La crisis no está, pero se la espera

Los programas económicos de los partidos políticos son ahora los mismos que en abril, cuando las perspectivas eran más favorables

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Rosa María Sánchez

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Existe cierta coincidencia entre los banqueros que estos días han estado presentando los resultados trimestrales de sus respectivas entidades. “No estamos percibiendo esa desaceleración tan clara que se percibe a nivel social y de los medios”, dijo el lunes el consejero delegado de Bankia, José Sevilla. La misma idea transmitió unos días después su homólogo en  el Santander, José Antonio Álvarez, pero luego advirtió de que los malos indicadores adelantados de confianza y de pedidos industriales obligan a ser cautos.

Da la impresión de que la crisis en este momento no está, pero se la espera.

Un antes y un después

En abril, en la antesala de las elecciones del 28-A, el panorama era distinto. La desaceleración era evidente, pero se interpretaba como parte de la evolución natural del ciclo. La palabra crisis no estaba en el radar.

El año había empezado con un primer trimestre acelerado, con un crecimiento del 0,7% (luego ha sido corregido a la baja por el INE, al 0,5%). La Comisión Europea formalizó en marzo la salida de España del brazo correctivo del procedimiento por déficit excesivo y aunque el Gobierno mantenía en abril su previsión de crecimiento del 2,2% para el conjunto del año, organismos como el Banco de España se preparaban para revisarlo al alza, hasta el 2,4%, en junio. 

Tras el verano, todo ha pegado un giro y el pesimismo se ha instalado en todas las perspectivas. El Fondo Monetario Internacional proyecta para la economía mundial su menor crecimiento desde la crisis financiera y el Banco de España ha dado marcha atrás y ha recortado su previsión de crecimiento al 2% para este año y al 1,7%, para el próximo. El Gobierno lo ha bajado una décima, al 2,1% y el 1,8% respectivamente.

Con el tejado sin arreglar

El frío llega de afuera y entra por las ventanas abiertas de la economía española. El contexto internacional, con las tensiones comerciales (y su afectación sobre las exportaciones españolas y la industria) y la expectativa del ‘brexit', es la principal fuente de incertidumbre. También, las dificultades de la industria europea del automóvil en su transición energética y la amenazante desaceleración en China, con los disturbios añadidos en Hong Kong. Ahora, además, empieza a crecer otra potente bola de nieve de evolución incerta, por los estallidos sociales en Latinoamérica en países como Chile, Ecuador o Bolivia.

Y en el salón de la economía doméstica, los fundamentos están algo mejor que en el pasado, pero persisten algunas debilidades. La deuda pública sigue cercana al 100% del PIB (98,9% del PIB en el segundo trimestre). El endeudamiento con el exterior del conjunto de la economía supera los dos billones de euros. El paro sigue en el entorno del 14% (13,92% en el tercer trimestre) y la población en riesgo de pobreza o exclusión social se mantiene por encima el 26%. Estos datos hacen pensar que la desaceleración económica ha llegado demasiado pronto a la economía española, antes de haber terminado de 'reparar el tejado'.

Distinta situación, mismos programas

La palabra crisis se ha instalado en el vocabulario cotidiano. También en el de los políticos en campaña electoral.

El propio Pedro Sánchez, ya hace uso de ella. Siquiera para prometer que el PSOE será capaz de afrontar una futura crisis sin la política de recortes que practicó el PP de Mariano Rajoy. Y lo que hace unas semanas describía como un “reto”, ahora ya se ha convertido en una “amenaza” en el lenguaje del candidato socialista. 

Pablo Casado, el riesgo de una crisis sirve para prevenir contra la falta de previsión de que hizo gala el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero ante la gran recesión del 2008.

El contexto económico es mucho más sombrío ahora que en abril, pero los programas económicos de los partidos son exactamente los mismos. 

El PP de Pablo Casado condensa su receta para impulsar el crecimiento económico en una “revolución fiscal” mediante una rebaja de impuestos de 16.000 millones de euros con la que espera estimular el consumo y la inversión y la creación de 300.000 puestos de trabajo adicionales. Si existen dudas sobre que una rebaja de impuestos pueda servir para aumentar los ingresos, mucho más en un contexto de mayor desaceleración económica. Pero el PP no ha movido una coma respecto de su programa de abril.

El PSOE aboga por una “fiscalidad más justa” mediante unas subidas fiscales para patrimonios elevados, grandes empresas, sector financiero y empresas tecnológicas con las que poder aumentar los recursos para profundizar en las políticas sociales y en el impulso de un nuevo modelo productivo basado en la transición energética.  El reto, ahora, es cómo modular estas subidas tributarias y la transición energética sin dañar las perspectivas de empleo, como sucedió con los anuncios precipitados del fin del diésel en el automóvil. 

En lo esencial la inspiración económica del PP engancha con las propuestas de Cs y de Vox. Por su parte, las del PSOE conectan con las de Podemos Más País. Distinto contexto, mismos programas.