DESDE MADRID

De Rutte a Podemos

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José Antonio Zarzalejos

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El pacto de Bruselas ha sido un éxito aunque, como ha escrito en este periódico Eliseo Oliveras, se haya asemejado a "un gran salto cojeando". El fondo de reconstrucción de la UE, tal y como ha quedado, no tenía alternativa, salvo el fracaso. Y de este acontecimiento histórico se deduce el efecto interno de que el PSOE de Pedro Sánchez ha salido reforzado porque se ha realineado con las fuerzas vertebrales europeas que son las socialdemócratas, las conservadoras y liberales, orilladas las populistas de derechas que, instaladas en los gobiernos de Polonia y Hungría, han eludido un mayor control sobre la calidad democrática de sus respectivos Estados.

Tras el acuerdo, el socialismo español recupera algunos de los rasgos más desperfilados por su acuerdo previo con Unidas Podemos y Sánchez se inserta con mayor naturalidad en el conjunto de los líderes europeos como el líder de una izquierda más convencional de lo que resultaba antes de su acuerdo de coalición. De ahí que sea cierto que el Gobierno ha salido reforzado de la agónica negociación bruselense, pero, para ser más exactos, a costa de mermar el margen de su socio menor en el Consejo de Ministros que, afectado por apuros y problemas importantes, como la pérdida de implantación territorial, encuentra en su permanencia en el Ejecutivo su último bastión defensivo.

El plan de inversiones y reformas que deberá presentar el Gobierno para obtener los fondos previstos afectará al programa del PSOE con Unidas Podemos porque deberá estar alineado con las directrices de la Comisión Europea y se someterá a la severa vigilancia de los Estados llamados "frugales", encabezados por los Países Bajos bajo la dirección de su primer ministro, Mark Rutte, un político de centro derecha. En sus manos tendrá el "freno de emergencia". En la misma línea de difícil compatibilidad con los compromisos de Bruselas se encontraría ERC, como se demostró en el Congreso el pasado miércoles. Incluso el PNV, con el que el que los socialistas alcanzaron unos pactos económicos, comprueba cómo su cumplimiento se ha convertido en improbable. Resultan evidentes los síntomas de que la mayoría de la investidura está en el alero.

Otros tiempos

¿Es razonablemente compatible que aquello que satisface a los partidos tradicionales pueda satisfacer también a los que no lo son y entre ellos a Unidas Podemos? Es dudoso. En octubre de 2015, Pablo Iglesias respondía así a una entrevista en un medio italiano: "Un Podemos con la fuerza suficiente como para exigirle al PSOE dos ministerios importantes podría ser algo que nos diera experiencia de gobierno, pero nos destruiría electoralmente. Igual que para el PSOE entrar en un gobierno con nosotros sería terrible. Y votar a favor de ellos en una investidura nos haría muchísimo daño. Eso de alguna manera cerraría la posibilidad de realizar la hipótesis Podemos…" Eran los tiempos en los que el secretario general morado creía que su partido había sido "la mejor expresión de la crisis de identidad del PSOE".  De aquel diagnóstico, nada queda.

También eran otros tiempos, en 2015, cuando Iglesias declaraba: "Nosotros nos hemos reunido con los críticos del Partido Socialista Francés y con los del Partido Socialista Flamenco o con sectores del Partido Democrático en Italia y vemos un cierto movimiento. Pero es necesario ponerles contra las cuerdas. O sea, es necesario que ellos comprendan que no hay espacio para gobernar si sus políticas económicas y sus estrategias de construcción europea están consensuadas y compartidas con los conservadores. Y que las principales víctimas van a ser ellos". ¿Pasan también a la historia estas reflexiones?

Hasta ahí, dos citas literales del pensamiento del dirigente de Podemos. Y ahora ¿qué? Existen en el PSOE dos tesis contradictorias. Según la más optimista, la aceptación por el partido de Iglesias de la coalición con el socialismo, sería una muestra definitiva de la "madurez" alcanzada por su organización, de su reconducción hacía un posicionamiento más institucional y una aproximación a las tesis del PSOE y no a la inversa. Según otras, más pesimistas, Iglesias no tendría más remedio que olvidar aquellas teorías casi fundacionales y aceptar resignadamente una derrota de sus propósitos y permanecer en el Consejo de Ministros aun en el caso –probable- de que buena parte del pacto de Gobierno suscrito tras las elecciones del 10-N no sea cumplible.

Tan cerca en el tiempo como en los meses de abril y junio pasados, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, coordinador federal de IU, declaraba que "tiene sentido ser comunista siempre que exista el capitalismo, un sistema amoral regido solo por la ganancia". Y también: "El comunismo sigue teniendo vigencia". Bien es cierto que el dirigente de IU no concretaba qué tipo de comunismo es al que se apunta –hay muchos- pero, sea cual este fuere, sitúa a la fuerza que representa en el margen del concierto europeo que ha redoblado su sinfonía con la última cumbre de Bruselas pero con el liderazgo del eje franco-alemán, la colaboración de los Estados sureños y la fricción con otros grupo de Estados cohesionados más por sus propios modelos económico-financieros y fiscales que propiamente ideológicos.

En estas circunstancias –y vistos los acuerdos y desacuerdos sobre las conclusiones de la comisión de reconstrucción del Congreso- la impresión generalizada es que el Ejecutivo queda ya definitivamente hegemonizado por el PSOE, resta espacio a Unidas Podemos y se desliza hacia una zona más central de la política en la que jugaría con Cs y, eventualmente, con el PP –pese a los rifirrafes parlamentarios- que podría haber encontrado el motivo y el momento para formatear una oposición constructiva como única manera de erigir una alternativa. En este contexto, cohonestar las lógicas ideológicas de Rutte y de Iglesias parece poco verosímil. El debate presupuestario será un campo de batalla. Y las hostilidades ya han comenzado.

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