DESDE MADRID

Catalunya (no) tiene solución

Papeletas en un colegio electoral de Barcelona

Papeletas en un colegio electoral de Barcelona / JOAN CORTADELLAS

José Antonio Zarzalejos

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nada. Ni la campaña electoral en general, ni los debates televisivos en particular, han aportado un rayo de luz sobre el modo en el que la crisis catalana podría encontrar una senda de solución. Los independentistas plantean con obstinación el derecho de autodeterminación y el referéndum para ejercerlo. El PSOE apuesta por más autogobierno y diálogo, pero dentro de los límites de la Constitución. Pedro Sánchez ha endurecido su discurso al sostener que los secesionistas "no son de fiar" y no desea que la gobernabilidad "descanse" en ellos durante la próxima legislatura. Las derechas optan por el simplismo político y el reduccionismo jurídico de la aplicación del 155, y Podemos entrecruza un patriotismo de la "gente" con una consulta en la que propugna decir 'no' a la república catalana, aunque 'sí' a la plurinacionalidad del Estado.

Los catalanes y el resto de los españoles tienen motivos sobrados para estar perplejos y decepcionados ante la ausencia de abordaje diagnóstico y terapéutico a uno de los grandes problemas de nuestro Estado y de nuestra sociedad. Hasta el punto de que puede llegar a pensarse que la "cuestión catalana" –recidivante históricamente– no tiene solución. Parecería que se asume la resignación del padecimiento crónico. Puesto que el problema no tiene solución, no es problema sino una realidad insoslayable. Ortega y Gasset y su apelación a conllevar –y no solucionar– el asunto catalán parece un intelectual en vanguardia tantas décadas después de su fallecimiento.

Pero el desarme ante la crisis de Catalunya no es solo española. El muy ilustre constitucionalista –reconocido mundialmente– J. H. H. Weiler, ahora en la Universidad de Nueva York, luego de haber ocupado púlpitos académicos del mayor nivel, publicará en la revista 'Actualidad jurídica Uría Menéndez' del próximo mes de mayo un artículo titulado '¿Quién teme a una nación de naciones?', base de su discurso en ese prestigioso bufete el pasado mes de noviembre, con ocasión de la celebración del 40º aniversario de la Constitución. Escribe Weiler sobre Catalunya y propugna una reforma constitucional –poco verosímil, la verdad– con un primer nuevo artículo en la Carta Magna que diga: "España es una Monarquía parlamentaria y un Estado indivisible, miembro de la Unión Europea, compuesto por una Nación de Naciones".

Propuesta sugestiva

La propuesta de Weiler no tiene precedentes en las constituciones de nuestro entorno, pero resulta sugestiva desde el punto de vista del debate. El profesor cree que la "nación de naciones" no la aceptarían ni unos ni otros. "La nación de naciones es un tabú. El gran Rubio Llorente habló de una comunidad de naciones. El Estatuto de Andalucía habla de una "realidad nacional". Y en las líneas de batalla catalana es rechazada por ambas partes […] A los independentistas catalanes no les gusta la nación de naciones. No están dispuestos a aceptar que ellos, como catalanes, son parte de una nación española. Y a los nacionalistas españoles no les gusta la nación de naciones. Temen que al reconocer a Catalunya como nación aceptarán, o al menos fortalecerán, la declaración de independencia".

El constitucionalista judío, ampliamente escuchado en los foros jurídicos y políticos, añade que, "de hecho, esta simetría de posiciones representa la victoria de Franco desde la tumba. Y es que ambos bandos se adhieren a la misma posición franquista: no puede haber más que una sola nación y un solo Estado”. Duras palabras, fáciles de formular en la lejanía, pero que invitan a una cierta reflexión colectiva.

Por su parte, otro gran gurú de la politología, Francis Fukuyama, se ha referido a la crisis de Catalunya. Afirma el profesor de Harvard que el tema catalán "es el gran dilema para mí. Tengo muchos amigos académicos catalanes que defienden apasionadamente la independencia de Catalunya. No tengo una opinión clara porque carecemos de una buena teoría democrática que nos diga quién tiene razón si una parte de una democracia quiere romper con un país que goza de una democracia bastante buena. No hay una teoría que diga cuál es la posición moral correcta. Es una pena porque este separatismo ha provocado esa reacción del ala derecha. Creo que es todo lo que puedo decir".

Sin luz en el túnel

Ni Weiler ni Fukuyama. Uno cree que las posiciones encontradas a propósito de la cuestión catalana son "franquistas" (lo que no aporta nada sustancial); y el otro argumenta que no hay una teoría democrática que resuelva el dilema moral que toda secesión implica, además de sus consecuencias políticas y de otro orden. De tal modo que ni dentro ni fuera encontramos un asidero para escudriñar un haz de luz en el horizonte borrascoso español que se somete al escrutinio de los electores este domingo sin diagnósticos que permitan un buen discernimiento de criterio sobre la situación catalana, la principal de nuestras preocupaciones.

Quizás estemos viviendo un tiempo de transición entre el punto álgido de la crisis secesionista y su decantación definitiva que podría producirse después de la sentencia del Supremo sobre el proceso soberanista y tras unas nuevas elecciones al Parlament de Catalunya. Esta crisis no ha madurado todavía y las espadas siguen en alto. De ahí esa sensación inquietante y muy general de que la cuestión catalana no tiene solución. O que las que pasan por tales no lo sean.

El diálogo como fórmula más idónea carece de verosimilitud aquí y ahora porque entre las distintas posturas no hay puntos de conexión. Una consulta secesionista es moralmente destructiva del Estado democrático. El regreso al paraguas constitucional y estatutario es preciso, una condición sine qua non para reencontrar el camino que, desgraciadamente, no van a señalarnos las urnas en muy pocas horas. ¿Catalunya (no) tiene solución? Si la tuviere, la desconocemos por el momento y el 28-A no nos la va a descubrir.