80 años del final de la Guerra Civil

Cautivos, desarmados, atrapados

Avisos a los republicanos 1939

Avisos a los republicanos 1939 / periodico

Juan José Fernández

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Este primero de abril, 80 años después de la derrota militar de la II República, el pico y la pala se hundirán en la tierra del cementerio de Paterna (Valencia) en busca de los restos de 153 hombres y cuatro mujeres fusilados por la dictadura en su siniestro primer año triunfal.

Colaborar en la exhumnación será la forma de conmemorar la efeméride para Matías Alonso, coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de la Comunidad Valenciana. Tras años de trámites, su asociación, con la colaboración de los familiares, la Diputación y el equipo de expertos Arqueoantro, podrá reabrir la fosa 115 de una de las necrópolis españolas con más víctimas del franquismo. No en vano en una de sus lindes está el "paredón de España". Así se llama de forma no oficial al talud de un campo militar de tiro en el que, a partir de aquel mes de abril, fueron ejecutados 2.238 republicanos, casi todos bajo la paradójica acusación de "auxilio a la rebelión".

Ya ha habido otras prospecciones en el camposanto de Paterna. Esta vez los memorialistas valencianos van en busca de personas procedentes de 60 pueblos de fuera de su comunidad.

Los primeros tiros de la paz

Hubo más muertos en otras tapias, como las del cementerio del Este, en Madrid. Pero fue en Paterna donde más tempranamente comenzaron las ejecuciones que sucedieron al que Franco señaló como "día de la victoria". En Madrid se inició la cadena de ajusticiamientos 15 días después, disparando el pelotón a dos reos. En Paterna, el 3 de abril de 1939 cayeron en el paredón 21 presos.

Aquel primer acribillamiento da toda su dimensión a la expresión "cautivo y desarmado el ejército rojo" que el general Franco incluyó en su último parte de guerra, firmado sábado el sábado 1 de abril de 1939. A partir de ese día, cautivo, desarmado y atrapado anduvo por el Levante, desde Almería hasta la sierra del Toro en Castellón, un enorme contingente de soldados desmovilizados que no podían alcanzar el Pirineo, ni la columna de refugiados camino de Francia que inmortalizó Robert Capa.

No hubo grandes fotógrafos que inmortalizaran la trampa del cuadrante sureste español, un episodio poco investigado y contado de aquellos marzo y abril, eclipsado en la historiografía por la dramática bolsa de combatientes en el puerto de Alicante, a la espera de los barcos británicos de evacuación.

Eso pasaba en la orilla del mar, pero tierra adentro, en el agro manchego, valenciano o murciano, en las sierras de Cuenca y en los páramos de Almería y Alicante “millares de hombres caminaban por senderos y trochas, intentando llegar a sus pueblos y sus casas. O viajaban en trenes plagados de policías en busca de rojos", relata Alonso en su faceta de investigador.

"Presentaos en el campo de concentración"

Fueron días de cacería de la que "poco a poco salen datos nuevos, pero falta que, con toda la potencialidad que pueda tener el Estado, y si algún día se aprueba la reforma en profundidad de la Ley de Memoria, se intente una aproximación para una comisión de la verdad", opina Alonso.

A aquellos soldados ya sin fusiles, ni jefes ni regimientos, y también a quienes hubieran tenido cargos políticos, desde concejal hasta comisario, se dirigían estremecedores anuncios publicados en la prensa a partir del primero de abril. Los encargaba la Columna de Orden y Policía de Ocupación, y mencionan por primera vez la existencia de campos de concentración.

"Soldados que habéis pertenecido al ejército rojo, escuchad. Para legalizar vuestra situación y ser encaminados a vuestro destino debéis pasar por el campo de concentración para ser clasificados", decía uno de ellos, bando del coronel Antonio Aymat, jefe de la columna.

Aquel lugar de cita era la plaza de toros de Valencia. No hay un número oficial de campos de retención de prisioneros en aquellos primeros días, hasta que el franquismo estabilizó su red concentracionaria. El grupo que coordina Alonso tiene localizados 42 sin inspeccionar, hallados en la búsqueda de fosas comunes porque "era frecuente que, junto a un recinto de detención, abrieran una fosa para los primeros muertos, o para asesinatos que se cometían de forma descontrolada en las veredas", explica el experto.

Latas entre las piedras

Los centros de detención eran de muchos tipos, "desde iglesias y conventos hasta cercados de ganado, o dependencias oficiales, como la prisión en que se convirtieron en Valencia las Torres de Quart. La mayoría de aquellos centros no duró más que semanas o meses y, algunos estaban atestados, como el antiguo museo fallero, habilitado como cárcel militar para 400 personas, pero cuyo director se quejaba de que le habían entregado 4.000".

En algunos es abundante el rastro de los prisioneros, como en unos prados a las afueras de Barracas, entre Valencia y Teruel. Los cautivos concentrados allí dejaron no pocas latas de sardinas vacías incrustradas entre las piedras de los ribazos, que aún se pueden encontrar hoy, negras de óxido pero enteras.

En otros escenarios apenas queda más que la memoria de algún superviviente. El bosquecillo que fue centro de detención de Moncófar (Castellón) es hoy un pacífico naranjal al que llega la brisa del mismo Mediterráneo que helaba por las noches a los cautivos de Argelès-sur-Mer. "Esos árboles, seguro, no vieron a los detenidos –comenta Alonso–. No pueden ser de la época porque, si concentraban prisioneros en un campo de frutales, al poco no quedaba un solo árbol: se comían los frutos y quemaban el resto para capear el hambre y el frío”.

Dos de cada diez hombres que se presentaban en los llamados "centros de clasificación" acabaron en consejos de guerra y posteriormente en el paredón. Un número nunca determinado sucumbió al tifus, la tuberculosis o la inanición en campos y prisiones.

A por los de la idea

Queda por contar en profundidad el calvario de las mujeres, las que perdían al marido y quedaban en la miseria y a merced de venganzas e incautaciones. "Eso es también memoria histórica -reclama Alonso-. Es la otra cacería de aquel mes de abril. Porque los franquistas querían cazar a los de la idea antes que a los del fusil. En los pueblos, los alcaldes y los concejales eran los primeros en ser capturados. Son los que más encontramos en las fosas".

En cuanto se extendió el eco de los primeros disparos, otros cautivos, desarmados y atrapados decidieron no comparecer. "Un tío mío salvó la vida porque no se presentó en la plaza de toros, y nunca fueron a por él", relata Alonso.

Otros llegaban a su pueblo y, a la entrada, alguien les avisaba: "Te están buscando. Como te presentes en el Ayuntamiento, te matan", y se escondían en el monte. De esta forma, más desesperada que heroica, comenzó a engrosarse la guerrilla, el maquis, en el último territorio de aquella República finiquitada el 1 de abril.

"Se ha presentado un grupo de elementos falangistas..."

En el cuadrante sureste formado por Albacete, Cuenca, Almería, Jaén, Murcia, Alicante y Valencia, esa cuarta parte de España que quedaba por ser hollada por el ejército franquista, la <strong>semana comprendida entre el lunes 27 de marzo y el sábado 1 de abril de 1939 </strong>fue en lo político una sucesión de tomas de ayuntamientos por partidas de falangistas, aun antes de que llegaran los militares.