Casado, dos años de vaivenes y sin un proyecto claro

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Pilar Santos

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Cuando el 18 de junio de 2018 Pablo Casado anunció que se presentaba a las primarias para suceder a Mariano Rajoy, la primera pregunta que asaltó a los periodistas fue: ¿pero quién le apoya? Aquel mediodía se acercó a la sede de Génova a llevar los avales y, entre la decena de personas que le acompañaban, solo había dos caras conocidas para el gran público: Javier Maroto, entonces vicesecretario del partido, como Casado, e Ignacio Cosidó, exdirector de la Policía. Es interesante analizar esa fotografía porque también estaban Isabel Díaz Ayuso, entonces portavoz del PP de Madrid y, ahora, presidenta de la Comunidad, y Teodoro García Egea, diputado por Murcia y, pocas semanas después, secretario general del partido. Una clave, la personal, que pesa mucho en el carácter de Casado.

Lo que pasó hasta el 21 de julio, el día que el joven político se impuso a Soraya Sáenz de Santamaría, fueron un cúmulo de acontecimientos que beneficiaron a su candidatura. Los recelos hacia la exvicepresidenta propiciaron una alianza de todos los aspirantes (María Dolores de Cospedal y José Manuel García Margallo, entre otros) que dio el triunfo a Casado. El ganador no presentó un plantel de políticos especialistas en distintas áreas ni un proyecto más allá del eslogan de que quería «refundar la derecha» y reconquistar el espacio de Vox. Y esa mácula, la de la falta de «un equipo preparado» y de un proyecto claro, sigue siendo el principal lastre del PP, según algunos dirigentes consultados para esta crónica.

Algunos diputados confían en que el triunfo de Feijóo sea un revulsivo que le obligue a hacer cambios

El ejemplo más claro sobre los vaivenes del nuevo líder es el cambio que dio en abril de 2019 cuando, en plena campaña para las generales, unos estudios sociológicos encargados por su equipo advirtieron de que estaba hundiendo las siglas con su radicalización: además de su tono agresivo contra el Gobierno, había defendido volver a la ley del aborto de 1985, había asumido algunos postulados sobre la violencia de género de Vox y había llegado a decir que la "agenda de Catalunya" es "la agenda de ETA", entre otras cosas. Desde entonces Casado ha ido y vuelto en varias ocasiones de la extrema derecha al centro político, provocando frustración en algunos de sus compañeros de filas.

Contra "la política del tuit"

«Algunos días nos levantamos conservadores, después, estamos unas horas defendiendo posiciones liberales; por la tarde, coqueteamos con la ultraderecha y, por la noche, ya no sabemos qué somos», se queja un diputado («todavía casadista») que admite su desasosiego. Una parlamentaria de la época de Rajoy confiesa no entender esta «política del tuit». «Muchas veces nos dicen que esperemos a valorar una noticia porque Casado o García Egea van a poner un tuit», se queja, añadiendo que eso revela que no hay «planteamientos ideológicos sólidos». Alberto Núñez Feijóo, el presidente de la Xunta, pidió precisamente esta semana acabar con «la política frívola y de tuit».

La cuarta mayoría absoluta del gallego, defensor de la moderación, supone una amenaza para Casado, con quien se le va a comparar de manera permanente. Su rechazo a presentarse a las primarias en 2018 es una decisión que podría tener fecha de caducidad. No ahora, porque acaba de ganar unos comicios y no hay generales a la vista, pero sí dentro de dos años, cuando vea la evolución de Casado y si mantiene su poder territorial: si hay visos de que el PP pueda retener Andalucía y Madrid (región y alcaldía) aunque sea, como ahora, con el apoyo de Vox y Cs.

Los dos políticos, no obstante, mostraron el miércoles, en el comité ejecutivo nacional, que van a guardar las formas. Tras comprobar que el Gobierno ha logrado sobrevivir a la gestión de la pandemia, Casado y Feijóo creen que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias sacarán los Presupuestos de 2021, su salvoconducto para seguir, como mínimo, dos años más en la Moncloa. 

El poder de las listas

Así las cosas, el relevo de Casado no está sobre la mesa, pero lo que sí esperan algunos en el partido es que la victoria de Feijóo sea un revulsivo que le anime a renovar sus equipos y marcar un rumbo claro. Varios diputados lamentan la «falta de coordinación» entre el grupo parlamentario, cuya portavoz es Cayetana Álvarez de Toledo, y la dirección. Consideran que García Egea lucha por que la diputada no le haga sombra y aprovecha el poder que le da elaborar las listas electorales en los territorios para imponer su criterio y presionar a los parlamentarios, dejando de lado cualquier debate ideológico. 

El secretario general ya estuvo cuestionado tras las elecciones de abril de 2019, por dejar fuera de las listas a los principales colaboradores de Rajoy. «Después de unas primarias hay que coser el partido y no lo hizo», denuncia ahora un presidente de un Ejecutivo regional, repitiendo el argumento que sostienen desde el año pasado varios altos cargos. Casado tomó nota de aquellas críticas, pero no hizo nada. Al líder del PP, dicen algunos de sus colaboradores, le pesan las relaciones personales y García Egea es el amigo que le animó a liarse la manta a la cabeza y anunciar su candidatura a las primarias. «Esa conexión es otro lastre para Casado y para el partido», en palabras del barón.

La corrupción

El secretario general está volcado en organizar los congresos provinciales y regionales para intentar colocar al frente a personas de su confianza antes de que se convoque el congreso nacional, en 2022 probablemente, donde se podría presentar quien quiera competir con Casado. Este domingo ambos acudieron al cónclave de Alicante, donde fue elegido Carlos Mazón, presidente de la Diputación y zaplanista.

Fuentes de la dirección del PP consideran que el líder de los populares se ha consolidado «como alternativa al radicalismo del tándem Sánchez-Iglesias» y que tiene «al mejor equipo». «Todos los perfiles suman. Este es un partido grande, transversal», añaden antes de recordar el difícil aterrizaje en la presidencia. Casado, subrayan, llegó con las siglas marcadas por la corrupción y la moción de censura y se metió en una espiral de elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas casi «sin tiempo para pensar en su proyecto».

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