CRÓNICA DE AMBIENTE DURANTE EL HOMENAJE

Silencio en la calle

El patio del Palacio Real, durante el homenaje.

El patio del Palacio Real, durante el homenaje. / periodico

Juan Fernández

Juan Fernández

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A las nueve y media de la mañana de este jueves, un escalofrío recorrió la calle Bailén de Madrid a la altura de la plaza de Oriente. Coincidió con el inicio de la ofrenda floral por las víctimas del coronavirus que se celebraba en el Patio de la Armería del Palacio Real. En mitad de la retransmisión, entre el sordo bullicio de periodistas, policías y escasos madrileños que se acercaron a curiosear, se produjo un extraño silencio, como si alguien hubiera mandado callar. Por un instante, solo se escucharon las notas de la ‘Canción del espíritu’ de Brahms que llegaban desde el interior y las hojas de los plátanos de la plaza que azotaba el viento.

A pie de calle, fue el momento más emocionante de la mañana, el único en el que la solemnidad del acto que dentro oficiaban 400 mandatarios, representantes del Estado y figuras de la sociedad civil, con su calculada coreografía y su geometría circular, traspasó la verja del Palacio e inundó los parterres y las aceras de alrededor. El resto tuvo ese aire virtual, como de papel celofán, que tienen las cosas en esta nueva normalidad, tan llena de espacios vacíos de gente.

Sin curiosos

Oyó hablar de un ‘homenaje de Estado’, y el pueblo de Madrid dedujo que aquello era mejor seguirlo por la tele. Cualquier jueves de antes de marzo, a esas horas era habitual encontrar peloteras de curiosos y turistas dándose codazos por ver el cambio de guardia, pero los pocos vecinos y paseantes que esta vez cruzaron la plaza de Oriente, lo hicieron a la carrera, rodeando con disciplina el perímetro marcado por la Policía pero sin pararse a mirar, como si aquello no fuera con ellos.

Con Isabel sí, que vino desde Vallecas “a homenajear a las víctimas y los sanitarios como si fuera el aplauso de las ocho”. Y también con Alicia, que se acercó desde Fuenlabrada “porque era un acto cívico de un país aconfesional, no como la ceremonia religiosa del otro día en la Almudena”, advirtió. Las dos, recién jubiladas, se contorsionaban tratando de ver algo entre las rejas del patio. “¡Mira, el pebetero!”, celebraban tras hallar una rendija que permitía espiar la ceremonia.

Odio al Gobierno

Pero pare usted de contar. El resto del paisaje humano que rodeó el acto durante toda la mañana lo formaron grupos de policías, masas de periodistas y una quincena de personas de edad avanzada que irrumpió con ganas de expresar su afecto al rey y su profundo odio al Gobierno. Llegaron ataviados con camisetas adornadas con el clásico “Sánchez vete ya” y portando banderas españolas y carteles con mensajes del tipo “Sánchez y Koletas, asesinos”.

Ante la falta de público, se hicieron notar bajo el célebre balcón de los discursos de Franco, primero lanzando efusivos vivas al rey mientras Felipe VI pronunciaba su alocución y luego con la sonora cacerolada que dedicaron a los miembros del Gobierno al terminar el encuentro. Unos sacaron de los bolsos sartenes y mazas para dar su serenata y otros traían los zambombazos pregrabados en aplicaciones de móvil. Desde los happenings de mayo en Núñez de Balboa, la parafernalia ‘cayetana’ parece haber sofisticado sus shows.

No fueron los únicos frikis que buscaron segundos de gloria al calor del homenaje. También se ofrecía a improvisar clases de geopolítica Roberto de la Cuerda, convencido de que el coronavirus “es un invento de la China comunista”, según rezaba su cartel y él mismo explicaba con mucho énfasis. Por su parte, Salvador Pérez, camarero jubilado, mostraba el libro que había confeccionado con recortes de prensa sobre la pandemia, y que soñaba exponer en un museo.

Jóvenes de uniforme

Más desconcertante aún fue el grupo de jóvenes que apareció de uniforme –pantalón negro y camiseta marrón con un omega en el pecho y un “Despierta, España” en la espalda-, se dispuso en formación y, sin avisar, empezó a entonar una canción. Bastante mal, por cierto. “No somos de extrema derecha ni de extrema izquierda, solo venimos a animar a España”, anunció el portavoz del escuadrón tras una mascarilla decorada con la bandera rojigualda y la cruz de Borgoña. La performance fue tan surrealista que hubo quien se dedicó a buscar la cámara oculta.

Antes que ellos llegó Víctor Martínez con su ramillete de banderas de España de nylon y mástil de plástico, de ésas que suelen verse ondear por las muchedumbres en las visitas reales. “Estoy en el paro y vengo a ver si saco unas perras”, explicó. Duró poco en la plaza: se dio dos vueltas, observó el percal y se fue por donde llegó. Los que este jueves se apuntaron al homenaje, venían con la bandera puesta.