LA CONTRACRÓNICA

Investidura en falso directo

La sesión, que arrancó con las decisiones cerradas a pesar de las ofertas de pacto de última hora, sirvió para que afloraran los rencores que separan a Sánchez e Iglesias

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el debate de investidura en el Congreso.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el debate de investidura en el Congreso. / periodico

Juan Fernández

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Las escaleras de los juzgados conocen los pleitos que se han cerrado con un apretón de manos de compromiso y las caras mirando para otro lado mientras el juez se ajustaba las puñetas en el tribunal. Minutos antes de que comenzara la tercera y definitiva jornada de la sesión de investidura de Pedro Sánchez, en los pasillos del Congreso se respiraba este jueves un bullebulle de ese calibre. Dependiendo de dónde soplara el viento y el cuchicheo, había motivos para pensar en un acuerdo de ultimísima hora entre PSOE y Podemos o se vislumbraba inevitable el comienzo del juicio, es decir, que se repita el vodevil en septiembre o vayamos a nuevas elecciones.

La sesión comenzó con la sensación de fracaso instalada en el cuerpo de sus señorías. A la una y media, cuando la presidenta de la Cámara dio comienzo al debate, todos sabían que la formación morada había decidido no apoyar al candidato socialista. Pero vista la semana de climas cambiantes que llevamos en este julio tórrido de temperaturas de récord, nadie se atrevía a negar la posibilidad de un último giro de guion forzado por los imperativos del directo. El vértigo de la escalera del juzgado es muy eficaz para doblar brazos y alcanzar pactos, y quién sabía si a la hora del aperitivo alguien podía obrar un milagro. Era jueves, cosas más raras se han visto en este país, como dejó filmado Berlanga.

El festival de noes dibujados con la cabeza que se vio en el hemiciclo permitió comprobar que en realidad no había tanta efervescencia en el aire y que el veredicto estaba dictado desde bastante antes de comenzar la sesión. Vaya, que aquello no era un directo, sino un falso directo, esa técnica que usan en las teles para hacer creer a los espectadores que lo que ven está ocurriendo en ese momento, cuando la suerte ha quedado echada hace un buen rato.

Control del Gobierno

Negó mucho Iglesias con la cabeza a Sánchez al oír al candidato echarle en cara que “el programa nunca fue el problema” y que él solo quería entrar en el Consejo de Ministros “para controlar el Gobierno”. Liberado de la necesidad de ganarse su cariño, el presidente en funciones abandonó las formas suaves y el tono cómplice de jornadas anteriores y se despachó a gusto con su hasta hoy socio. Qué envenenada es la hora de los reproches en las disputas conyugales.

“Usted ha tratado de humillarnos”, le respondía a continuación Iglesias en el estrado frente al visible no que le devolvía Sánchez desde su escaño minutos antes de que el líder morado se sacar del bolsillo su última oferta de rebajas: no al ministerio de Trabajo y sí a las políticas de empleo. Por un instante, pareció que el Congreso iba a convertirse en un zoco turco, pero el balanceo de cabeza con el que el candidato respondió a aquella propuesta dejaba a las claras que el pescado había entrado a la lonja vendido.

Ya podía Rufián convenir a ambos políticos al concilio bajo la amenaza de la llegada de la derecha, que allí ya no había nada que negociar, y menos aún que conciliar, visto el nivel de dentelladas que acababan de propinarse. Erigido en inesperado terapeuta de parejas, el portavoz de ERC logra en esta nueva versión de sí mismo reverenciales silencios en el hemiciclo, pendientes todos de no perderse ninguna de sus ocurrencias.

La "banda"

Fue muy celebrada la confesión que hizo de ser “uno de la banda de Sánchez”, dedicada a Albert Rivera, y generó sonoras carcajadas en las bancadas socialistas y moradas la comparación que trazó del drama de la izquierda con las costumbres que distinguen al sector conservador del Parlamento: “Mírenlos haciendo palmas con las orejas. A estas horas, ellos ya habrían pactado hasta los sobresueldos”, señaló antes de regalarle a Sánchez e Iglesias un ejemplar del libro de cuentos infantiles que Oriol Junqueras ha escrito en la cárcel.

“La presión hace diamantes”, recordó Aitor Esteban parafraseando al general Patton. Convertido en el protagonista de la jornada, sobre Iglesias continuaron precipitándose las alusiones directas, que él regateaba gestualizando noes o saliendo del paso con sonrisas de compromiso. El portavoz del PNV le recordó que su formación acaba de salir del cascarón y no tiene experiencia de gobierno, pero el líder de Podemos rechazó con la cabeza la caricia paternal que le regaló el político vasco.

Más severa fue Adriana Lastra, que le describió como “un conductor que no sabe dónde está el volante”. Impertérrito, Iglesias aguantaba el chaparrón. Como en las peleas conyugales, llega un momento en que hay que romper la vajilla y decirlo todo a la cara antes de empezar de nuevo. La izquierda española ha dejado claro que se encuentra en ese trance.