Jordi Pujol: Y el camaleón se reinventó de nuevo

Jordi Pujol, en el acto institucional en el que el 'president' José Montilla le impuso la Medalla d'Or de la Generalitat

Jordi Pujol, en el acto institucional en el que el 'president' José Montilla le impuso la Medalla d'Or de la Generalitat / periodico

Fidel Masreal

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Cuenta el historiador Joan B. Culla en sus memorias ('La història viscuda', Edicions 62). como un día del 2012, dos años antes del escándalo de la herencia de Jordi Pujol, el 'expresident' le dijo: "¿Sabe de qué tengo miedo? Tengo miedo de sobrevivirme". La conversación revela sin duda la preocupación que ya tenía Pujol -y que insinuó también en una entrevista con Jordi Évole- de manchar su biografía en el último tramo de su vida.

Estalló el escándalo e inicialmente Pujol fue Pujol. Erró el cálculo, que pasaba por la idea de que el peso de su notable biografía superaría a la polémica. No solo no pidió perdón de inmediato sino que exhibió una de las múltiples facetas de una personalidad compleja y literalmente extraordinaria: el desafío y la soberbia. Con ello se enfrentó a todos los partidos en el Parlament, cuando compareció en dos ocasiones, y soltó el ya mítico "'diuen, diuen, diuen'..." para descalificar todas las referencias de los partidos a los interrogantes que se han agolpado y se siguen agolpando en torno a la controvertida herencia y a la gestión económica de prácticamente toda la familia.

Culla lanza una hipótesis sobre el comportamiento psicológico del personaje ante este nuevo desafío vital: "una cierta complacencia en la desgracia". Pujol le habló al historiador sobre un expresidente alemán que reflexionaba sobre la idea de que "las virtudes son siempre virtudes" y que cuando quien las predica las traiciona, debe aislarse al individuo, pero no renunciar a la defensa de la virtud.

Tomando como referencia sus formación católica, Pujol ensayó la idea de la penitencia y la autoflagelación. Dejó el elegante despacho de 'expresident' en el paseo de Gràcia, en el que seguía moviendo hilos, leyendo, escribiendo, creando el IVA (Ideas, Valores, Actitudes) en el Centre d'Estudis Jordi Pujol y engordando su admirable biblioteca, a instalarse en la vivienda de los porteros en el edificio de la avenida General Mitre donde tenía y tiene su vivienda des hace decenios. Sí, inicialmente Pujol se recluyó. Literalmente. Entre cajas de cartón y libros en una especie de minicampamento. Era el lugar habilitado a modo de garita para los Mossos d'Esquadra que vigilaban su vivienda.

Insultos

Eran los tiempos en los que si salía a la calle Pujol se exponía a ser insultado. Si iba a un restaurante, debía escoger un reservado por precaución. Y si recibía invitaciones a actos públicos las declinaba. Pero Pujol es Pujol y pasados los meses, empezó a coquetear con la idea de limpiar su imagen. Esta segunda fase tiene que ver con la decisión de instalarse en un pequeño despacho de la calle Calàbria de Barcelona. Y tratar de rehacer puentes. 

Pero a Pujol le fue difícil, por no decir imposible, rehacer su imagen a la vista del proceso judicial que se iba extendiendo como una red en torno a toda su familia. Una familia que ha jugado un papel decisivo y no fácil en la carrera del 'expresident'. Siempre le dijeron sus directos colaboradores en el partido y el Govern que no estaba atendiendo bien a las andanzas de su primogénito. Él se enojaba o miraba literalmente hacia otro lado al recibir estos avisos. Y sobre Oriol, el elegido para heredar el trono de Convergència, no escondía su preocupación por sus maneras excesivamente expansivas y su ligereza a la hora de hacer política.

Tras el bombazo de la herencia y las ramificaciones del caso en torno a toda su familia sin excepción, Pujol optó por un cierto blindaje psicológico. Habla poco de sus hijos con sus interlocutores. Y, sí, se ha volcado a su mujer, a la que acompaña y cuida.

La salud

Acompaña y cuida a su mujer y mantiene pese a todo una buena salud teniendo en cuenta su edad. Usa audífonos y se ayuda de un bastón, pese a que su coquetería le hace dejarlo aparcado cuando está en el despacho. Y sigue activo, prueba de ello es que ya piensa en cómo celebrar su 90 cumpleaños. Y se interesa por el contenido de una tesis sobre el primer pujolismo que ha escrito una historiadora de Lleida. 

Es decir, ha recuperado la serenidad. Y a ello contribuyó y fue un punto de inflexión el reconocimiento que le brindaron recientemente sus amistades, organizadas en diversos colectivos en la sala de actos, llena, de la institución cultural del CUC de Barcelona. Acudió junto a su mujer y sus hijos Oleguer, Jordi, Pere, Josep y Mireia. "Me siento insatisfecho por muchos motivos y dolido conmigo, no con vosotros, no con el país", afirmó, en un gesto más de esa penitencia autoimpuesta que ha construido tras el escándalo.

Pujol sigue reflexionando sobre filosofía, historia y política. Algún colaborador le ha sugerido, en respuesta a uno de sus textos, que se debe abandonar el concepto nacionalismo y apostar por catalanismo, y superar el independentismo y hablar de soberanismo. Pujol calla. No hará reproches en público a ninguno de sus sucesores, por muy evidente que sean las diferencias entre su predicamento y el de Quim Torra, Carles Puigdemont o los independientes que ahora están en el puente de mando de lo que era Convergència y que enarbolan la bandera del conflicto con el Estado con un estilo a a las antípodas del de Pujol. Independientes a los que posiblemente Pujol regalaría un ejemplar de Max Weber para que entendieran el concepto de la ética de la responsabilidad frente a la ética de la convicción.

Pero todo ello será de forma discreta. Pujol, el que tiene miedo a sucederse, de momento se sucede. Se reinventa. Se parapeta y trata de salir del agujero como mejor sabe: usando a su favor conceptos éticos y morales que durante decenios ha aplicado para dar lecciones de valores y principios a todo un país. De momento, ha logrado poder visitar pueblos como Conesa y que le paren a saludar. Y de regreso poder cenar en el El Peixerot de Vilanova i la Geltrú con toda tranquilidad.