DESDE MADRID

Un debate brutal

Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados

Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados / periodico

José Antonio Zarzalejos

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Christian Salmon ha logrado un nuevo éxito editorial con su libro 'La era del enfrentamiento'. Según este autor estamos en un tiempo "de caos y choques que deja poco espacio para la deliberación democrática, para los relatos colectivos e, incluso, para la palabra". Este diagnóstico lo vincula el periodista francés a la devaluación de la política en los últimos años y este sábado lo pudimos comprobar en la primera sesión del debate de investidura de Pedro Sánchez.

Fue una sesión en el que se empleó una dialéctica brutal, que espesó el ambiente más allá de la crispación para crear una sensación permanente de enfrentamiento, porque superó la irritación que define aquel y se adentró en el combate que describe esta última expresión. Como también escribe Salmon, "la comunicación se ha convertido en la razón de ser de la política" y si eso es así –y lo es– o se cuidan las formas y las palabras, o la razón política de la convivencia se desploma.

Este sábado, el Congreso de los Diputados fue como el triángulo de las Bermudas porque el hemiciclo absorbió hasta hacerlas desaparecer las formas, los modos, las maneras, las actitudes con las que se discrepa en una institución representativa. No es excusa que fuera la histórica y frustrante "cuestión territorial" la que explicase las embestidas dialécticas entre los unos y los otros.

Lodazal semántico

Es difícil localizar quien tuvo mayor o menor responsabilidad en el lodazal semántico en el que este sábado se convirtió la Cámara baja, porque ninguno de los principales intervinientes quebró un tono de inquietante hostilidad y un estilo que, en algunos momentos, rozó la chabacanería. La política española estaba compartimentada en  bloques, pero este sábado entró en una guerra de banderías que neutralizará cualquier posibilidad de logro político dado el margen de dos votos que entregará el martes la presidencia del Gobierno al candidato socialista.

Si innecesariamente inclementes y faltones fueron los discursos de los tres grupos de la derecha en el Congreso, la forma hiriente de Sánchez al referirse al PP y a Ciudadanos (por supuesto a Vox, cuyo portavoz se despachó sin límite alguno) no mejoró las cosas, y el discurso de Gabriel Rufián resultó arbitrariamente humillante para el PSOE y el candidato – al republicano se le fue la mano para impostar una determinación que librase de descalificaciones a ERC por parte de sectores secesionistas discrepantes con el pacto que suscribió con los socialistas–, hasta tal punto que el de Laura Borràs, también de una dureza extraordinaria, pareció, además de bien hilado y correctamente expresado, una auténtica lindeza, sin que la portavoz de JxC se dejase nada en el tintero.

La ciudadanía no se pudo ver reflejada –una vez más, por cierto– en una manera de abordar la discusión de las cuestiones públicas que recurre por sistema a enormidades dialécticas, a descalificaciones personales, a expresiones hiperbólicas que, a la postre, no aclararon los temas esenciales que se debatían: los programas que Pedro Sánchez se ha comprometido a ejecutar como  futuro presidente del Gobierno. Las intervenciones –incluida la suya– fueron mítines en las que el líder socialista se expresó en términos por completo inversos a los del mes de julio de 2019 en el mismo trance parlamentario y en las que CasadoAbascal y Arrimadas regresaron al trazo grueso. Los portavoces del grupo de Unidas Podemos tampoco renunciaron a fogonazos propios de un mitin, especialmente Iglesias y Asens, el primero (futuro vicepresidente del Gobierno) jaleando a los condenados por el Supremo y el segundo imbuido de un verbo impropio de una tribuna parlamentaria.

Cuatro exigencias

Dicho lo cual –y aunque por el procedimiento dialécticamente más doloroso–, el debate quedó marcado por Gabriel Rufián que dejó claro como la luz que, no solo la investidura, sino también la legislatura depende de ERC y que las exigencias de su partido son: 1) interlocución en la mesa de gobiernos pero "entre iguales", 2) proscripción de cualquier tipo de veto temático, incluida la amnistía, 3) determinación de un calendario y 4) garantías de cumplimiento de los acuerdos que se alcancen y celebración de una consulta para su validación. "Sin mesa no hay legislatura", enfatizó Rufián, que se hizo acompañar de gestos y muecas claramente prepotentes que le hacían asemejarse más que a un socio posible del PSOE a un partido inquisidor al del candidato.

Por momentos, mientras avanzaba su disertación, se instaló en el hemiciclo un silencio consternado que antecedió a una réplica de Sánchez deslavazada y dispersa, demostrando que el socialista no esperaba el golpeteo de las frases que, como cargas de profundidad, fue desgranando con un ritmo sobreactuado el portavoz de ERC que, por comparación, hacía echar en falta el estilo de Laura Borràs. El secretario general del PSOE, que apeló reiteradamente a la Constitución, no enmendó ni una sola de las palabras de Gabriel Rufián. Se aquietó a todo lo que dijo el republicano.

Una profunda grieta

La gravísima conclusión que puede extraerse de la frustrante sesión de este sábado en el Congreso es que la grieta profunda del espectro de partidos impedirá que una cuestión de Estado como la catalana disponga de una posible solución suficientemente sólida. Con los dos bloques a la greña, y el maximalismo independentista, no se adivina viabilidad a ese pacto ERC-PSOE que no obtuvo las tres aclaraciones imprescindibles: cómo se institucionaliza esa interlocución inédita en la democracia española; en qué normativa se ampararía la consulta y de qué forma participaría el Gobierno de la Generalitat del que ERC es parte.

Todo ello empeoró  por la propuesta de resolución del pleno del Parlamento catalán que desafió a la Junta Electoral Central, a la que atribuye nada menos que "un golpe de Estado", e introdujo la inhabilitación de Torra en el terreno judicial que se pretende evitar. La terapia para un escenario especialmente delicado y complejo no consistía en aplicarle a esa dura realidad una dialéctica tan brutal. El pragmatismo mercantil del PNV y el tono monocorde a Aitor Esteban, relajaron una tensión de altísimo voltaje.