DESDE MADRID
Iván Redondo y todos los hombres del presidente
José Antonio Zarzalejos
Periodista
José Antonio Zarzalejos
La pregunta es recurrente: ¿cómo pudo ocurrir que el presidente del Gobierno no tuviese amarrada la complicidad de sus socios de investidura para prorrogar el estado de alarma? A los críticos en el PSOE con la gestión de Pedro Sánchez –tanto de este episodio como de otros anteriores, y de su propia imagen y de la comunicación durante lo que llevamos de gestión de la pandemia– no les basta recurrir a respuestas evasivas que aluden a los rasgos de su personalidad que propendería al ensimismamiento y a sobrevalorar sus capacidades.
Los reproches apuntan también a la ineficiencia de los mecanismos a su servicio en la Moncloa que cuando se estructuraron por el real decreto 136/2020 de 27 de enero se juzgaron como excesivos tanto por sus competencias como por su dimensión. La organización general de la Presidencia del Gobierno comprende el Gabinete del Presidente, la Secretaría General, la Secretaría de Estado de Comunicación, la Dirección Adjunta del Gabinete del Presidente, dos altos comisionados y hasta una inédita Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a largo plazo y un Comité de Dirección de la Presidencia.
Este conglomerado administrativo y político está dirigido por Iván Redondo, director del Gabinete del Presidente, con categoría de secretario de Estado, presidente del Comité de Dirección en el que participa el responsable de comunicación, Miguel Ángel Oliver que ha visto también reforzada su secretaría de Estado. Redondo, además, forma parte de la Comisión General de Secretarios de Estados y Subsecretarios que dirige Carmen Calvo y desempeña la secretaría del Consejo Nacional de Seguridad. Las funciones del consultor político son extraordinarias y se detallan en el artículo 2 del real decreto con afán de dejar diáfano su poder de asesoramiento al presidente y de control político de los ministerios.
Mal cálculo
Buena parte de la crisis de la prórroga de la alarma se endosa al director del Gabinete, que no habría sido capaz de prever la irritación de ERC y del PNV –y de los gobiernos de Catalunya y de Euskadi– en el modo en el que se estaba conduciendo la autoridad única, y al propio presidente, ofreciendo hechos consumados, reuniendo a los responsables de las comunidades en sesiones telemáticas dominicales para reiterarles lo que ya sabían por los medios y confiando en que la ausencia de alternativa en el Congreso disuadiría a republicanos y peneuvistas de plantear problemas diferentes a una simple protesta. Por otra parte, la conexión entre los 'comuns' y de Podemos con ERC y EH Bildu se suponía que conjuraba cualquier posibilidad de que las advertencias de Gabriel Rufián y Aitor Esteban se convirtiesen en abiertas disidencias.
Mal cálculo. Ni uno solo de los hombres del presidente se ocupó de advertir que el modo de conducirse de Pedro Sánchez era erróneo y se situaba fuera de las aspiraciones de relación de los grupos que le apoyaron en su investidura. Entre el domingo y el martes pasados, el presidente se inquietó y puso a trabajar a Redondo y Félix Bolaños (secretario general) con Inés Arrimadas, reiteradamente preterida, y encomendó a la convaleciente Carmen Calvo la interlocución con ERC y el PNV.
Sin margen con ERC
La vicepresidenta y ministra de la Presidencia no forma parte del entramado de la Moncloa, pero ha acreditado su capacidad de disuasión y de persuasión en las prácticas negociadoras. Fue ella la que envió el mensaje telefónico que provocó la primera ruptura con el partido de Oriol Junqueras en la llamada 'crisis del relator', que terminó en la convocatoria de las elecciones de abril del 2019.
Calvo se encontró con un PNV dispuesto a negociar por partida doble: la celebración, sin objeciones, de las elecciones vascas en julio y una disposición adicional en el decreto de alarma que recogiese el cogobierno de las autonomías en las distintas fases de la desescalada del confinamiento. Planteamiento aceptado, pero con advertencia de Aitor Esteban: el Gobierno debe regresar a la legislación ordinaria. Con ERC, la política cordobesa no tuvo margen alguno: Sánchez estaba dejando en ridículo ante Quim Torra su relación preferente. Y eso era imperdonable para los republicanos.
El apoyo de Arrimadas a la prórroga resultó más sencillo. La nueva líder de Ciudadanos, estimulada por el ninguneo de Albert Rivera y por la necesidad de marcar territorio con su nuevo liderazgo, facilitó el acuerdo cuya gestión se atribuye a Redondo y Bolaños, poco apreciado el primero por los de Junqueras y observado a distancia con reticencia tanto por Pablo Iglesias como por Carmen Calvo.
"Laberinto administrativo"
En los entornos del uno y de la otra acusan a "ese laberinto administrativo" de Moncloa de mantener al presidente, propenso a la introspección, en una burbuja engañosa. La recomposición de la mayoría de la investidura –incluso asumiendo que ya no habrá más prórroga del estado de alarma– pasa por realimentar una confianza perdida (caso de ERC), una creciente renuencia (PNV y EH Bildu) y vender el apoyo de Ciudadanos como una colaboración puntual y "patriótica".
A los más afectos al secretario general socialista pudo parecer que la altanería de Sánchez, su displicencia con sus socios y su prepotencia con la oposición era el resultado de una táctica. Era, simple y llanamente, un error. Un error suyo y de sus colaboradores inmediatos en Moncloa. Por eso hubo vértigo y Redondo y los demás hombres del presidente están ahora sometidos a una severa opinión sobre su competencia política y sobre su capacidad de previsión.
El Gobierno tiene un problema. La vinculación con los socios de la investidura no es compatible con la geometría variable en el Parlamento ni con el trato que les dispensa Sánchez. Se lo han podido decir más alto, pero no más claro. Y, a la vuelta de la esquina, los Presupuestos.
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