrocado por la revolución islámica.

El maná saudí nunca se ha interrumpido: un préstamo de cien millones de dólares sin intereses y el yate "Fortuna" son solo algunos eslabones de la cadena que llega hasta la transferencia de cien millones de euros a una cuenta de la fundación Lucum. Son los cien millones que le habrían correspondido por facilitar que un consorcio español se hiciese en 2011 con las obras del AVE a La Meca por las que también peleaba con denuedo el presidente francés Sarkozy.

Dados esos largos e intensos precedentes no debe extrañar la foto de noviembre de 2018 que causó escándalo en medio mundo. Fue tomada durante el gran premio de Fórmula 1 de Abu Dabi, al que Juan Carlos I asistía en compañía del monarca de Bahréin, su mejor amigo de los últimos años. Al finalizar la carrera, el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, se precipitó a saludarle. Sólo había transcurrido un mes del asesinato en Estambul del disidente Khashoggi, cuya autoría intelectual se atribuye a Bin Salman.

Cabe pensar, sin embargo, que a Juan Carlos I, imbuido de la naturaleza histórica de su real figura, esos incidentes "incorrectos" no le preocupan demasiado. Sin duda los considera gajes inherentes a la pertenencia a una gran familia, repartida por medio mundo, cuyo vínculo de unión es ostentar las jefaturas de sus Estados por herencia y cuyos miembros más dadivosos son los rectores de las petromonarquías.

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