AMBIENTE ELECTORAL

Votación sin napalm

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Carlos Márquez Daniel

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Arnau cumplió 19 años el pasado lunes y la de este domingo es la cuarta papeleta que introduce en una urna. "He votado más en 12 meses que mis abuelos en 40 años", explica, en el colegio de Sant Gervasi en el que le toca ejercer. Buena manera de introducir este relato sobre la jornada electoral en Catalunya, para la que muchos auguraron un Saigón y y ha terminado siendo un largo río tranquilo. Este joven no da saltos de alegría, quizás porque la fiesta de la democracia, con tanta repetición, ya es más un bautizo al que vas por compromiso que una celebración que esperas con mariposas en la barriga

 Apenas se han producido incidentes aunque algunas convocatorias a principios de semana y las advertencias en sentido contrario, con gran altavoz mediático, podían sugerir lo contrario. Por citar algo y no decepcionar a todos los que preveían esa jornada de barricadas, en Sarrià de Ter se han retirado lazos amarillos de una escuela; en el barrio barcelonés de Gràcia algunas personas han votado con una (dolorosa) pinza en la nariz; Inés Arrimadas (Ciutadans) ha hablado a la prensa en su colegio electoral entre reproches, y en Llívia, el alcalde Elies Nova (ERC) ha denunciado la entrada en el municipio de 20 agentes de la Guardia Civil armados, algo que, según censura, va en contra del Tratado de los Pirineos firmado en 1659. El anecdotario humano deja la estampa del 'president' Quim Torra depositando su papeleta en una mesa presidida por su propia hija, que, muy profesional, ha procedido a pedirle el DNI como si no se hubiera dormido miles de veces en sus brazos. 

Eso mismo le ha pasado a Joan en Sant Joan Despí, pero al revés. Era su progenitor el que custodiaba la mesa de un colegio. Y también le ha pedido la identificación, como si no le tuviera calado. "Casi no me devuelve el carnet, y cuando he querido hacerle una foto con mis dos hijos, sus nietos, me ha dicho que no era el momento, que tenía mucha clientela". Auténtico cancerbero de la democracia. A la salida, un par de mossos custodiaban el edificio. Misma estampa en la inmensa mayoría de colegios electorales, donde los agentes se han limitado a cruzarse de brazos y, en algunos casos, a echar una mano a algún votante con problemas de movilidad.  

Campamento tranquilo

Donde más dudas había era en el edificio histórico de la Universitat de Barcelona, sito junto al campamento de jóvenes (y no tan jóvenes) instalado en la Gran Via. ¿Podría abrir sin problemas? ¿Se permitiría la votación sin incidentes? Sí a todo. Ni un solo conflicto. Todo comodidades, incluida la calefacción colocada detrás de cada mesa para que no se quedaran tiesos los ciudadanos elegidos para custodiar las elecciones que nos dimos. Techos altos, finca regia, una gran puerta abierta..., mala combinación en estos días de bajas temperaturas. Tampoco es que el rector tenga presupuesto para intentar solventarlo: en los últimos 10 años, la inversión en la universidad pública catalana ha pasado de 908 a 766 millones de euros. 

Un grupo de chavales con cara de haber dormido poco y mal se reúnen en un rincón de la plaza. El chico del micro invita a formar grupos "para redactar las reivindicaciones y decidir hasta cuándo nos quedamos". Luego serán discutidas y aprobadas o descartadas en asamblea. Forman pequeños corrillos y se ponen a trabajar. En el ambiente se respira el mal rollo que generó el sábado el asunto de la caja de resistencia, esos 40.000 euros a los que algunos dieron un uso con el que no todo el campamento parece comulgar. Se ven, de hecho, menos tiendas que en días anteriores. Harían bien en prepararse, pues la experiencia dice que los políticos dejan hacer antes de las elecciones y que no son tan permisivos cuando ya está el pescado vendido. Como muestra un botón: tras las municipales del 22 de mayo del 2011, el campamento del 15-M fue desalojado a porrazos por los Mossos d'Esquadra. 

Pedidos raros

Por Gran Via pedalea un 'rider' de Glovo que lleva en su maleta amarilla un desayuno completo para una pareja que a las 12 del mediodía igual debería estar pensando ya en la comida. "Han pedido de todo, zumo de naranja, bocadillos, fruta cortada...,". Muchos de estos repartidores, inmigrantes sin derecho a voto, dedicarán el domingo a lo que hacen los lunes, los jueves, los sábados... Trabajar. Es lo que tienen los autónomos. Sean o no falsos. 

En el solar situado frente a las Drassanes, donde el ayuntamiento evitó un par de hoteles pero todavía no ha adecentado el lugar, se ha instalado, como todos los segundos domingos de mes, el Flea Market, un mercadillo de artículos de segunda mano. Hay de todo. "Terminamos a las cinco, luego ya veré si voy a votar. Total, si se me olvida ya iré dentro de unos meses otra vez", bromea una de las vendedoras, de magnéticos ojos azules. Más abajo, en la Barceloneta, la escuela Mediterrània, fruto de una larga batalla vecinal, presenta una tímida entrada a mediodía. En la playa, una partida de dominó, surfistas sin olas, turistas y un poco de venta ambulante. Un domingo más.