CITA CON LAS URNAS

Rivera busca el cuerpo a cuerpo con Sánchez en el último asalto

De izquierda a derecha, la candidata de Cs por Valencia al Congreso, María Muñoz; el aspirante naranja a la Moncloa, Albert Rivera; la número uno por Barcelona, Inés Arrimadas, y el candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana, Toni Cantó,

De izquierda a derecha, la candidata de Cs por Valencia al Congreso, María Muñoz; el aspirante naranja a la Moncloa, Albert Rivera; la número uno por Barcelona, Inés Arrimadas, y el candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana, Toni Cantó, / periodico

Nacho Herrero

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Albert Rivera cerró este viernes en València la campaña electoral mirando hacia arriba pese a las dudas que hay sobre si el suelo bajo sus pies es firme. Envuelto en la bandera de España, buscó un cuerpo a cuerpo con Pedro Sánchez y aseguró que se ve en la Moncloa. "Nacimos para echar a Sánchez", descubrió. "'Go home'" (vete a casa), le dijo. Al PP y a Vox, ni los nombró y solo dejó caer que aceptará sus votos "si hay un solo escaño" que le permita ser presidente.

"Vamos a darle la vuelta a la tortilla, lo que hace falta es tener un par de... razones para hacerlo. Vamos a hacer historia", prometió. Antes había asegurado que el "cargo" le importa "un bledo", pero que no hay "mayor honor" y que el país los "necesita".

Estuvo acompañado de la plana mayor del partido, incluida Inés Arrimadas, pero también Edmundo Bol, el "cesado" abogado del Estado, que se destapó. "Quiero más campaña. Me habéis convertido en una estrella del 'rock and roll'", dijo.

Luego Rivera recordó algunos clásicos del repertorio: que está "harto de batallitas entre rojos y azules" y que no dedicará "un segundo a hablar de los huesos de Franco y la ley del aborto". Los naranjas son, dijo, "liberales, de centro y de sentido común". 

Gigantes o molinos

Pero con sus expectativas pasa como con los datos de asistencia al acto. "¿3.000, no?", apuntaban con fe desde el partido antes de empezar. "Son las sillas que hay", decían. Al rato, ante las caras de incredulidad de los periodistas, eran ya 1.500. Pero llegó Rivera y desde el atril dijo que había 4.000 personas. Y a ver quién lo discutía. El domingo se sabrá si lo que veía el candidato eran gigantes o, como dicen las encuestas, molinos. Esos mismos sondeos le llevaron a liderar la intención de voto hace un año, pero la moción de censura rompió el sueño. Tras rechazar el ofrecimiento de apoyarla a cambio de elecciones inmediatas, empezó la caída. 

Con Sánchez ya en el colchón de la Moncloa, sus dirigentes se desgañitaban pidiendo la convocatoria, conscientes de que tenían una doble vía de agua, hacia el PSOE y hacia Vox. El debate estaba servido.

El agridulce resultado en Andalucía, pieza indispensable de un cambio histórico y, al mismo tiempo, con los naranjas segundones y empujados a pactar con Vox, decantó la balanza. Aceptado el apoyo ultra no hubo vuelta atrás. Llegaron la foto de Colón y el 'cordón sanitario' al PSOE.

Las fugas

Las encuestas seguían cayendo y Rivera aceleró. Con sus bártulos, se puso tras el atril de los debates hiperactivo y agresivo. Creen que funcionó y que taponaron la fuga derecha. Si la idea era frenar la izquierda con el fichaje de Ángel Garrido, los resultados han sido cuestionables.

El caso es que, eufórico o histérico, creyéndoselo o no, Rivera dice verse ganador pese a que el promedio de los últimos sondeos les deja en un empate técnico con Unidas Podemos y Vox. Una pesadilla. Para colmo, siempre han sido más de encuestas que de urnas. Si se confirma el desastre, Rivera llevaría tres elecciones perdidas y el liderazgo que parecía incuestionable igual ya no lo sería tanto.