Otras mesas, otras soluciones

El ministro principal de Escocia, Alex Salmond (izquierda) estrecha la mano del 'premier' británico, David Cameron, ayer en Edimburgo.

El ministro principal de Escocia, Alex Salmond (izquierda) estrecha la mano del 'premier' británico, David Cameron, ayer en Edimburgo.

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Antecedentes para tomar nota. Cada proceso negociador en conflictos de calado muestra mimbres a tener en cuenta para construir el cesto del caso catalán. Veamos.

Escocia

El independentismo cita a menudo como ejemplo a seguir el referéndum escocés, pactado entre el gobierno autónomo y el británico. Es importante consignar los antecedentes. El Gobierno escocés planteó inicialmente un referéndum en el que se escogiera entre aumentar el autogobierno o la independencia. El líder del SNP, <strong>Àlex Salmond</strong>, (que recuerda que el referéndum tardó 60 años en lograrse) enarboló un discurso 'light' que incluía la promesa de mantener a la Reina del Reino Unido como jefa de Estado, la permanencia en la UE y la libra como moneda.

Es decir, la propuesta se parecía más a la que formulan los 'comuns' (una pregunta con tres posibles respuestas) o el 'expresident' Artur Mas (independencia o más autogobierno), que a la que finalmente impusó el Gobierno británico, que exigió una votación de 'sí' o 'no' a la secesión. Salmond, además, pospuso la fecha del referéndum, que el primer ministro conservador David Cameron quería celebrar cuanto antes. Aquí surge una clave: la gestión del tiempo. Antes del referéndum, ambos ejecutivos, en el Acuerdo de Edimburgo, se pusieron de acuerdo para que Escocia tuviera competencias para convocar la consulta.

En paralelo -y esta es otra cuestión decisiva- el Gobierno británico inició un proceso de "devolución" de competencias (de poder, en definitiva) hacia Escocia. Otra clave es que esta oferta la firmaron por escrito los líderes conservador, liberal y laborista británicos. El equivalente sería que Pedro SánchezPablo Casado y Ciudadanos presentaran una propuesta de mayor autogobierno para Catalunya. Algo impensable hoy por hoy.

Quebec

El caso de Quebec, que acabó también en un referéndum, es también ejemplarizante de cómo se puede lograr pactos que resuelvan legalmente lo que inicialmente estaba fuera del marco jurídico. Tras dos referéndums (1980 y 1995), el primer ministro canadiense Jean Chrétien impulsó una serie de medidas para tratar de satisfacer las demandas de los independentistas, pero el poco entusiasmo que suscitó la propuesta indujo a Chrétien a apostar por lo que se bautizó como 'Plan B': establecer unos límites y unas condiciones que regularan "con claridad" la posible celebración de un nuevo referéndum de estas características.

La negociación fracasó en varias ocasiones, pero en junio del 2000 el Senado de Canadá aprobó la versión final de la ley. Esto indica otro de los ingredientes de la negociación: el tiempo. Cinco años de diálogo. La Asamblea Nacional de Quebec no reconoció dicha ley, al considerarla insuficiente, y aprobó su propia norma, la cual establecía que bastaba con el 50+1% de los votos a favor para proclamar la independencia. Sin embargo, lo cierto es la ley consiguió apaciguar las aspiraciones secesionistas.

La transición española

Se esgrime habitualmente que resolver el conflicto catalán es imposible. La respuesta a esta tesis podría consistir en recordar que desde los fieles a Franco a los comunistas del PCE fueron capaces de ponerse de acuerdo en llevar a cabo una transición hacia la democracia. Una transición sin ruptura que -y no es menor- está en cuestión por buena parte de la ciudadanía.

Uno de los ponentes de la Constitución, Miquel Roca, recuerda que el cambio democrático "era la exigencia que nos llegaba de la sociedad, la de hacer posible que la recuperación de la libertad no fuera un momento transitorio, sino una apuesta de larga duración. El consenso no lo produjeron los ponentes, sino que era el resultado de una exigencia social". Roca indica un aspecto esencial: la voluntad social de acuerdo. En el caso catalán, y según un sondeo del Centre d'Estudis d'Opinió, del pasado noviembre, el 42% de los catalanes apuestan por una negociación y diálogo sin límites. Solo el 11% cree en la vía unilateral. En el conjunto de España, la mayoría quiere un diálogo en el marco de la Constitución.

La mediación

Se trata de un procedimiento con una larga trayectoria en conflictos personales, en empresas y comunidades. Lejos de ser un simple apéndice, los mediadores llevan años analizando las claves de su tarea. Y ofrecen herramientas también a tener en cuenta. Trinidad Bernal, mediadora y formadora de mediadores, recomienda a los negociadores: comportamiento asertivo, pensar en el otro, centrarse en el presente, lo positivo y posible; evaluar las consecuencias de las opciones y "buscar alternativas, manteniendo una postiura abierta a otras posibilidades" para solucionar los problemas. Ahí radica la clave: que exista voluntad real de acuerdo, que querrá decir cesión. Eso sí, como afirmaba el exlíder del PCE Santiago Carrillo, "no puedes pedir a otro algo que no puede darte; en una negociación gana quien renuncia a una cosa que no tiene".

El liderazgo

En casi todos los casos, la figura del líder ha sido decisiva. Entendido líder como el que toma decisiones incómodas incluso para su propio espacio político y que le conllevarán problemas. La lista es larga. Va desde Nelson Mandela para la reconciliación en Sudáfrica, a Isaac Rabin y Yaser Arafat en los Acuerdos de Oslo, junto a Bill Clinton, pasando por figuras como Mo Mowlam en el conflicto del Uster, junto a los unionistas moderados.

En el caso catalán sería difícil no reconocer que sin la autoridad de Jordi Pujol buena parte del nacionalismo convergente asumiera el apoyo a José María Aznar en los pactos del Majestic. Y sin el empecinamiento de <strong>Pasqual Maragall </strong>-contra adversarios y compañeros de partido-, el pacto del Estatut difícilmente hubiera existido. Cosa distinta es cómo acabó el proyecto tras su paso por el Congreso y el Tribunal Constitucional.