COMICIOS AUTONÓMICOS

Cara y cruz de un adelanto electoral

El lendakari, Inigo Urkullu, en el pleno del pasado 7 de febrero, en el Parlamento vasco.

El lendakari, Inigo Urkullu, en el pleno del pasado 7 de febrero, en el Parlamento vasco. / periodico

Miriam Ruiz Castro

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Era marzo de 2015. A Andalucía ya habían llegado los ecos de un nuevo partido que, al grito de ‘sí se puede’, empezaba a liderar las encuestas. La siempre aspirante a dar el salto a la política nacional Susana Díaz tomó la decisión de adelantarse a la jugada. Forzó la ruptura con IU y convocó los comicios en la región antes de tiempo, con un Podemos sin cuadros y un candidato del PP aún demasiado desconocido. Y venció. Con el apoyo externo de Ciudadanos, el suyo fue de los últimos gobiernos autonómicos en solitario. Antes de cumplir los cuatro años, Díaz quiso repetir la estrategia. Precipitó la ruptura con Ciudadanos y adelantó una vez más los comicios, pero no tuvo tanta suerte. Un acuerdo de PP y Ciudadanos con el apoyo de un recién estrenado Vox desalojó al PSOE de la Junta casi 40 años después. Porque la política no es una ciencia exacta, y la misma estrategia puede tener resultados muy diferentes. 

Euskadi y Galicia, dos de los territorios que no eligieron a sus representantes el pasado 26-M, cumplían mandato en otoño. Pero el lehendakari, Íñigo Urkullu, ha anunciado una decisión que había estado negando hasta pocos días antes: los comicios llegarán adelantados, en abril, para “ahorrar a los vascos ocho meses de campaña electoral permanente” y alejarse de la “influencia” de la cuestión catalana evitando que coincida la cita con las urnas. A Urkullu lo ha seguido Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, cuyos comicios han ido de la mano de los vascos desde 2001.   

Estrategia repetida

No es la primera vez que ocurre. Feijóo ya había adelantado las anteriores elecciones a rebufo de Euskadi, pese a que había prometido darles un calendario propio. Entonces la estrategia funcionó. El líder del PP logró revalidar su tercera mayoría absoluta, aprovechando la caída que En Marea, la marca de Podemos e IU en la región, había sufrido en la repetición electoral. Frenar a Podemos también fue el motivo que llevó a Urkullu al adelanto —el voto dual arrastró al PNV a la segunda posición en Euskadi en las dos convocatorias generales—, y la posibilidad de que las negociaciones para investir presidente a un PP cercado por la corrupción acabaran manchando a los nacionalistas. Tanto el PNV, que ha ganado las once elecciones autonómicas, como su socio el PSE, tienen buenas perspectivas electorales. 

Podemos calificó de “innecesario” un adelanto electoral que le pilla con el pie cambiado: viene de sufrir su mayor revés en las generales —perdió la mitad de sus votos en solo tres años—, ha tenido tres líderes diferentes y aún está pendiente de refrendar a la cuarta, una desconocida Rosa Martínez, en primarias. Ciudadanos también es un partido ‘descolocado’ en Euskadi. Además de extraparlamentario, a nivel nacional lo gobierna una gestora y el pacto sellado in extremis con el PP es su único salvoconducto para salvar los muebles.

La posibilidad de controlar los tiempos del presidente es una baza que puede jugar a favor. Además de a Feijóo y Urkullu, salió bien a Ximo Puig, presidente socialista valenciano, que decidió ir de la mano de Pedro Sánchez y hacer coincidir sus comicios con los generales. 

Cuando adelantar no sale bien

“La voz de la calle debe trasladarse a las urnas”. Aupado por la masiva marcha independentista del 11S en Catalunya y tras el portazo del gobierno al pacto fiscal, Artur Mas adelantó los comicios en 2012. Reclamaba una “mayoría excepcional”, pero fracasó. Ganó los comicios, pero no logró concentrar el voto del independentismo e incluso perdió 12 escaños. Fueron ERC y la CUP quienes capitalizaron el movimiento soberanista y protagonizaron las mayores crecidas.

Algo parecido ocurrió con Francisco Álvarez-Cascos en 2012. Solo ocho meses después de haber sido elegido presidente del Principado de Asturias por Foro, el Parlamento autonómico le tumbó los presupuestos y Cascos lanzó el órdago de las urnas. Las elecciones anticipadas lo castigaron tanto que lo acabaron desalojando del poder, convirtiendo en presidente al líder socialista Javier Fernández.