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Los aguafiestas del 'procés' visitan el Supremo

Los 'consellers' que desertaron a tres meses del 1-O prefieren cantinflear antes que pasar el calvario de Vila

Jordi Jané saluda a mandos policiales, en junio del 2016, cuando era 'conseller' de Interior de la Generalitat.

Jordi Jané saluda a mandos policiales, en junio del 2016, cuando era 'conseller' de Interior de la Generalitat. / periodico

Carles Cols

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La celebración de Sant Jordi en el gran teatro del Tribunal Supremo era, visto el programa de mano, prometedora. Estaba anunciada nada menos que la declaración de tres de los aguafiestas del independentismo en julio del 2017, los 'consellers' Jordi Baiget, Jordi Jané y Meritxell Ruiz, que, según dieron a entender entonces, saltaron por la borda del Govern antes de que Carles Puigdemont estrellara la nave de la Generalitat contra los acantilados de la justicia española. La metáfora marinera no es, como dicen los finolis, baladí. Tiene su razón de ser. Tiene una segunda parte. Luego.

La biografía política de Baiget, realizada una indagación en la sala de prensa del Tribunal Supremo, por donde han pasado desde el 12 de febrero las cabezas mejor amuebladas del periodismo catalán, es muy breve. De su paso por el Govern solo recuerdan la entrevista que concedió a 'El Punt Avui' y que desencadenó su fulminante destitución. Puso en duda el referéndum, propuso sustituirlo por algún sucedáneo similar al 9-N y, sobre todo, subrayó que una cosa es ir a la cárcel por desobedecer al Tribunal Constitucional y otra muy distinta y peor es que a uno le toquen los ahorros, como ya le había ocurrido al también muy marinero Artur Mas.

Jané, aunque no así, ha dicho que llevar la cartera de Interior es ser la 'kelly' del Govern, un trabajo a destajo, que ya no podía más

Con Baiget, aquel 3 de julio del 2017 se puso en marcha la semana de los aguafiestas. Puigdemont preguntó si a alguien más se le encogían los bemoles en aquella recta final (ya había fecha y pregunta para el referéndum) y tres 'consellers' más alzaron la mano: Jané, que capitaneaba Interior; Ruiz, responsable de Ensenyament, y Neus Munté, cada día más incómoda en su papel de portavoz del Govern. Esta última ya pasó por el Tribunal Supremo semanas atrás sin, como entonces en su cargo, decir gran cosa. Ante el tribunal, Baiget, Jané y Ruiz se han desdicho tanto como han podido de todo cuanto dijeron o dieron a entender tras su cese y durante la fase de instrucción del caso. Por ejemplo. Ruiz ha dicho que a mediados de julio ya tenía el curso escolar siguiente encarrilado, vamos, que ya había posado el Apolo 11 en la Luna, como si en septiembre no fuera necesaria su presencia para que la nave regresara.

Entrevista y cese

Otro ejemplo. Jané le ha explicado al juez Manuel Marchena que llevar la cartera de Interior es ser la 'kelly' del Govern, sin pausas para un merecido descanso, un sinvivir, y que después de haber reunido por fin la Junta de Seguridad de Catalunya tras años de desencuentros, ya se daba por satisfecho. Baiget, por su parte, echó mano del manual de excusas. La culpa de su cese fue, en su opinión, una lectura torcida de aquella entrevista. Las preguntas le hicieron responder lo que no pretendía decir.

¿Ha sido esta, en consecuencia, una jornada decepcionante? No. Solo imprevista. En primer lugar, la inestimable colaboración del letrado de Vox, Juan Cremades, que debe ser de aquellos que persiguen la aceituna por el plato con un palillo y nunca la pinchan, ha permitido asistir en el Tribunal Supremo a una 'jam session' del dialecto 'processista', lo que en castellano se conoce como cantinflear. Cremades no ha conseguido sonsacar a los testigos ni una sola de sus incriminatorias declaraciones de antaño. Comentado después en los pasillos con fuentes que saben de qué hablan, han preferido pasar por blandengues antes que por traidores a la causa independentista, como le pasó a Santi Vila, que no hay día en que no reciba por ello.

Desertaron cuando en el horizonte brillaba ya el acero de los tercios del ejecutivo, el judicial y el legislativo español, vamos, los tercios

En aquel julio del 2017, lo que ya se vislumbraba en el horizonte era el brillo del acero de los tercios españoles, de los tres poderes al unísono, judicial, ejecutivo y legislativo. Aquella crisis del Gobierno de Puigdemont solo se entiende en ese contexto. Llegados a este punto, sin embargo, toca desempolvar la segunda referencia marinera, prometida al principio. Es una gentileza de Patrick O'Brian, novelista de más de 20 obras de épica naval, de goletas y fragatas, de títulos tan sugerentes como 'Un mar oscuro como el oporto'. Los protagonistas de sus ficciones eran a menudo comodoros británicos y los antagonistas, claro, la decadente armada española. "Lo bueno de luchar contra los españoles no es que sean cobardes, puesto que no lo son, sino el hecho de que nunca, nunca, están preparados". Esa fue la conclusión que sacó O'Brian tras años de codos en los archivos para documentarse.

El gato Pere de Schrödinger

Qué bien le encaja esa conclusión al laberinto judicial con el que la fiscalía pretende condenar por rebelión y sedición a la cúpula del movimiento independentista. El caso anda incomprensiblemente repartido por tres juzgados distintos, sin que sea la razón decisiva de ello el aforamiento de los imputados, pues Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, por ejemplo, no gozan de esa condición. A media mañana, antes de la declaración de los aguafiestas, estaba citado el vicepresidente del Govern, Pere Aragonès, el gato de Schrödinger de la justicia, pues nadie sabe si está o no imputado en el TSJC, así que el supremo Manuel Marchena, por si acaso, le ha permitido no declarar y, en cambio, ha tenido que soportar media hora larga de desnortado interrogatorio de Vox a un socio de Òmnium por un insustancial episodio ocurrido en Badalona, cuando la policía municipal quiso requisar unos carteles de la asociación y Cuixart, que pasaba por ahí, discutió un caso desestimado ya en otro juzgado local. Para Cuixart, Vox pide 62 años de cárcel. El juicio, lo dicho, no se ha ajustado a lo anunciado en el programa de mano, pero nunca deja de sorprender.