DESDE MADRID

Catalunya, bajo la sombra de Pétain

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José Antonio Zarzalejos

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A media distancia, la contemplación de la situación en Catalunya causa perplejidad. No es posible explicarse el "unanimismo” de sus expresiones públicas -un concepto bien desarrollado por el filósofo y presidente del Senado, Manuel Cruz- sin la densidad de un ambiente intimidante que aplasta la pluralidad de las voces de la sociedad catalana e impone un canon políticamente correcto según el cual todo lo que no sea una adhesión a las tesis secesionistas merece el silencio o el ominoso calificativo de 'botifler'. De ahí que tenga especial valor la manifestación constitucionalista del pasado domingo en Barcelona, pero también que la vertiginosidad de los acontecimientos la haya convertido en un episodio demasiado fugaz, considerado a beneficio de inventario.  

La semana que comienza el 4-N, con la presencia en la capital de Catalunya de los Reyes y sus hijas para entregar los premios de la Fundación Princesa de Girona, y que concluye con la jornada electoral del 10-N, es considerada en Madrid como de altísimo riesgo. La violencia callejera se ha convertido en un nuevo y perverso signo de identidad del "conflicto” que lo hace mediáticamente expansivo y redime la frustración del fracaso del proceso soberanista.

Rompiendo todas las reglas de compromiso democrático los líderes sociales y políticos independentistas tratan el vandalismo con  una benevolencia cómplice, lo comprenden y lo alientan en la medida en que estigmatizan a los Mossos d'Esquadra, les someten a investigación, los zarandean en la televisión pública ("perros", como los 'txakurras' en euskera, insulto arrojado a policías y guardias civiles en el País Vasco) y zahieren al 'conseller' de Interior, Miquel Buch, hombre clave para la Moncloa en estos momentos y sin el cual se harían necesarias medidas extraordinarias.

Irritación extrema

El alineamiento de los rectores de las universidades catalanas -sea por convicción, sea por la intimidación de los alumnos radicales- cierra el circuito social y político de aparente respaldo al 'procés', de rechazo a la sentencia del Tribunal Supremo, de reclamación de amnistía y de condena de la "violencia policial". Se demuestra al denunciarla que la narrativa democrática ha vuelto a ser derrotada por la secesionista, al menos en Catalunya, aunque provoca una irritación extrema fuera de ella y en los sectores que disienten en silencio y que, a tenor del histórico de los comicios, es más del 50% de la ciudadanía catalana.

Se espera que alguien disienta en el independentismo y que soporte el calificativo de "colaboracionista"

Al tiempo, una falsa institucionalización, paralela a la Generalitat, como esa asamblea de cargos electos que contó con la presencia enardecida de Quim Torra, colapsa la estructura de los poderes administrativos, políticos y legislativos de la comunidad autónoma e introduce en dosis cada vez más potentes los ingredientes que definen el caos. Un caos en el que nada importa. No importa que se suspendan convenciones y simposios en Barcelona; no importa que la economía catalana se resienta con datos objetivos que lo acreditan; tampoco que la marca de la capital de Catalunya se asocie a las más conflictivas del momento. El patriotismo, así, se convierte en el último refugio, no solo de los canallas, como escribió Samuel Johnson, sino también de los fracasados.

La destrucción lenta y constante de los activos de Catalunya parecería que tuviera que reclamar una cierta presencia de ánimo en las personas e instancias más sensatas y responsables. Pero el silencio señorea porque el país vive bajo la sombra del síndrome de Philippe Pétain, el mariscal francés que fue el héroe de la batalla de Verdún durante la I guerra mundial, pero que se convirtió en el villano colaboracionista con los nazis al encabezar el Gobierno de Vichy.

El insulto al adversario

Ya se ha oído que Torra se muestra tan activo en el sectarismo secesionista, no solo por convicción, sino también por precaución: le obsesiona que puedan calificarle de "colaboracionista" con  el régimen del 78, con cualquier forma de docilidad o aceptación de la legitimidad democrática del Gobierno constitucional o con urbanidad en su relación con la jefatura del Estado. La plasticidad con la que en Catalunya se insulta al adversario con el calificativo de 'botifler' no tiene parangón en ningún otro lugar de España, ni siquiera en aquella Euskadi de los años de plomo. Nadie está dispuesto a ser considerado un Pétain catalán. 

El ordenamiento jurídico español no está pertrechado adecuadamente para intervenir eficazmente en este fenómeno de insurrección fomentada desde las instituciones. La exigencia a Pedro Sánchez de "mano dura" y la aparente posición estatuaria del presidente en funciones no remite a una parálisis política, sino a una ausencia de instrumentos jurídicos, a una insuficiencia de previsiones  normativas para encarar el fenómeno prerrevolucionario catalán. El inminente decreto ley para tratar de desbaratar la 'república digital' catalana manifiesta el esfuerzo del Ejecutivo por implementar medidas contra el separatismo sin recurrir a las de carácter extraordinario.

El 'momentum' catalán

Existe la lejana esperanza -la única sólida para que la dinámica catalana registre una corrección sustancial- de que salga alguien, en algún momento, con autoridad moral y política, que diga basta y soporte, sin importarle, ser considerado un Pétain "colaboracionista". Llega un momento en la historia de los pueblos en los que ellos mismos se condenan o se rescatan. Ese es el verdadero y venidero 'momentum' catalán, mientras que el del conjunto de España es la presencia, sí o sí, del Rey el lunes y martes próximos en Barcelona. Se puede suspender por precaución o por impotencia un Barça-Madrid, pero en ningún caso -sin que acarree consecuencias ruinosas- la agenda del jefe del Estado por una prudencia que, en este caso, resultaría políticamente temeraria.