CONTRACRÓNICA ELECTORAL
10-N: La noche del escalofrío
Juan Fernández
Periodista
Juan Fernández
Lo habían anticipado las encuestas, pero el juego de las urnas tiene un componente impredecible que permite aguardar sorpresas. Anoche no las hubo. El recuento electoral, que confirmo el subidón de Vox y el Congreso ingobernable que anunciaban los sondeos, sembró de escarcha todas las sedes electorales salvo la de la formación de ultraderecha. La noche en la que todos suelen declararse vencedores, esta vez fue la de las caras largas, las miradas esquivas y los escalofríos.
Dos horas después del cierre de los colegios electorales, costaba encontrar una sonrisa en el rostro de algún dirigente que no portara un pin de Vox. No estaba para fiestas Joan Baldoví, que echó en cara a Sánchez el pan con tortas que había hecho al llamar a los españoles de nuevo a las urnas, y serio se mostró también Pablo Iglesias al anunciar lo mal que va a dormir a partir de ahora sabiendo que deberá compartir hemiciclo con 52 cargos de Vox. También se vio muy enfadado a Íñigo Errejón en su comparecencia ante los medios, aunque a él parecía indignarle más la propia convocatoria electoral que sus pobres resultados conseguidos.
Pero para ambiente fúnebre, el que se respiraba en la sede de Ciudadanos. Después del batacazo, lo único que fijaba las miradas perdidas de los simpatizantes era la curiosidad de saber si Albert Rivera presentaría en directo su dimisión. No lo hizo, pero tampoco confirmó que vaya a seguir siendo el líder de un partido que anoche era un tanatorio naranja.
Melancolía
En la puerta sede del PP sí hubo sonrisas, pero se veía a la legua que eran de circunstancias. Habían ganado 21 escaños, pero se habían quedado lejos de los 100 a los que aspiraban. Esta vez, Pablo Casado decidió hacer su comparecencia a pie de calle, pero el centenar escaso de seguidores que le aplaudió sobre la acera transmitía más melancolía que entusiasmo. Quién ha visto Génova 13 en otras noches electorales y quién la veía anoche.
Ningún sondeo ponía en duda que PSOE y PP serían las dos formaciones más votadas. Sin embargo, a la hora del cierre de los colegios electorales, ni en el cuartel general del PP ni en Ferraz se respiraba el ambiente que antecede a los brindis. En Génova, una escuálida torre para las cámaras de televisión confirmaba que nadie confiaba en el ‘sorpasso’ de la derecha, uno de los escenarios que en días previos habían manejado los expertos en demoscopia.
En el cuartel general del Partido Socialista, el panorama que dio la bienvenida a Pedro Sánchez minutos antes de las 10 de la noche, cuando ya se conocía su pérdida de escaños, ofrecía una temperatura muy distinta a la que había en aquella lejana noche primaveral. Su comparecencia pública tampoco alcanzó la comunión mística de la anterior ocasión. Los “¡Con Rivera, no!” de entonces, esta vez se convirtieron en una continua interrupción del discurso del candidato, que llegó a mostrarse irritado con sus fieles. No se le veía cómodo a Sánchez en su nuevo perfil de líder que gana perdiendo.
Para encontrar algo de calor, este domingo había que acercarse a la sede que Vox ha estrenado con motivo de la cita electoral. La inversión llevada a cabo por la formación de ultraderecha invita a pensar que han llegado a la política española para quedarse: desde ahora ocuparán un edificio de cinco plantas situado junto a la estación de Chamartín de Madrid.
El novio de la muerte
Tan pronto se conocieron los primeros datos del recuento, el verde corporativo del partido empezó a teñirse de rojo y gualda de las banderas españolas de sus seguidores, que aparecían por decenas al grito de “Yo soy español, español, español”. Sonó por megafonía ‘El novio de la muerte’ y el ‘Que viva España’ de Manolo Escobar mientras llegaba el momento del saludo del lídrer. El clímax se alcanzó con el acalorado discurso de Abascal. “A por ellos, a por ellos”, le jaleaba el público entregado.
Lo cierto es que no había amanecido un día en Madrid que animara a celebrar la fiesta de la democracia ni a santificar más festejos que los propios de un domingo de otoño con sabor a invierno. El frío y el viento ponían el tapabocas a una campaña desangelada y sin cartelería electoral en las calles, y la ausencia de colas de votantes en la puerta de los colegios hacían pensar en una fecha para olvidar más que para recordar.
La jornada había transcurrido con la rutina con que este país adicto a las urnas se ha acostumbrado a vivir las citas electorales. Esta vez, la normalidad solo la rompieron dos ancianos de Guipúzkoa y Granada que fallecieron de infarto en su camino al colegio electoral –cabe sospechar que no por la emoción de ir a votar-, un jubilado de Amposta que se presentó con una papeleta en una mano y una pistola en la otra, y un presidente de mesa que se pasó el día introduciendo papeletas en las urnas vestido de oso polar. Hasta el disfraz elegido invitaba a tiritar de frío. Al final de la noche, en Madrid los tiritones acabaron siendo de escalofrío.
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