80 años del final de la Guerra Civil

Huir a 1.000 kilómetros de Port Bou

Enrique Vicente Iza y su hijo Enrique Vicente Valdión

Enrique Vicente Iza y su hijo Enrique Vicente Valdión / EL PERIÓDICO

Juan José Fernández

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Los dos desconocidos que se presentaron en casa de Enrique Vicente Iza a pedir ayuda para pasar la frontera de Portugal no eran dos republicanos que huían de una muerte segura en Salamanca, capital del territorio franquista. Aquellos dos hombres resultaron ser policías camuflados, y a quienes aquella visita costó la vida fue a Enrique y a su hijo, Enrique Vicente Valdión.

Los dos Enriques fueron fusilados bajo la acusación de prestar auxilio a la rebelión en la frontera más peligrosa de España en el tremendo otoño de 1936. Fueron los primeros de una serie aún no cuantificada de ejecutados en relación con la pugna que, entre agosto de 1936 y abril de 1939, libraron los republicanos del oeste del país por huir del franquismo.

El lugar de su muerte está a 1.000 kilómetros de los pasos fronterizos de Port Bou y Le Perthus, los dos principales centros de conmemoración del comienzo del exilio republicano, del que este 1 de abril se cumplen 80 años.

Fuga a solas

Mientras las columnas de los restos del ejército de la República cruzaban los Pirineros hacia la Francia democrática, en el otro lado del país la alternativa era internarse en el Estado Novo portugués, el régimen fascista de Antonio de Oliveira Salazar. Y no en columnas, ni siquiera en grupo, sino a solas y de noche, para no ser cazado.

Fue un menudeo trágico de saltos de "la raya", como se conoce allí a la frontera, que tuvo su último mes de tolerancia en abril de 1939. Con la victoria de Franco, su gobierno y el de su homólogo portugués cerraron un Tratado de Amistad y No Agresión cuya ratificación había publicado el BOE el viernes 24 de marzo de 1939. Quedaba una semana para lo que el franquismo llamaría "día de la victoria". Con el tratado, se acabó cierta flexibilidad del gobierno luso que, a comienzos de la guerra, permitió a 1.445 españoles huidos embarcar en Lisboa con destino a la Tarragona republicana.

En abril de 1939 "la suerte del fugado, si lo pillaban, dependía del guardinha –nombre común del policía portugués- que le tocara. Podría detenerle, o podría tirotearle en el monte", relata Luisa Vicente, profesora jubilada y experta en Memoria Histórica de Salamanca que, además, es nieta y sobrina de los dos Enriques fusilados.

Por su experiencia buscando fosas por toda la provincia, y por las muchas pistas que se pierden en la raya y no se retoman en América ni Europa, sospecha esta investigadora de la posible existencia de algunas fosas en territorio portugués, aún más difíciles de hallar que las que ella y Felipe, su esposo, han ido localizando con la asociación Salamanca Memoria y Justicia.

Memoria de madre

De cómo silbaban las balas alrededor si se pasaba ilegalmente la frontera le contó a Luisa su madre, a la que ha enterrado hace solo unos días. "A veces pasaba ella con su madre a por café a Vilar Formoso, vestidas de hombres. Y más de una vez se tuvieron que guarecer porque les disparaban".

El contrabando de café era de lo poco que quedaba a una familia a la que habían arrebatado a dos hombres. Enrique padre, de 52 años, y Enrique hijo, de 22, a quienes apodaban 'Los Mezquita', eran empleados de Electra de Salamanca, y por su puesto estratégico tenían unos codiciados brazaletes que, en la Salamanca de la guerra, les permitían circular libremente dentro y fuera de la ciudad.

A pedirles esos dos brazaletes se presentaron, en agosto del 36, dos inspectores de Policía de Valladolid haciéndose pasar por izquierdistas prófugos. "Les había llevado un traidor. A mi abuelo y mi tío les dijeron que estaban desesperados, que venían huyendo, que los iban a matar –relata Luisa-, y les pidieron que les prestaran los brazaletes para poder acercarse hasta la frontera".

El 23 de octubre de 1936, tras un rápido y sumarísimo consejo de guerra, un pelotón de soldados quitó la vida a los Mezquita en la tapia del cementerio de Salamanca. El día del ajusticiamiento, la abuela de Luisa y la novia de Enrique hijo habían ido a Burgos, a intentar pedir clemencia a Franco. "Llevaban avales de buena conducta de la empresa –relata Luisa-. Un capitán les miró las cartas y les dijo: ‘Vuélvanse a Salamanca, que con esta recomendación mañana mismo están libres’. Cuando llegaron, estaban ya muertos".

Establecimientos de detención

Tres años después, el gobierno portugués tenían identificados 22 lugares de paso seco –sin cruzar ríos- en la frontera común. A los exiliados que huían por Portugal les esperaba una suerte incierta. En los 40 actuaba el CAFARE (Comité Adminitrador del Fondo de Ayuda a los Republicanos Españoles) y el Unitarian Service Commitee, USC, ONG humanitaria, pero entre 1936 y 1939 solo los republicanos con dinero suficiente para embarcar rumbo a América se libraban de la Policía Internacional portuguesa, la PIDE.

El Gobierno luso organizó "estabelecimentos de detençao" de fugitivos españoles en las prisiones lisboetas de Aljube y Caxias. De nuevo el dinero jugaba su papel. Una investigación del historiador de la Universidad de Valencia Aurelio Velázquez sobre la ayuda humanitaria al exilio español han determinado cómo en aquellas prisiones el recluso debía pagar por su comida y cama. Quienes no tenían dinero comían una ración pública mínima, y dormían hacinados en el suelo. A quienes les quedaban fondos, se les daban celdas mejores.

A partir del tratado hispano-luso, las autoridades portuguesas devolvían sistemáticamente a los republicanos cazados. A los que ya había detenido antes, para que no esparcieran sus ideas los empezó a confinar en régimen de residencia forzosa en Caldas da Rainha, localidad a 80 kilómetros de Lisboa que se convirtió en campo de concentración en el que los recluídos debían procurarse el rancho. 

Para 1945, según los datos del USC, había 2.000 españoles intentando sobrevivir con ayuda de familias lusas y de otros españoles ya establecidos.

Exhumacion con forense oficial

Este primero de abril será para Luisa Vicente especial, no por la redonda efeméride del 80 aniversario de un exilio al que su familia no pudo acceder, sino por la realización de los últimos preparativos para una importante exhumación.

Tras seis años de pesquisas y burocracia, su organización ha conseguido los permisos y los 4.000 euros de aval para reabrir una fosa común en una finca de paso de ganado en el alfoz de Ciudad Rodrigo. Será, además, la primera exhumación de una fosa común que contará con la presencia de un forense del Estado.

Salamanca Memoria y Justicia busca a siete vecinos, llevados en una saca en octubre de 1936. Entre ellos iba una republicana conocida en la zona. La Gaona, la llamaban. Y Luisa Vicente apuesta por que sus huesos estarán ahí. "Cuando la encerraron en la cárcel de Ciudad Rodrigo con pena de muerte –relata- la Gaona chillaba mucho, y los vecinos reconocían su voz. A partir de aquella saca ya nadie volvió a oírla gritar por las ventanas de la prisión".